Entrevista,La muerte del padre, la revancha de los ninguneados, elogio a los de abajo, el héroe imperfecto, el principio del fin, el predestinado. Todos estos títulos suenan a novela negra y a narrativa policiaca, a que detrás de todos ellos hay un fervoroso seguidor de Allan Poe y Conan Doyle, pero esa impresión es equivocada. En realidad son los capítulos de Benditos, el libro de los periodistas Kike La Hoz y Renzo Gómez que trata de reconstruir la historia detrás de la clasificación de la selección peruana a Rusia 2018. Y claro, aquí no hay hechos de sangre, pero sí mucha pasión. Una espera de 36 años contada en 156 páginas. Hay una frase del libro que dice: “Nunca hemos ganado una Copa Libertadores, jamás un torneo juvenil desde 1954, no somos un país deportivo”. K.L.H: Es del “Chupo” Arriola. Así es, de Jorge Arriola, el peruano que probablemente sabe más de mundiales. Y esa frase podría desanimar a cualquiera. Pero aquí estamos, optimistas, a cuarenta días del Mundial. ¿No deberíamos estar asustados? K.L.H: Yo creo que la frase del Chupo nos devuelve a tierra, cuando parece que hemos perdido un poco de realidad. Pero también está bueno soñar, y creo que el libro trata de eso. De ser conscientes de lo difícil que (la clasificación) fue para todos, pero que, aun así, este equipo nos hizo ilusionar. El libro va por allí, es contar la emoción detrás de un trabajo bien planificado. Ahora, la del Chupo Arriola no es la frase más terrible del libro. Lo es esta: “El Perú vivía del pasado como aquellos que añoran un único viaje, un único gran trabajo o un único amor. Pasar la página era cuestión de salud pública”. ¿Qué país es el que vivía de esta manera? ¿El de los aficionados? ¿El de los seleccionados? R.G: Yo siento que era algo muy enfermizo de los aficionados. No creo que del plantel actual de seleccionados. Con el paso del tiempo, los futbolistas no son tan conscientes de todo lo que hay detrás. Pero, por ejemplo, yo siento que a los futbolistas de esa época –y no sé si esto es mala leche– les convendría que la leyenda siguiera, como que fueron los únicos, que pase década tras década y ellos sigan encumbrados. Hay imágenes conmovedoras que hemos visto todos en la clasificación. Está la de Jefferson Farfán al meter el primer gol ante Nueva Zelanda, llevarse al rostro la camiseta de Paolo Guerrero y echarse llorar. Pero ustedes han reconstruido otra imagen igual de significativa: la del abrazo entre Ricardo Gareca y Juan Carlos Oblitas. Ellos tienen una historia en común. K.L.H: Ellos tienen en común el haberse quedado con un sueño trunco. Oblitas en el 96 y 97 hace una excelente campaña, que recién ahora se va reivindicando. Pero en ese entonces lo masacraron, incluso después, en la Copa América del 99. Y a Oblitas eso se le quedó atragantado en la garganta. Y Gareca, en el 85, hace el gol que clasifica a Argentina y elimina de alguna manera a Perú. Por eso, él esperaba estar en el Mundial, por un tema de edad, pero no se dio. Tenía 28 años. R.G: Eso ha quedado como un mito. Si bien Gareca recibe la noticia de que no será convocado a México 86, cuando estaba concentrado con el América de Cali, y se siente devastado y echa a llorar. En realidad, él ya no tenía muchas chances. No fue convocado a los partidos amistosos previos al Mundial. Hay algo que olvidamos de ambos. Oblitas y Gareca estuvieron presentes en el partido en el que Argentina elimina a Perú, pero no se conocían, salvo por el hecho de jugar en la misma cancha. K.L.H: Hay algo que cuenta Oblitas. Él recién comienza a seguir la carrera de Gareca en Vélez, cuando deja de ser entrenador en la 'U'. R.G: En todo caso, lo que cuenta Oblitas es que casi no han tocado el tema. ¿Y quién es Ricardo Gareca? Ustedes dicen “es un hombre que no sonríe cuando dice que está feliz”. ¿Tan inexpresivo es? R.G: Últimamente ya está sonriendo, desde la clasificación. En general, él siempre ha tenido ese manejo muy inteligente con la prensa. K.L.H: Yo recuerdo al Gareca de