La presente campaña electoral permite constatar cuán poca importancia otorgan los partidos políticos y sus líderes a la cultura, con la solitaria excepción del Frente Amplio de Verónika Mendoza. Constatemos que la cultura puede ser muy rentable. México, el país que, junto con el nuestro, tiene el más amplio patrimonio artístico y monumental del continente, decidió varias décadas atrás invertir en la infraestructura para poner en valor sus tesoros culturales y los resultados están a la vista. Aunque aún se encuentra lejos de los 83 millones de turistas que Francia recibió en el 2014, con 29.3 millones de turistas que lo visitaron casi empató la población total del Perú. Mientras tanto, el Perú, que ha sido bendecido con enormes recursos naturales y culturales, atrajo alrededor de 3.2 millones de turistas, que dejaron aproximadamente 3 mil millones de dólares en ingresos. El prestigio obtenido por la gastronomía peruana, gracias al extraordinario trabajo desplegado por el grupo de líderes empresariales encabezados por Gastón Acurio, ha sido fundamental para alcanzar este logro. Diría que hasta aquí llega la conciencia empresarial en cuanto a la importancia de la cultura para el país. Pero hay dimensiones más profundas, políticas, en las que la cultura debería ocupar un lugar central, cuando se trata de diseñar una estrategia general de desarrollo para el país. Estas se fundan en el papel que juega la cultura para la sociedad. ¿Qué nos hace peruanos? Un conjunto de rasgos comunes en los cuales nos reconocemos: la conciencia de constituir un momento de una muy larga historia, que se remonta a unos 10 mil años atrás, cuando aquí se descubrió autónomamente la agricultura. Un conjunto de hábitos y costumbres, entre los cuales el amor a la buena mesa y al ceviche ocupa un lugar preferencial (cualquiera que haya viajado podrá testimoniar el lugar central que ocupa la gastronomía en el diálogo y las añoranzas de los peruanos residentes en el exterior). Algunos idiomas comunes que hablamos y las formas dialectales que nos son peculiares y que nos diferencian, por ejemplo, de un boliviano, un chileno, o un bonaerense porteño. Formas particulares de religiosidad, como el ahora cosmopolita culto al Señor de los Milagros. En los ejemplos señalados y muchos más que pudieran añadirse la sustancia común es la cultura. Son cultura nuestros usos, nuestros hábitos, nuestra lengua, nuestra religiosidad, nuestra forma de vestir, de hablar, de cantar, de amar; en pocas palabras, de darle sentido a nuestro lugar en las redes de relaciones naturales y sociales en que estamos insertos. Por eso la cultura es el componente fundamental sobre el cual se construyen las identidades sociales que nos hacen uno y diferentes de los otros. Somos peruanos porque compartimos una cultura, como somos católicos, budistas, agnósticos o ateos, o hinchas del Alianza o de la U, o campesinos, o proletarios, o burgueses, o apristas, o pepecistas o izquierdistas por la cultura compartida. Y eso nos diferencia de los “otros”: los extranjeros, los del partido o el equipo rival, o los mistis, o los indios, o los ateos, o los creyentes, y por eso construimos tradiciones, ritos y señas que nos distinguen: el brazo extendido fascista, el puño en alto de la izquierda, el pañuelo aprista, el martirologio. Y construimos formas de amar y de odiar peculiares. Para decirlo concisamente: es en la cultura donde nos volvemos sujetos sociales y políticos. Por eso es importante la cultura para el desarrollo nacional. El logro de las grandes metas, o las grandes transformaciones, como la subversión de una realidad que se considera inaceptable (la corrupción), o injusta (la desigualdad social), o intolerable (la desnutrición infantil, la muerte de niños por el frío, la discriminación por género, costumbres, raza, etc.) solo puede alcanzarse cuando hay sujetos sociales capaces de enfrentar estas plagas. No podemos con ellas como individuos, pero sí como colectivos con conciencia de un objetivo común. Carlos Marx decía que las ideas cambian el mundo solo cuando logran encarnarse en fuerzas sociales, cuando se convierten en el proyecto común de sujetos sociales con conciencia de su identidad y de la comunidad de sus intereses. Solo los sujetos sociales y políticos pueden cambiar el mundo. La cultura es fundamental para la política porque es en ella donde se construyen los sujetos sociales y políticos y estos son los protagonistas de la historia. Por eso cualquier gran proyecto nacional no puede desentenderse de ella.