Se nos viene un escándalo de proporciones si se confirma que las denuncias presentadas en el Tribunal Eclesiástico del Arzobispado de Lima contra Luis Fernando Figari no llegaron al Vaticano. Este diario reportó el jueves que un jerarca del Sodalicio consultó desde Roma a uno de los denunciantes de Figari, Santiago en el libro “Mitad Monjes, Mitad Soldados”, si conocía dónde había ido a parar su denuncia. En palabras de Santiago: “El Vicario General del SCV me sorprendió al entrar en contacto conmigo desde Roma. En su llamada me solicita mayores datos sobre el paradero de mi denuncia, ¡pues no la encuentra en ninguna oficina de la Santa Sede!”. Situemos el caso para entender su gravedad. Cuando el año pasado se publica el libro de Pedro Salinas y Paola Ugaz se conoció que las tres víctimas de Figari que presentaron denuncias al arzobispado en estos años no habían obtenido respuesta. El padre Luis Gaspar informó que dichas denuncias se enviaron al Vaticano pues el Tribunal Eclesiástico no era competente para conocerlas en cuanto Figari era un laico. No brindó fecha, detalles, nada. Luego el cardenal Cipriani confirmó la información. Ello motivó una enérgica carta de Santiago señalando que lamentaba enterarse tras cuatro años de silencio por la prensa del destino de su denuncia y la incompetencia del tribunal. Cipriani respondió que esas eran las reglas del proceso eclesiástico: “Pregunta a estos que denuncian: ¿Por qué no van a la fiscalía? (…) ¿Quién le impidió a usted?”. Sensible aproximación a una víctima. Por su parte, Natale Amprimo, abogado del arzobispado, reiteró que el Tribunal no era competente y que el arzobispo tiene responsabilidad mínima sobre el tribunal, casi como “proporcionarle papel para la fotocopia”. Escandaloso, pero así el arzobispado se libraba con formalismos de responsabilidades que debió asumir la Iglesia Católica por su silencio desde que se conociera el tema. E incluso más, desde que el Sodalicio era cuestionado por sus métodos hace décadas. Los múltiples escándalos de pedofilia denunciados en el mundo los ponían en la obligación de mostrar real apertura, adelantarse y mostrar una actitud cristiana (si entendemos la palabra de igual forma). Pero en cuatro años estuvieron en silencio. Y cuando explotó el escándalo en el arzobispado se pusieron de lado, criticando al Sodalicio pero sin discutir su propia responsabilidad. Este resultado me pareció injusto e indignante. Un escape fácil. Más allá de lo que digan las formas, sabemos quién manda en el Palacio Arzobispal y no es su estilo guardar silencio. ¿Es creíble que un arzobispo que habla de todo, que cuestiona a los actores políticos que no le gustan, que nos recuerda de nuestras faltas morales al apoyar temas como la unión civil, el aborto terapeútico y la píldora del día siguiente, no tenía nada que decir en cuatro años sobre un caso tan grave como este? Injusto, pero lamentablemente así estaban las cosas. Hasta el jueves. Ahora de confirmarse que las denuncias no se procesaron, o se enterraron en algún sótano, el escándalo sí llegaría al arzobispado. Significaría que nos han mentido. Que prefirieron evitar el escándalo a reportar a depredadores, tanto los directamente mencionados como aquellos que, ante la ausencia de investigación y castigo, siguieron actuando. Cabe la posibilidad de que todo sea un error y que una explicación sencilla aclare el asunto. Las denuncias se enviaron en esta fecha, fueron recibidas por esta oficina y estos son los documentos que lo prueban. Pero esta vez se requiere una respuesta concreta. Eso también permitirá por fin saber si, de haberse enviado las denuncias, fue una respuesta célere o solo lo hicieron ante la inminencia del escándalo. Quienes hemos conocido y acompañado a las víctimas de este caso estamos obligados a levantar la voz y demandar una explicación a quienes debieron ser pastores y, más bien, habrían optado con su silencio por proteger al lobo.