El 14 de enero se estrena “No estamos solos”, su última película, en la que encarna a un sacerdote exorcista. El cine lo hizo crecer como actor, pero fue la televisión la que le dio popularidad. Por eso dice que siempre volverá a ella. Aunque fracase., –No estar en Al fondo hay sitio me ha costado. Me ha costado, literalmente. Lucho Cáceres (47) choca su puño derecho con la palma de su mano izquierda tres veces, y sonríe. Se entiende, claro: le ha costado plata. En 2009 tuvo la oportunidad de integrar el elenco de la que es considerada hoy la serie más exitosa de la television peruana. Según cuenta, el personaje de “Pepe”, el vivaz chofer de microbús y uno de los miembros más sinvergüenzas de la familia Gonzales, fue escrito para él. Años atrás, Lucho había trabajado con Efraín Aguilar en Mil oficios interpretando a “Kikín”, el guapo del barrio, el gallo del gallinero, así que este nuevo rol resultaba a su justa medida. Pero él dijo que no. Que gracias pero no. En ese momento le acababa de llegar una oferta que le abría todo un nuevo mundo de posibilidades de desarrollo profesional. Y él –que corría el riesgo de quedarse encasillado, que quería demostrarle a todos quienes lo seguían viendo como un ex modelito de Gisela o como un actor cómico que era un actor a secas y con todas sus letras– necesitaba de una oferta como esa. Esa oferta era hacer cine. Y no ser un extra ni un secundario; ser el protagonista. La película se llamó Cielo oscuro y fue estrenada en 2012. En ella Lucho interpretaba a “Toño”, un comerciante de Gamarra que vive una tormentosa relación con una joven actriz. Aunque no tuvo gran éxito de taquilla, el filme fue saludado por los críticos y le sirvió a Cáceres para demostrarle al público que no era un actor de un solo registro. –Si no hubiera elegido hacer Cielo oscuro no hubiera hecho El evangelio de la carne ni El elefante desaparecido ni ninguna otra de las películas, porque cuando estás allí (en Al fondo hay sitio) no puedes hacer cine, a menos que coincida con tus vacaciones– dice él ahora, sentado en su departamento miraflorino, casi siete años después de haber tomado esa decisión. –Entonces, hacerla me reafirmó en mi intuición, que sí, que hice bien, aunque hice sacrificios, como mierda, ¡como mierda! No tendría uno, tendría tres de estos ‘depitas’, como los tienen mis amiguitos de Al fondo hay sitio... (sonríe). –Pero ahora– dice, poniéndose un poco más serio–, sin ánimo de sonar vanidoso, ya me quité de la cabeza si alguien me toma por un actor de verdad o no. Ya no me importa. Hombre de poca fe El jueves 14 de enero se estrenará la última incursión cinematográfica de Lucho Cáceres: No estamos solos. La cinta, dirigida por Daniel Rodríguez Risco, cuenta la historia de una joven familia que se muda a una casa a las afueras de Lima, donde vivirá extraños y aterradores sucesos que requerirán la presencia de un exorcista. El personaje de Lucho, el padre Rafael, no existía en el guion original. En el guion aparecía un chamán. Pero el actor dice que cuando el rol llegó a sus manos, sintió algo que nunca antes había sentido: no supo qué hacer con él. Cuarenta y ocho horas después, el director le llevó una nueva propuesta: esta vez su personaje era un científico que investiga hechos paranormales. Lucho trató de interiorizarlo, pero tampoco lo consiguió. Su problema era simple: él es un hombre que no cree en lo paranormal. –Yo soy bien escéptico con esas cosas. Nunca he tenido una experiencia de ese tipo. Claro, de hecho que tú sabes que no estamos solos, que hay alguien más en otros planetas, pero... nunca te importa saber si existen o dónde están... Lucho dice que gracias a la generosidad de Daniel Rodríguez pudieron construir juntos el personaje del sacerdote (que, de hecho, ya existía en los primeros borradores). Le dieron la personalidad de un cura de pueblo, que fuma sus cigarros y bebe su pisco y que está muy involucrado con la intimidad de los vecinos de