“Descubierto” con fanfarria para el mundo de la medicina androcéntrica por el anatomista veneciano, Renaldo Colón, en 1559, quien lo intituló “Dulzura de Venus” (amor Veneris, vel dulcedo appelletur), el clítoris tiene una única función en el cuerpo femenino y es según este otro Colón, “el deleite de las mujeres”. Por eso la ablación del clítoris en algunos pueblos ha sido la forma de control de la mujer y su mantenimiento en subyugación bajo el dominio masculino impidiéndole el acceso a la plenitud sexual. Hoy la extirpación del clítoris es considerada por Naciones Unidas como “mutilación sexual femenina” y desde el año 2012 “una forma de violencia contra las mujeres”. Otro lugar pequeñito de nuestro cuerpo también se ha considerado como el “locus del honor” del varón, por eso el ansia por su control ha alentado guerras y matanzas: desde la de Santa Úrsula y las 11 mil vírgenes hasta la nueva guerra santa fujimorista. Me refiero al himen: la veladura de entrada a la vagina que aún hoy en el Perú es motivo de debate. Resulta que el nuevo socio del fujimorismo, el pastor evangélico Alberto Santana, miembro de la ultramontana Coordinadora Cívica Evangélica, ha hecho una declaración digna de Torquemada: “Dios ha puesto en la mujer el himen como sello de garantía que simboliza su virginidad y pureza en el altar. Así como cuando una botella está sellada de fábrica […] Así también es la mujer virgen, cuando tiene el himen intacto. Pero cuando el sello de la bebida está roto no garantiza un buen sabor y su salud corre peligro […] Así también es la mujer que tiene el himen desflorado, no garantiza salud o enfermedades. Si una mujer no es virgen, el hombre puede infectarse a través de ella”. Esta serie de dislates no deberían de contestarse, pero nos preocupa que impunemente se lancen a la opinión pública porque el control religioso sobre el cuerpo de la mujer es parte del conglomerado machista de una ideología religiosa ultraconservadora. Usar el argumento del himen como “protección” de las virtudes de la “santidad” solo tiene como explicación el avance de las luchas de nosotras, las mujeres, por la libertad de nuestros cuerpos. Colón no descubrió nada, como sabemos, el kleitoris ya había sido designado como tal por Rufo de Efeso (s.II dC); por otro lado, el himen, no es ningún sello o tapón o corcho; es solo una membrana que no se rompe necesariamente con el coito. Lo peligroso es la significación que se da a estas partes del cuerpo y las prácticas de control que justifican. Hoy se sella este pacto entre ese “sentimiento autoritario” llamado fujimorismo y los sectores más ultraconservadores de nuestra sociedad. Una mujer lo firma, contradiciendo sus propias palabras en el imperio del liberalismo, la Universidad de Harvard, algunos meses atrás. ¿No es acaso coherente esta incoherencia?