En preparación de un libro sobre los célebres psicosociales, leo extemporáneamente el libro de Sally Bowen y Jane Holligan: “El Espía Imperfecto: La Telaraña Siniestra de Vladimiro Montesinos”. Fue publicado por Peisa en el 2003, de modo que mucho de lo relatado en ese absorbente y bien documentado texto ya lo conocía. Sin embargo, como la memoria es frágil y acomodaticia, no dejo de sorprenderme al revisar paso a paso el proceso mediante el cual Montesinos se preparó, desde muy joven, para convertirse en el Asesor. El momento de contacto entre ambos personajes, hoy encarcelados, ocurre cuando Francisco Loayza conduce a Montesinos ante el candidato Fujimori, el outsider que surge del fango cual orco y arruina el proyecto de Mario Vargas Llosa y el movimiento Libertad, con el apoyo del partido aprista y –esto no lo recordaba, por ejemplo– la izquierda. “Hoy más que nunca tenemos que coparlo. Existen todas las posibilidades. ‘El Chino’ está en la calle”, le dijo Vladimiro a Francisco. El plan, como hoy sabemos, funcionó más allá de las más delirantes expectativas del capitán expulsado del ejército por traidor. Como si esto fuera insuficiente para un relato en los límites de la verosimilitud, uno de los financistas de la hasta entonces modestísima campaña fujimorista, fue el narco Pablo Escobar, a quien Montesinos conocía bien y con quien ya había colaborado. A pedido del taimado ex militar, el “Patrón del Mal” le envió un millón de dólares en cajas de televisores, desde Medellín. Incluso Alberto llamó a Pablo por teléfono a fin de agradecerle su colaboración. “Mi querido Presidente”, le dijo el capo del narcotráfico, explicándole que él también era “un liberal de pura cepa” y que algún día sería Presidente de Colombia. Podría continuar con estos apasionantes extractos –acaso lo haga en otra nota– pero el espacio me exige pasar a otro punto: ¿Cómo ha procesado el fujimorismo de la generación siguiente estos inicios criminales, los cuales derivaron en un progresivo deterioro de la institucionalidad, un imparable progreso de la corrupción y una impunidad que no se detuvo hasta que fueron obligados a hacerlo? Los hijos (Keiko, Kenyi) no son responsables de los crímenes de su padre. El propio hijo de Pablo Escobar se ha reunido con los de Galán y Lara, dos políticos asesinados por órdenes de su progenitor (se les puede ver en YouTube). Tampoco de la destrucción del tejido moral y político de la sociedad peruana. Pero sí tienen la obligación, puesto que pretenden representarnos, de explicar minuciosamente cómo pretenden reparar ese daño, cuál es su responsabilidad en el proceso de expiación de lo heredado (por eso están primeros en las encuestas, después de todo) y por qué deberíamos creerles que el cambio ofrecido es genuino y no oportunista. No me hago ilusiones al respecto. La política peruana, como gran parte de la latinoamericana, ve en el pragmatismo una modalidad aceptable de supervivencia. Lo cual no nos exime a los ciudadanos de exigir cuentas y luchar contra la corrupción. Algún día aprenderemos.