la 'U', del 2007-2008, y era una persona con un trato más cercano con la prensa, más campechano. Yo creo que este Gareca, en la selección, asumió un papel no sé si distante, pero sí más cauteloso con la prensa. ¿Dices que está interpretando un papel? K.L.H: Él ha construido un personaje en su etapa con la selección. Incluso lo recuerdo en Vélez. Celebraba los triunfos de otra manera. Tenía una relación diferente. Vélez era un equipo de mitad de tabla, que luchaba por cosas grandes, y él tenía otro tipo de relación con la hinchada y con la propia prensa. Por eso me sorprendió verlo tan controlado. Yo creo que alguien, sospecho que Oblitas, le ha sugerido que se controle para no mandar mensajes equivocados. R.G: Ahora que hablas de Gareca en Vélez, recuerdo que Gareca celebró dándose un volantín. ¿Alguien se imagina a este Gareca haciendo lo mismo? Dormir con un polo quemado, salir a la cancha con ese mismo polo, debajo de la camiseta, en el América de Cali; tomarse fotos con novias; prohibir el color verde en la concentración; prohibir también la música de Marc Anthony, algo que me parece muy sensato, ¿cómo llegó a ser Gareca este hombre tan creyente de las cábalas? R.G: Bueno, el fútbol, como dice Juan Villoro, es una religión y tiene sus supersticiones. Y las cábalas son los ritos de esta religión. En el capítulo dedicado a Gareca intento demostrar que lo de Gareca no es una isla. Los argentinos son muy cabaleros, y en el fútbol mucho más. Él ha crecido con eso. Menem consultaba esoteristas, por soltar un ejemplo. Lo que pasa es que no queríamos quedarnos con lo de la novia y el color verde, por eso era muy importante escarbar al Gareca jugador. Y allí encontramos lo del polo, pero además del polo, Gareca tenía esto de tocarse el testículo izquierdo cuando alguien le parecía de mala suerte, probablemente un pelirrojo o un dirigente que bajaba a la cancha antes del partido. Y no solo lo hacía él, sino el arquero del equipo: Julio César Falcioni, cuando ambos estaban en América de Cali. Además, ¿quiénes han sido técnicos de Gareca? (Carlos) Bilardo, que era un dictador de las cábalas. Prohibió el pollo. Antes del Mundial hubo una boda e hizo que todos los jugadores besaran a la novia, era mucho más extremo. Otro era (Alfio) Basile. Él tenía un asistente que tenía la mano dentro del bolsillo y solo la sacaba cuando metían gol, para tocar el hombro del técnico. Además llevaba esa mano cubierta de talco. Esos fueron los técnicos de Gareca. Que Christian Benavente llevara unos botines verdes a una concentración, el color que Gareca detesta, ¿hizo que se mantuviera al margen de las convocatorias? R.G: Sería una exageración decir eso. Benavente no se haya en el equipo. Y eso es un tema de rendimiento. Ahora, la selección nacional comparte psicólogo con Ricardo Gareca. ¿Cómo se dio esto? R.G: A ver, Gareca conoce a Marcelo Márquez, desde Vélez, desde Argentina. El gran detalle es que es su psicólogo personal. ¿Vive con él? R.G: Vive con él. Ese grado de obsesión es increíble. ¿Alguien puede vivir con su psicólogo? Bueno, Gareca lo hace. Y este hombre, Marcelo Márquez, tiene un perfil bajo increíble. El gran detalle de este psicólogo es que es un amigo, y los futbolistas del equipo lo perciben así. No lo ven como un tipo extraño. Tú dices que es uno más de la tribu. R.G: Es uno más de la tribu. Yo creo que hay que destacar la decisión de Gareca de tener un psicólogo desde el inicio. En los procesos anteriores de Perú solo tuvimos un psicólogo en México 70; en el 93, con (Vladimir) Popovich, que estuvo un par de meses; y en la época de Markarián, y no fue desde el inicio, sino que fue una reacción al escándalo que hubo en un casino de Panamá. Ese no es el caso de Márquez. Él pega fotos de los mejores momentos de la selección en el camarín. Y busca a los jugadores para conversar, como un amigo más. Ese es su mérito. Hay un tema que abordan discretamente en el libro: la raza y la procedencia de los jugadores. ¿Un jugador blanco