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Una canción de justicia para Chile, por Omar Cairo

“Esta sentencia nunca podrá ser olvidada. Volverá a brillar, en cualquier país, cada vez que alguien pretenda justificar las matanzas perpetradas por funcionarios gubernamentales”.

(*) Mag. y prof. de Derecho Constitucional de la PUCP.

El 11 de setiembre de 1973, luego de bombardear el Palacio de la Moneda, la Junta de Gobierno de las Fuerzas Armadas y Carabineros capturó el poder político. La democracia chilena quedó destruida. Al día siguiente, el cantautor Víctor Jara fue secuestrado en la sede de la Universidad Técnica del Estado. Cuatro días después, luego de torturarlo cruelmente en el estadio de Chile, un grupo de militares lo asesinó.

Fue el principio de una matanza terrible. En febrero de 1991, el Informe de la Comisión Rettig reveló que, en los 16 años de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), la acción del Estado o de particulares actuando a su servicio había privado de su vida a 2.905 personas y desaparecido a 1.720.

En el plebiscito realizado el 5 de octubre de 1988, la mayoría de chilenos le dijo NO a Pinochet. Su permanencia en el gobierno fue rechazada y se abrieron las puertas de la reconstrucción democrática. En diciembre de 1989 habría elecciones presidenciales y parlamentarias. 

Patricio Aylwin fue elegido presidente de la República por un período de cuatro años. Asumió el cargo el 11 de marzo de 1990 y, al día siguiente, en un acto realizado en el Estadio Nacional, dijo que tenía por delante una tarea hermosa y múltiple: “Restablecer un clima de respeto y de confianza en la convivencia entre los chilenos, cualesquiera que sean sus creencias, ideas, actividades o condición social, sean civiles o militares. ¡Sí, señores! ¡Sí, compatriotas! Civiles y militares. ¡Chile es uno solo! ¡Las culpas de personas no pueden comprometer a todos!”.

Desde ese momento, la sucesión de gobernantes constitucionales (democristianos, socialistas, y de derecha) no ha sido interrumpida. Las instituciones de la democracia parecían estar funcionando.

Sin embargo, además de la crisis social, que estalló en octubre de 2019, la impunidad venía perturbando la vida política chilena. Más de 33 años después del final de la dictadura, sus peores crímenes permanecían sin castigo. Entre ellos, el secuestro, la tortura y el asesinato de Víctor Jara.

A la impunidad se sumaron la burla y la indiferencia. El 2013, un hijo de Augusto Pinochet Ugarte dijo: “Al señor Jara ni lo conocí, lo escuché a veces cantar, no me gustaba como cantaba, punto. Sé que sirvió en el ejército, que estuvo metido en el ejército, más allá de eso no tengo idea”. Un nieto del dictador, por su parte, sostuvo en un programa de televisión que el asesinato de Víctor Jara había sido un “crimen pasional”.

A despecho de la vulgaridad y de la prepotencia, el prestigio de Víctor Jara siguió creciendo en Chile y en el mundo. En julio de 1973, había declarado en Lima: “Yo soy un trabajador de la música, no soy un artista. El pueblo y el tiempo dirá si yo soy artista”. En 1987, el tema One tree hill (1987) de la banda irlandesa U2 decía: “Jara cantó, su canción es un arma en las manos del amor. Sabes que su sangre aún llora desde el suelo”. Más adelante, su tema musical Manifiesto fue interpretado por Bruce Springsteen, en un concierto realizado en Santiago. El 2003, el estadio de Chile pasó a llamarse Estadio Víctor Jara y, el 2009, fue declarado monumento nacional en la categoría de monumento histórico.

Esta semana, casi medio siglo después del crimen, la justicia logró atrapar a los asesinos de Víctor Jara. La Corte Suprema de Chile, en sentencia definitiva, los condenó a 25 años de prisión. Uno de ellos, cuando iba a ser conducido a la cárcel de Punta Peuco, se disparó acabando con su vida.

Esta sentencia nunca podrá ser olvidada. Volverá a brillar, en cualquier país, cada vez que alguien pretenda justificar las matanzas perpetradas por funcionarios gubernamentales. Porque, como dice la letra de Manifiesto, un “canto que ha sido valiente, siempre será canción nueva”.

larepublica.pe
Omar Cairo

Escritos Constitucionales

Nació en 1971. Abogado de la Universidad de Lima. Magister en Derecho Constitucional de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Profesor ordinario de la misma universidad. Colaborador en la revista “Oiga” (1993-1995). Ha publicado artículos en los diarios “El Comercio”, “Gestión” y “El Peruano”. Es columnista de la revista “Caretas”.