La pantalla de los votantes de Kuczynski, que los hace creer (o fingir que creen) que eligen una alternativa democrática, parecerá más sólida estas semanas, pero se vendrá al piso al final de la segunda vuelta. Una victoria de Keiko Fujimori nos devolverá a los noventa, con el fujimorismo controlando el Ejecutivo y el Legislativo y, bajo la mesa, el Judicial. Que se cuiden los inocentes que fueron llamados “terroristas” en la campaña, los periodistas libres, las ONG, los reclamones deudos de los asesinados por su padre. Y a contar los días antes de que Keiko lleve a Alberto a casa y el Congreso y el TC lo dejen libre y lo rehabiliten políticamente: Fujimori se sentará pronto en el sillón de Palacio que su hija le reserve y será el Montesinos de Keiko, con el verdadero Montesinos detrás de las cortinas. Una muy posible victoria de Kuczynski nos dejará con él en Palacio de Gobierno y un Congreso dirigido desde la DIROES (por poco tiempo). Kuczynski tendrá el Ejecutivo, se desenrollará como una alfombra para las transnacionales, olvidará la consulta previa, dependerá de la misma minería que ha vuelto ricos a los ricos y pobres a los pobres por 500 años. Gobernará en pacto natural con el fujimorismo y una supermayoría de casi 90 parlamentarios. Sacará a Fujimori de la cárcel (ya lo dijo) y tendrá el apoyo de la peor mafia por cinco años, con todas las concesiones que se hacen cuando el socio es una banda delincuencial. Sea como sea, es posible que nos espere el gobierno más derechista de la historia republicana y uno de los más corruptos y nefastos… ¿Celebramos?