Cuando estábamos enfrascados en esos temas profundos que suelen acaparar la atención de los peruanos -como la escasez de figuritas del álbum de Panini, por ejemplo-, de pronto, globalizadísimos como somos, terminamos enganchados con la gran bronca del momento, la nueva guerra fría -pero con mucho glamour y sin Kruschev- que tiene a los españoles comiendo canchita y mordiéndose las uñas a la espera de un (esperemos que no tan) cruento desenlace. Estamos hablando, obviamente, del pleito desatado entre la reina consorte de España, doña Letizia Ortiz, y la reina madre, doña Sofía Margarita Victoria Federica de Grecia, miembro de la casa de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg, quienes, como dos vendedoras de mercado, se agarraron hace una semana en un chongazo que ha terminado ocupando las primeras planas de la prensa del corazón europea y, cómo no, sus buenos titulares en la prensa seria. Los detalles los conocemos al dedillo los peruanos, que amamos el cotilleo sobre la realeza (la europea, claro, porque la inca nos da roche), tanto que decenas de compatriotas estuvieron hace un par de semanas haciendo su colita -sin duda para intentar aspirar algo del vaho de sangre azul que emanaba de la capilla de la iglesia San Pedro-, cuando se casaron el príncipe Christian de Hannover y la peruana Alessandra de Osma, que es lo más cerca de hemos estado de las dinastías del viejo mundo desde que el ya fallecido primer ministro Manuel Ulloa se casó con la princesa Elizabeth de Yugoslavia, allá por el año 1987. Claro que, en los tiempos en que los príncipes se casaban con mujeres de camada, perdón, de estirpe real, estas cosas no sucedían en público. Pero resulta que el ahora rey Felipe VI, cuando todavía era un larguirucho y desgarbado muchachón que la revista Hola promovía como el soltero más codiciado de España, decidió fijarse en una guapa y plebeya conductora de noticieros, y desposarla, convirtiendo a la antes respetada realeza en un conventillo donde todos se creyeron con derecho a opinar. Pero, ¿qué hay detrás de esa bronca que se hizo evidente en un video que es el viral más visto de la semana? Los españoles, por cierto, se han puesto, en su mayoría, del lado de la anciana reina, que no por nada tiene tal cara de viejecita maltratada que, en las imágenes, pareciera a punto de llorar, mientras Letizia, altota y mandona, se interpone entre ella, sus nietas y los fotógrafos, en tanto el rey, aterrorizado, trata de mediar en el lío sin que nadie -tampoco allí- le haga mucho caso. Desde entonces, los ataques a Letizia se han multiplicado, y ha habido más de un acto público en el que sus súbditos le han gritado desde “¡malcriada!” hasta “¡floja!”. Incluso en este país perdido de la mano de Dios -llamado Perú- se armaron sendos debates en las redes sociales y hubo quienes se lanzaron a opinar que la esposa de Felipe no sabe comportarse como una reina. Claro, lo gracioso es que, de pronto, todo el mundo aquí sabe cómo sí debe comportarse una reina, cuando lo más cercano que hemos tenido a una soberana es doña Gisela I, Madre de dragones, Khaleesi de los Realities, Reina del mediodía, Señora de los siete canales y eterna ex de Roberto Martínez. Yo, personalmente, que de cosas de la realeza europea solo sé que de tanto aparearse entre parientes terminaron hemofílicos y que Estefanía de Mónaco es la única princesa que se merece su pela de Disney por rebelde y respondona, no me atrevería a opinar sobre el chongo Letizia-Sofía, porque sé que en estos líos suegra-nuera hay muchos más entripados de los que uno podría imaginar. Sí, vimos a una Letizia prepotente pechando a la anciana madre de su esposo, pero ¿quién nos dice si doña Sofía no ha sido una de esas suegras arpías que le hacen la vida a cuadritos a la nuera? O, quién sabe, a lo mejor la dulce viejecita es un témpano que sólo toca a sus nietas a la hora de la foto. O, lo más probable, hay una ruda competencia entre las dos reinas para ver quién domina mejor al calzonudo de Felipe. Lo único bueno de todo este desmadre es que pudimos comprobar que estos líos de llonja ocurren hasta en las mejores familias. ¿No se siente un poco más contento ahora con la familia que tiene? Agradezca que, por lo menos, sus trapitos sucios los lavan en casa y sin decenas de cámaras escudriñando sus intimidades para trasmitirlas al mundo.