su comunidad. Dice que su modelo fue el padre Damien Karras, de El Exorcista, (aunque no le gusta decirlo en las entrevistas porque después no faltará quien salga a decir que toda la película es una copia del filme de 1973). Le gustaba la idea de que no fuera un sacerdote y punto sino que tuviera complejidad, conflictos. Y espera que todo ello quede reflejado en la cinta. No crees en los hechos paranormales pero ¿eres creyente? No... (duda). A veces digo que soy agnóstico, pero creo que soy una persona de poca fe. Porque cuando me ha pasado algo, he dicho: “Dios mío, ¿por qué haces esto?”. Pero cuando mi vida agarra velocidad crucero, digo que soy agnóstico. ¿No has necesitado a Dios alguna vez? Sí, claro, muchas veces, muchas veces. De dolor, de sentirte en el piso, definitivamente. Alguna vez, en algún episodio de mi vida, la frase fue “lo único que te pido es darme fuerzas para pasar este momento”. Y funcionó, pero me quedó la duda de si fue Él o fui yo (risas). La comedia que falló El mote de “ex modelito de Gisela” le jodió por muchos años. Él dejó la carrera de Derecho, en 1994, no para ser modelo de tv sino actor y comenzó en una obra de teatro de Tito Salas. Pero eligió la televisión para buscar exposición, pantalla. Y lo consiguió. Michel Gómez lo llamó para que actúe en La Rica Vicky (1997) y Amor serrano (1998). Luego, llegó Mil oficios (2001), el personaje de “Kikín” y la popularidad. Lucho Cáceres ha hecho televisión, teatro y cine y tiene muy claro cuál es el tipo de relación "amorosa" que lo ata a cada uno de estos formatos. –La televisión es mi matrimonio. Ya no hay esa pasión pero nos llevamos bien, nos entendemos, nos apachurramos, vemos tele. El cine me pone un poco más... me arrecha (risas). "¿Qué pasará con esta pela? ¿Hacia dónde volará? ¿A qué festivales irá?". Con el teatro tengo otro tipo de relación; me cuesta mucho hacer teatro, hago a lo mucho una obra por año. Me exige demasiado; es como una amante fogosa a la cual no sé sostener... Y volviendo a la tele, la tele es mi familia. Y tú no dejas a tu familia, ¿no?, así aparezcan las otras dos amantes (risas). Lucho dice que siempre volverá a la tele a pesar de que su última experiencia televisiva no fue la mejor. Durante años, él y su socio prepararon una sitcom llamada "Somos family" que a mediados del año pasado vendieron a Latina. La producción fue levantada al cabo de un mes. Él dice que la serie fue maltratada, "pisoteada", por los programadores del canal, que la cambiaron de horario tres veces en seis días y que la pusieron a competir con una telenovela de América que llevaba 15 días al aire. Él sospecha que algún ejecutivo de Latina quería que su serie fracasara para así hacer más espacio para los realities. Él dice que se quedó tranquilo porque, al menos, no perdió plata. E hizo la serie que quería hacer. La mala experiencia con "Somos family" no lo ha desanimado de seguir en la producción. Quiere hacer un programa de humor. De sketches tipo Risas y salsa, pero con actores. Ya tiene un elenco tentativo en la mente –Gisela Ponce de León, Jely Reátegui, Magdiel Ugaz, César Ritter, Christian Ysla, Pold Gastello– y hasta los posibles skecthes –"la carnicería", "los dos amigos", "los tres rateros", "el par de curitas", "las dos viejas en la banca"... No le gusta el humor que ve en la televisión –"¿Has visto a Carlos Álvarez? Yo no le veo nada"– y quiere algo nuevo, pero inspirado en lo mejor de lo que se hizo en el pasado. Sin embargo, por un momento, mientras habla entusiasmado de estas ideas, lo asalta la duda. –¿Tú crees que funcionaría algo así? De repente ya no, ¿no? De repente me está ganando el feeling de la nostalgia... Pero no sé. A lo mejor sí funciona. Lo único que queda claro es que aunque a Lucho le tome tiempo y dinero, llevará su proyecto a la práctica. Con 20 años de carrera, ha demostrado largamente que no le asusta correr riesgos. Sacrificarse. Aunque le cueste. Literalmente le cueste.