El distrito más antiguo de la provincia de Cañete celebró el sábado pasado el deslumbrante Carnaval Negro, una festividad marcada por las raíces afroperuanas del pueblo., Luis Pérez Revista Rumbos Panorama ajetreado. Movimiento en los hogares, calles alborotadas, vecinos nerviosos. Comentarios optimistas en las esquinas. Inquietud en la Plaza de Armas. Vestimentas multicolores por todos lados y el son de los instrumentos de percusión vibrando por aquí y por allá. Ese es el palpitar del distrito de San Luis antes del Concurso Intercalles. Poco a poco, los carros alegóricos y las delegaciones se aproximan al municipio. “Estamos aquí para rescatar una costumbre que se estaba extinguiendo”, proclama emocionado uno de los bailarines. Y es que así son las cosas en el Carnaval Negro. Todos se ponen la camiseta para mantener las costumbres del pueblo, pero, más allá de ese sentimiento compartido, los sanluisinos luchan por su barrio. “Llevarse el título del Intercalles es un orgullo”, vuelve a proclamar el bailarín. Tiene razón. La competencia implica discreción. No se pueden contar detalles sobre la danza que realizarán frente al jurado y al público. Cae la tarde. No hay Ño Carnavalón. Mucho menos talco ni agua. Majestuosamente, la efervescencia del cajón, el bongó y la quijada hacen de las suyas. La música posee los cuerpos. Más aún el de los bailarines de la calles Santo Solano y Comercio. En ese orden, los grupos muestran una danza que escenifica la llegada de los esclavizados al distrito y un cimbreante festejo. Danza a todo dar. Las hurras remecen la calle. Pero quienes se llevaron todas las ovaciones fueron los danzantes de la calle Salaverry, quienes, bailando, entonaron un canto en la lengua africana ‘kikongo’: “Carrampembe, borundanga, chechere”. Fuerza y destreza. Delirio y pasión les corre por las venas. Ovación. El jurado y el pueblo ya tienen a su ganador. Y es que en San Luis sí saben de ritmo negro.