Esto no va de cositas de escritores. Va de la escritura. La física y la simbólica. De algo tan amplio y generalizado como los relatos que hacemos de las cosas. De la tentación de contar y ser contada, de su éxito o su fracaso. De la vida como construcción narrativa. Hace unos días me preguntaron otra vez por qué tenía la necesidad de vivir para contarlo. Y aunque tuve que reconocer que lo he hecho más de la cuenta, esta vez me dio por pensar que si invirtiéramos los términos, es decir, si habláramos de la necesidad de contarlo para vivirlo, no sería menos verdadero.Podemos escribir como una forma de resignificar la vida, de convertir la experiencia en otra cosa, pero también la escritura puede ir por delante de la experiencia por venir, guiándola, iluminándola con pasos cortos por un pasillo oscuro, con la claridad tenue y mágica de una vela encendida en un extremo de la mano temblorosa. En el proceso de hilar un relato creíble para una misma se da el hallazgo milagroso de re-conocernos mañana. Y ocurre que cuando todo es caos y confusión, cuando más remoto parece el horizonte, el orden de la escritura puede conseguir generar el orden de la vida. Para así continuar.Me he pasado las últimas cuatro semanas dictando no un taller sino la negación de un taller de escritura: quince personas, el noventa por ciento mujeres, conectadas desde nuestros whassaps para hablar del relato de las experiencias. Aún me remece recordar cómo se mezcló todo, textos y vidas, la vivencia en tiempo real de nuestros dramas y comedias. Allí pude comprobar que a veces escribirnos, el ejercicio de buscar una estructura, un tono, una voz, son solo maneras de encontrar lo que queremos de la vida.❧