Histórico. Publicó tres libros en francés en México, y cuando quiso lanzar el primero en español, La tortuga ecuestre, no le alcanzó el dinero para hacerlo: 60 años después de su muerte, recién aparece su obra completa en cinco maravillosos volúmenes.,Una de las maldiciones literarias más prolongadas en la historia de las letras peruanas finalmente ha concluido. Se han publicado en cinco tomos más de 1.800 páginas de poemas, crónicas, ensayos, apuntes, cartas y prosa diversa de César Moro, autor de culto cuyos libros paradójicamente es casi imposible ubicar en las bibliotecas. La edición de la obra completa significa el ocaso de una maldición para un poeta que en vida publicó solo tres libros, todos en francés, Le château de grisou (1943), Lettre d’amour (1944) y Trafalgar Square (1954), que en total suman nada más que 43 poemas. Libros de los que se publicaron la exigua cifra de 425 ejemplares. Cuando andaba en busca de dinero para financiar la impresión de La tortuga ecuestre, compuesto por versos en español, lo derribó la muerte. César Moro, cuya verdadera identidad es Alfredo Quíspez Asín Mas, falleció en Lima la horrible el 10 de enero de 1956, antes de cumplir los 53 años, lamentablemente no pudo disfrutar de la dicha de mirar en los estantes La tortuga ecuestre, el que consideraba el mejor de todos sus títulos. Es que Moro siempre fue un prófugo. Un perseguido. Un hombre marcado, hasta el final de sus días. Nacido en la capital el 19 de agosto de 1903, estudió en el Colegio La Inmaculada y al graduarse viajó a París, a los 21 años, en 1925, atrapado por la pintura y la poesía, luego de renunciar a sus clases de ballet por una pleuresía. Rápidamente se involucró con los popes del surrealismo, André Breton, Paul Éluard y Benjamin Péret, y se convirtió en uno de los pocos escritores latinoamericanos del movimiento que hizo estallar por los aires los formatos tradicionales del arte. Un mérito indiscutible el de Moro, pero que casi no se reconoce en su patria. En una suerte de homenaje –aunque en realidad parece tratarse de un equívoco–, el municipio de San Miguel bautizó con su nombre una pequeña calle inhóspita, aledaña a avenidas, jirones y bulevares que tributan a jefes militares que perdieron guerras, dictadores asesinos de baja estofa y a políticos y autoridades innombrables. En 1932, en sus últimos días en París, se sumó al rechazo al golpista Luis Sánchez Cerro, y en 1934, ya estaba de regreso en Lima, más por necesidad que por voluntad propia. Sin embargo, nunca perdió el ánimo literario. Cuando el poeta chileno Vicente Huidobro lo atacó con frases racistas y homofóbicas –“maricón, morito de calcomanía”, le decía–, Moro le respondió como se merecía: “Obispo embotellado”, lo insultó con clase. En ese tiempo los verdaderos problemas de Moro surgieron no de la poesía sino de la política por su adhesión a la República española que enfrentaba al golpista Francisco Franco. Los agentes del dictador militar Óscar Benavides Larrea le pisaban los talones, así que tuvo escapar a México, en 1938, donde se reencontró con André Breton. En territorio azteca no solo recuperó el vínculo de sangre con el surrealismo sino que se enamoró del hombre de su vida, Antonio. EL PERSEGUIDO Se relacionó con los grandes poetas mexicanos Xavier Villaurrutia, Carlos Pellicer, Gilberto Owen y Salvador Novo, entre muchos otros, y publicó en revistas memorables como El Hijo Pródigo y Letras de México, y sin embargo vivía prácticamente de prestado. Así que en 1948 tuvo que retornar a su horrible Lima, donde malvivió. Se hizo profesor de francés en el Colegio Militar Leoncio Prado y en la Escuela Militar de Chorrillos, recintos de formación de machos donde los alumnos solían mofarse de su homosexualidad. Los poemas de su libro más querido, La tortuga ecuestre, que escribió en México entre 1938 y 1939, recién aparecieron en 1957, casi dos años después de su muerte, cuyo origen todavía se desconoce. El título contiene el clásico poema “Vienes en la noche con el humo fabuloso de tu cabellera” (“Apareces/ La vida es cierta/ El olor de la lluvia es cierto/ La lluvia te hace nacer/ Y golpear a mi puerta”); era suficiente poesía como para irse en paz al otro mundo. Pero no fue eso lo que ocurrió con la obra de César Moro. Sufrió largos y mortales silencios editoriales que felizmente concluyen ahora con la extraordinaria publicación de cinco volúmenes –gracias a Sur Librería Anticuaria y la Academia Peruana de la Lengua–, editados bajo la conducción de uno de los mejores conocedores de la vida y la poética de Moro, Ricardo Silva-Santisteban, además traductor de gran parte de la producción del poeta. César Moro ha resucitado; su poesía vivirá para siempre.❧