podría llegar a ser un ídolo de la selección nacional? K.L.H: Es un tema profundo. Lo deja picando el papá de Claudio Pizarro cuando habla con nosotros. Él se pregunta si el componente racial y sociocultural hizo que Claudio no fuera una figura de la selección. Creo que analizar el tema por allí es insuficiente. Lo que sugiere es lo contrario, que solo los jugadores negros o mestizos pueden llegar a ser ídolos. K.L.H: Es un gran tema para analizar. Lo colocamos en el libro porque el padre de Claudio siente que hay una cuestión inexplicable detrás del alto rechazo que se siente por su hijo. Pero si uno se fija solo en las cifras y en el rendimiento en el campo, Claudio no rindió lo que se esperaba. Si a eso le sumamos otros factores, como las personas que lo rodeaban o lo aconsejaban, seguramente encontraríamos otras respuestas. Paolo Guerrero es el jugador más querido de la selección, eso es indiscutible, pero ¿por qué lo es? ¿Es por su rendimiento o porque fue el feliz reemplazo de Claudio Pizarro como capitán? R.G: Creo que es imperfecto, como los héroes, pero a la vez es infalible. Es infalible cada vez que se pone la casaquilla de la selección. Uno revisa los números de Paolo y en clubes es un delantero común, no pasa los 20 goles por temporada. Pero en la selección le ha anotado cinco goles a Chile, que es algo significativo, porque vemos ese partido como un clásico. No ha fallado en los momentos decisivos. Además, tiene todas estas postales en las que se le ve enfrentando a delanteros superfuertes, él solo, con la cabeza ensangrentada. El primer gol de Paolo Guerrero es muy significativo, ante Chile, luchando, trabando una pelota, casi arrastrándose. Y aun más, en su etapa formativa, aunque su equipo ganara, él lloraba porque no había metido un gol. Así vive el fútbol. Ustedes dicen que el mejor homenaje que la selección le ha hecho a Paolo es aprender a no depender de él. ¿Cómo se entiende esa contradicción? R.G: Creo que es el mejor homenaje. Y esto lo ha contado Gareca: si bien la noticia del supuesto doping golpeó mucho a Paolo, él usó esa tragedia a favor de la selección y los comprometió a que le dedicaran la clasificación. Luego ha venido todo esto de los amistosos y ya no nos cuesta tanto jugar sin Guerrero. Por fin estamos entendiendo lo que Gareca nos ha dicho todo este tiempo: que el fútbol es un juego de equipo. Las orejas de Flores son un símbolo, el pecho tatuado de Tapia con el Escudo Nacional también lo es, al igual que el dedo fracturado de Gallese, que creció un centímetro, lo que parece un milagro de la medicina, y también el rostro de Corzo, que recibió un zapatazo de Frank Fabra, ¿Qué tiene la selección que a veces necesita de toda la anatomía de sus jugadores para solucionar problemas? K.L.H: Es como si esta cosa que tiene que ver con el espíritu conectara también con el cuerpo. El caso de Gallese me parece increíble. Él hizo un sacrificio. Básicamente jugó con el dedo roto. K.L.H: En esos días (antes del partido de vuelta con Argentina), todo el mundo hablaba de que llegaba a jugar, de que la fisioterapia había hecho lo suyo, pero lo cierto es que la fisioterapia se quedó a medias. Y casi como que le mintió a Gareca, porque él les decía que ya no sentía nada. Pero a mí me llega a decir que sí sentía, que le dolía mucho y que no podía cerrar el puño. Él quería llegar de todas maneras. Y tomó una decisión, por eso es que el dedo se le deforma y crece. Y no es una deformación de un mes o un año, es para toda la vida. Cada vez que él se vea la mano, va a recordar ese partido con Argentina. R.G: Yo creo que el país ha sentido a este equipo muy suyo. Entonces, todos estos sacrificios, el dedo de Gallese o el que un pituco como Corzo no tenga ningún reparo en poner el rostro para recibir un zapatazo, son gestos que la tribuna engrandece con su aliento. ¿En verdad somos el tercer país con los jugadores de menor estatura? Con Ruidíaz, Cueva y Yotún, ¿en qué promedio estamos? K.L.H: Entre los 