Traído al Perú durante la Colonia, el carnaval andino es más que la fiesta del disfraz, el loco amor y el buen beber. Prueba de ello es el famoso Carnaval de Cajamarca, un bullicioso testimonio de memoria colectiva, cultura viva e identidad que adelantamos con esta crónica.,Martín Vargas / Revista Rumbos El Ño Carnavalón sabe que va a morir, es consciente de que está a punto de estirar la pata, pero no le importa. Con el rostro pintado de carmesí, se burla de los curiosos que rodean su ataúd de utilería y suelta, sin reparo alguno, su perorata irónica contra las autoridades. Su testamento es claro: a los magistrados les deja un manual de sentencias para que no alarguen 'por las puras alverjas' los juicios; al alcalde, un plano del puente que ofreció en campaña, pero que aún no construye; y al rollizo sacerdote, una botella de aguardiente para que aprenda las cosas buenas de la vida. PUEDES VER: El Carnaval de Marco | FOTOS El carnaval es un bullicioso testimonio de memoria colectiva. Foto: Archivo Rumbos Solo hace una semana entró en la ciudad, pero Cajamarca ya no es la misma. Las calles y plazas se llenaron de poetas pícaros, trovadores amorosos y turistas embriagados de chicha y peruanidad. Acompañado de patrullas de danzantes y comitivas de cabezones, el desvergonzado personaje se la pasó cantando y zapateando como un endemoniado, por las pintorescas callecitas de los alrededores del Centro Histórico. Y es que los barrios de Cajamarca quisieron demostrarle que tenían los más diestros músicos y los decorados más vistosos; la comparsa llegó también de distritos, anexos y caseríos que no aparecen nunca en los mapas impresos en Lima. Compartas de todos los barrios y hasta de los anexos urbanos participan en el carnaval. Foto: Archivo Rumbos El vino de Cascas, las chirimoyas de Cunish, las guitarras de Namora, las limas y naranjas de Coyna, los sombreros de Celendín y hasta los bártulos y menjunjes de los reputados curanderos de Corisogorna, acompañaron el recorrido de la comparsa licenciosa y jaranera. Fiesta pagana con origen cristiano, y detrás de la pirotecnia y la fanfarria, una auténtica manifestación de cultura viva y sincretismo cultural. Así es el Carnaval de Cajamarca y así seguirá siendo esta fiesta cuyo origen se remonta varios siglos atrás (siglo XVII) y no a 1930, como consignan algunos manuales que circulan impunemente por Internet. El carnaval cajamarquino se remonta varios siglos atrás. Foto: Archivo Rumbos Un mes de mascaradas Antes, mucho antes que aparezca Ño Carnavalón, se inician los preparativos. La misión: defender y ratificar el título de Cajamarca como 'Capital del Carnaval Peruano". La elección de las reinas barriales, la preparación de platos típicos como el puchero, sancochado, cuy con papa picante, así como la fermentación de la sabrosa chicha, son algunas de las actividades previas a la llegada del´'bando de carnaval', colectivo que anuncia la apertura oficial de las celebraciones carnavalescas. Esto ocurre ocho días antes de que el Ño Carnavalón y sus huestes del divertimento hagan de las suyas. El corso es vistoso y colorido. Foto: Archivo Rumbos Loco de atar El domingo las celebraciones comienzan antes de la salida del sol y no concluyen hasta la última botella. El concurso de patrullas y comparsas que se realiza ese día, no es en vano, una de las actividades más promocionadas: durante tres horas, menudos muchachos y guapas adolescentes se encargan de demostrar su aguante, la suntuosidad del vestuario y el dominio de coreografías heredadas de taitas (ancestros) que ya no están para esos trotes. Para reponer las fuerzas y dar tiempo de reajustar los presupuestos. Al día siguiente le toca el turno al gran corso de carros alegóricos, que llevan a las emperifolladas y orgullosas reinas, y a diferencia de otros carnavales menos ambiciosos, constituyen verdaderas obras de arte en cuya elaboración participa la comunidad entera. Acabado el pasacalle motorizado, se inicia la 'parada de Unshas' (árboles ataviados como frutas y adornados con regalos y listones coloridos). Alrededor de estos robles andinos, familias enteras cantan y bailan al ritmo de las más antiguas coplas (cuartetos rimados), cuya letra por lo general tiende a mofarse de la autoridad burócrata, de los policías obtusos, del clero cucufato, y, por supuesto, de las suegras de todo el departamento. Además de la carga irónica y picaresca, las coplas expresan diversos mensajes que ensalzan la belleza, el amor desinteresado y, cómo no, la decepción. Las celebraciones duran varios días. Foto: Archivo Rumbos Réquiem para un payaso En Cajamarca no todo es lo que parece y menos aún durante las fiestas de carnaval. Por ejemplo, las melodías que ambientaron los días de fiesta no eran huaynos, como todos suponían, sino una variante del género conocida como cashua. Cuando cesan esas estrofas fiesteras, el pueblo entero solloza por la muerte del Ño Carnavalón, entrañable personaje que ni siquiera en su lecho de confeti, deja de armar escándalo: en el velorio, al costado del cajón, tres viudas y una retahíla de huérfanos provocan un lío de padre y señor mío. La banda, aún vestida de luces, entona una canción lastimera en memoria de quien en vida fue el muy noble amo del divertimento. En el Miércoles de Ceniza, el cuerpo será enterrado en los Baños del Inca, y aunque la caravana quede afónica de tanto cantar su copla preferida: "No te vayas, carnaval, / quédate un día más. / Si por capricho te vas / yo te sigo por tu atrás…", el pueblo tendrá que esperar que el Ño Carnavalón se recupere del bailoteo y de la resaca descomunal. En un año volverá a Cajamarca y ha dicho antes de partir (según un trompetista que ha preferido no dar su nombre por temor a las represalias), que si el puente no está en su lugar, el mismísimo alcalde las ha de pagar.