Qué lejos parece el día en que Keiko Fujimori se presentó en Harvard para anunciar el advenimiento del nuevo fujimorismo, un partido democrático, tolerante, honesto y crítico con sus orígenes autoritarios y corruptos. Solo han pasado ocho meses desde que aquel auditorio repleto de estudiantes la escuchó apoyar la Unión Civil y el aborto terapéutico, condenar las esterilizaciones forzadas y reconocer el valor de la Comisión de la Verdad. Pero su discurso ha mutado tanto —por cálculo, ansiedad o nervios, sobre todo desde el arranque de esta segunda vuelta— que parece haber una vida de distancia entre aquella afable oradora y la candidata de las últimas semanas.A pesar de sus esfuerzos, el fujimorismo ha terminado por exponer sus tripas, y ahora sabemos que aquel intento por diferenciarse del pasado fue eminentemente cosmético. Buscando consolidar sus bolsones de votación no ha dudado en asociarse con mineros ilegales, pastores homófobos y sindicalistas acusados de extorsionadores. Además de reivindicar las propuestas más totalitarias en el combate contra la delincuencia, ha recuperado las peores prácticas de la prensa chicha, con un ejército de difamadores que actúan desde el anonimato en las redes sociales. A las cuestionadas figuras del pasado que sobreviven en su estructura (incluidos agentes del SIN de Vladimiro Montesinos), se han sumado personajes investigados por la DEA, y operadores políticos capaces de falsificar una prueba para revertir una denuncia. Aunque hayan sido escondidos sobre la marcha, en un desesperado intento de controlar los daños, siguen estando ahí.El fujimorismo ha respondido a las denuncias como suelen hacerlo los dictadores: prostituyendo el lenguaje. Quienes han puesto al descubierto sus peligrosas juntas han sido regados de inmundicia, o se los ha acusado de «odio». Lo mismo pasó con las decenas de miles de personas que marcharon legítimamente esta semana, para manifestar su rechazo a Keiko Fujimori. ¿Cómo serán recibidas las protestas ciudadanas o las denuncias de la prensa crítica, si este mismo proyecto político alcanza un poder absoluto, refrendado por su mayoría en el Congreso?Comprendo que los 16 años de democracia que se inauguraron con la caída de Alberto Fujimori no han satisfecho a todos los peruanos. Que a importantes sectores de la población no les han llegado los beneficios del crecimiento económico, que viven en la inseguridad, sienten que la democracia es un concepto gaseoso y no tienen qué perder con un golpe de timón. Pero votar por el fujimorismo, con sus antecedentes de mentiras, corrupción y desprecio por la vida, es ir en contra de la historia, apostar hacia el pasado y tomar el camino menos indicado hacia el progreso, la libertad y la regeneración nacional, como estas últimas semanas terminaron de dejar en claro.