[Del diario de Heinrich Witt]
Vísperas de Navidad 1887
Los últimos dos días Enriqueta los ha pasado adornando un gran pino, que casi tocaba el cielorraso, y obtenido por Alejandro de la chacra Santa Beatriz, alquilada por Carlos Ferreyros, y que lograron instalar en el gran salón. Debajo del árbol un nacimiento.
Nos acompañaron Augusta y Castañeda; más tarde María Canseco con sus hijitos, y luego su esposo Alfredo Benavides […] y también el Dr. Middendorf. Sobre sofás y mesas se exhibían los regalos, ninguno de gran valor. Me retiré temprano, pues mi mala vista me entristecía. Enriqueta me había regalado un par de tirantes. María un par de guantes de seda. Corina una cajita con pequeños queques de chocolate.
Vísperas de Navidad 1889
Hoy, vísperas de Navidad, hice mis regalos habituales: María, Corina, Ricardo y la Sra. de Juan Garland, así como a los diversos empleados de la casa; entre uno y otro sumaron unos S/. 120. Mi efectivo suma S/. 674.
A Enriqueta le obsequié una mesita, valor de S/. 28 y muy bonita, me asegura Corina, quien había pensado regalársela a su madre, pero no lo hizo por considerarla demasiado cara.
Llegada la noche, es decir a eso de las ocho, Enriqueta abrió el salón a sus numerosos nietos, quienes al entrar quedaron deslumbrados y deleitados por el brillo del árbol de Navidad, encendido por numerosas velas y preparado para ellos por mi querida hija.
Los regalos estaban esparcidos por todas partes, y yo tuve que distribuirlos, con María sentada cerca de mí para evitar que cometiera errores. También estaba presente Enriquito, el hijo de nuestro querido Enrique, y por supuesto que recibió su parte, igual que los demás.
También estuvo presente Alfredo Benavides, hijo del doliente Don Manuel Francisco, quien ocupa, tengo entendido, un puesto muy lucrativo y de responsabilidad en el London Bank establecido en Lima; también es uno de los miembros del Cabildo, y se lleva muy bien con su presidente César Canevaro. Con Alfredo llegó su esposa María, una de las hijas de la íntima amiga de Enriqueta, Isabel Coloma de Canseco, más cinco de sus hijos.
A las nueve se apagaron las luces y los niños desaparecieron; María y Corina partieron al teatro, invitadas por los Benavides, y yo partí a mi cuarto, donde escuché a Ricardo leer hasta más o menos las 10.
Los artículos firmados por La República son redactados por nuestro equipo de periodistas. Estas publicaciones son revisadas por nuestros editores para asegurar que cada contenido cumpla con nuestra línea editorial y sea relevante para nuestras audiencias.