32 países que han clasificado al Mundial, según un organismo que trabaja a la par con la FIFA, somos el tercer país más chato. R.G: Pero somos el tercer país más chato con la séptima mejor barra. Hemos volado comprando entradas. K.L.H: Ahora, lo de los chatos es histórico. No es una condición de ahora. Uno piensa en Cueto, Cubillas, Sotil, el Chorri, son jugadores de mitad de cancha para arriba que son pequeños. Es que el peruano es así, no hay de otra. Entonces esta idea que nos vende la publicidad, de que uno puede crecer si toma sus tres vasos de leche al día, es falsa. Lo acaban de confirmar. K.L.H. No, claro. Y esa leyenda de que los incas medían dos metros es mentira. Le hemos dado vuelta a nuestra situación con lo que había, y de allí han salido jugadores maravillosos. Hablemos de su trabajo, de la reportería. ¿Qué tan difícil es acercarse a una selección que tiene a un entrenador discreto, que no habla, y a un capitán suspendido? ¿Cómo se hace para contar la historia de esta clasificación, de un proceso protegido por el silencio? R.G: Nosotros hemos abierto todas las puertas que pudimos en los tres meses de trabajo que tuvimos. Y si bien el libro no cuenta con una entrevista a Gareca, hemos hecho el otro trabajo, que es recurrir a los jugadores, a los padres, a los fisioterapeutas, a los amigos, a los jugadores que comenzaron con los seleccionados pero que se quedaron en el camino, que no llegaron a primera o que no brillaron lo suficiente, a los formadores, a los compañeros de colegio, además del trabajo natural de archivo. K.L.H: Hubiéramos querido hablar con fuentes del comando técnico, reconfirmar cosas con Gareca o con Oblitas, pero si los actores principales no te dan la oportunidad, los de reparto sí. Y eso hicimos, me gusta pensar que nuestras fuentes son de reparto. Hemos entrado por el costado a una misma situación. Y así hemos levantado una historia que tiene más de ochenta entrevistas. Decimos muchas veces que la hinchada peruana, por sacrificada, merece ir al Mundial. ¿Están de acuerdo con esa afirmación? ¿Qué hemos hecho los hinchas, más allá de agotar el álbum Panini, para ir al Mundial? K.L.H: Si se tratara de votar por internet, seguro que iríamos al Mundial cada cuatro años. R.G: Yo me quedo con esa imagen del partido ante Colombia, el decisivo, en el que las tribunas estaban en silencio. Yo me volví un desquiciado esa noche. Yo vi el partido con el papá de Renato Tapia. La gente solo se paró de su asiento cuando se dio el tiro libre de Guerrero. Lamentablemente, el capitalismo… cada vez las entradas son más caras, hace que aparezca el hincha turista. Claro que hacen su esfuerzo, pero no palpitan el partido, no están acostumbrados, lo viven como si estuvieran en el teatro. K.L.H: Pero a la par hay este fenómeno saludable de la aparición de barras. En los 90 no existía esto. La primera barra, la Blanquirroja, se formó en el 2008, en la época más oscura, de Chemo del Solar, y debuta con una derrota, y está bien. Así son las barras, tienen que estar en las buenas y en las malas. Terminamos. He sacado unos nombres del álbum Panini y quiero que me digan qué piensan de ellos. Son los siguientes: Paul Pogba, Antoine Griezmann, Kylian Mbappé (Francia), Tim Cahill (Australia) y Christian Eriksen (Dinamarca). R.G: Paul Pogba es un vago, un holgazán, está sobrevalorado (se ríe). K.L.H: Quién sabe si una de estas figuritas se lesiona. Pero veamos, Francia es un rival muy sólido, lo ha dicho Gareca. Yo creo que los equipos europeos no se toman muy en serio los partidos previos al Mundial, y que pasa todo lo contrario con los sudamericanos. R.G: Dinamarca es el rival directo. A mí me preocupa Eriksen, tiene un gran remate de larga distancia. Es el primer partido y es el más importante. K.L.H: Yo creo que más allá de lo que pase en el Mundial, al margen de todo eso, esta selección entrará a la historia porque tuvo una enorme conexión con la gente, y eso es algo imborrable, eso no se olvidará fácilmente.