Sí, ya sé, entre el barullo de la vacancia presidencial y la boda de Alessandra de Osma (apodada “princesa de los Andes” por la prensa del corazón europea, tal vez por su gran parecido con cualquier chiquilla puneña, como ya lo habrán notado) versus el príncipe Christian de Hannover (que no está tan bueno como Christian Grey, pero fue hijastro de nada menos que Carolina de Mónaco, la fucking master del glamour), es seguro que a usted se le pasó un pequeño suceso que tuvo lugar en los ámbitos del Poder Judicial: después de cuatro años de cruel separación, Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos volvieron a verse las caras. Fue a propósito del juicio por el secuestro de Gustavo Gorriti, después del cinco de abril y, aunque esta vez no hubo guiñito cómplice ni miraditas de reojo, ambos personajes siguieron cubriéndose las espaldas, al punto que Fujimori -citado tan sólo en calidad de testigo gracias a la protección del indulto trucho que le regaló Pipikey- no sólo exculpó totalmente a su ex socio y compañero de chilingui diciendo que este no tuvo nada que ver con las decisiones del autogolpe (ja), sino que aseguró, muy suelto de huesos, que él mismo se enteró sobre el secuestro del periodista en una conferencia de prensa de boca… del propio secuestrado. Entonces, ¿Gorriti se autosecuestró? ¿Fue abducido por una nave extraterrestre y terminó en los sótanos del SIN? ¿Se teletransportó hasta allí desde el puente de control de la Enterprise? Bueno, eso es más o menos lo que Fujimori quiere que se piense -contra la opinión de la Fiscalía, que tiene suficientes indicios para asegurar que tanto el golpe como el secuestro y persecución de los opositores fue una idea conjunta de los gemelos del mal-, con lo cual le hace un favor enorme a su ex asesor, faltaba más. Jamás, en los dieciocho años que han pasado desde que se reveló la corrupción de los años del gobierno fujimontesinista, se ha visto que alguno de los dos personajes ataque o cuestione al otro, hecho más que sintomático, puesto que la defensa más sencilla en ambos casos sería echarle el pato a ex socio. Uno, diciendo que cumplió órdenes superiores y, el otro, que su subordinado se excedió en sus funciones y jamás le informó de nada. Peor aún: han sido innumerables las ocasiones en las que se han prestado sospechoso apoyo, como en el juicio sobre la prensa chicha, cuando Montesinos se negó a declarar, ayudando a que su viejo compinche saliera mejor librado. Obviamente, por su parte, Fujimori ha tratado siempre a Montesinos con guantes de seda -ni siquiera en aquel allanamiento tramposo en la vivienda de Trinidad Becerra, su esposa, cuando Fujimori quiso jugar a la persecución policíaca llevando hasta a un fiscal bamba y cargándose, de paso, decenas de maletas llenas de videos-, y jamás se ha escuchado de sus labios una sola condena al hombre que, según sus defensores, fue el culpable de los excesos de su gobierno, de los cuales, pavazo, él nunca se enteró. Pero más curioso aún es que ese respeto por Vladimiro se haya extendido a toda la dinastía, pues, más allá de un par de leves críticas de Keiko en campaña (casi siempre forzadas por alguna entrevista incómodamente exigente), jamás la lideresa de la mototaxi ha descalificado ni insultado al viejo tío Vlady. Y no es que la ñaña tenga remilgos en maltratar a un anciano, pues hay que ver el entusiasmo con el que ha denigrado todos estos meses al octogenario que ocupa Palacio. ¿Y Kenji? Tampoco, tampoco. En sus pocos meses de cainita, ¡ejem!, de político activo, tampoco se ha referido nunca al hombre de cuya pelada se burlaba de niño en las reuniones de altos mandos que tenían lugar en su playland particular, también llamado Palacio de Gobierno. ¿Será que aún le guarda filial cariño en recuerdo de las vivencias infantiles en el calor del Pentagonito? Difícil saberlo. Sin embargo, una anécdota de las últimas semanas puede pintarnos mejor el vínculo que existe entre los hermanitos Fujimori y el viejo tío Vlady. Cuando el indescriptible Héctor Becerril, en su afán de desprestigiar al Avenger de utilería, llegó a decir que Montesinos había dejado “hondas huellas” en este, el tío, a través de su cuenta en Facebook (que maneja, según se sabe, su abogada Estela Valdivia) lanzó una frase más que significativa: “En la década del 90 con quien yo hablaba mas es con Keiko Fujimori y no con Kenji, por lo que, si dejé alguna huella, esa debe ser en Keiko.” ¿Y qué dijo Keiko? ¿Saltó indignada a plantarle un juicio por difamación? Naaa… Calló en todos los idiomas, como han hecho hasta hoy todititos los Fujimori. Tanta consideración es, cuando menos, sorprendente. ¿Será que, pese a su leyenda negra, Vladimiro Montesinos fue el tío adorable al que uno jamás deja de querer? ¿O, pecando de malpensados, será que sabe tanto, pero tanto, que es mejor mantenerlo tranquilito para que no se le suelte la lengua?