Maritza Espinoza/ -Usted colecciona charangos, ¿no? Allí los conservo. Todavía tengo el primer charango con el que aprendí. -¿Cómo lo consiguió? Cuando era niño, pues, en Pausa (Ayacucho). Es chiquito, pequeñito, todo rústico. No tiene laca, nada. Los trastes son de madera. Es un juguete. Ese charango debe tener setenta años. -Supe que cuando comenzó a ser músico, a su familia no le gustaba mucho... Así eran los papás antes. No querían que los hijos sean músicos, porque decían que los músicos eran empedernidos, bulleros, borrachos. -¿Tuvo maestros o aprendió de oído? De oído nomás. No había ningún maestro en ese tiempo. Yo comencé con quena, luego tocaba guitarra y después ya me perfeccioné en charango. -¿A qué edad usted se da cuenta de que el charango iba a ser su vida? Yo nunca he pensado vivir de eso. Mi vocación era más para ser profesor. Al final, he sido profesor más de treinta años: profesor de charango y guitarra. -¿Y cuándo se vino a Lima? En el año 41, a los siete años. Todos nos vinimos. Me quedé tres años y luego me regresé allá. Después ya volví y fue cuando comencé a tocar en público. Tan es así que entré tocando guitarra a la Lira Pausina (trío de la época). -¿Cuándo sintió por primera vez eso que los artistas llaman calor del público? Ya en los coliseos. Comencé en el coliseo Lima, que estaba en Breña. Allí ya me pagaron. Pero mi primer pago fue en Pausa. Para los tres días de carnaval, me pagaron un sol cincuenta (risas). -¿Y cuánto le pagaron después? Yo entré a la agrupación Ishcamarca y allí estuve como dos meses, nada más. Después el empresario me preguntó si no quería ser solista. Cómo no, le dije. Yo te voy a pagar aparte, me dijo: ¡te voy a dar treinta soles! En el grupo me daban tres cincuenta como director del conjunto musical. ¡Qué más quería yo! -¿Por qué cree que usted ha marcado una diferencia en la música andina? Porque yo conservo mi música tal y como se hace en los pueblos. Esa misma característica, ese mismo estilo. Sin aumentarle ni quitarle nada. -¿No es partidario de las estilizaciones y las fusiones que están tan de moda? Yo soy enemigo de eso. Por eso paro peleando con esa gente. Porque dicen: lo estamos arreglando. ¡No, lo están maltratando y desarreglando! -Y eso también le dijo José María Arguedas, ¿verdad? Sí, eso me dijo: Estas disqueras malogran nuestra música, no te dejes llevar por ellos. Ofrecen un dinerillo, pero eso no es todo. No aceptes eso. Tú conserva tu música tal y como has aprendido. -¿Usted llegó a tener amistad con él? Hemos sido muy amigos. Me llevó para trabajar en la Casa de la Cultura, cuando estaba de director. Era un extraordinario defensor de la música andina, de todo el folklore. -La imagen que tenemos es de un Arguedas triste, deprimido. ¿Era así? Tenía sus momentos. A veces se le notaba triste, agobiado, pero había momentos en que estaba alegre, cantaba. Le gustaba mucho contar y que le cuenten chistes. Y hablar en quechua, por eso nos hicimos más amigos. -Usted ha viajado mucho. ¿Se ha sentido más apreciado allá que en su tierra? Lo que aquí no se aprecia, se aprecia allá. Estuve en Hungría en el año 75. Inclusive me llevaron a un museo y había un salón donde estaban todos los instrumentos típicos del Perú. Había hasta un gringo muy alto que comenzó a hablarme en quechua... -¿Y nuestro país le ha dado el reconocimiento que merece? Bueno, diplomas, medallas… Más que nada las universidades. -¿Y los gobiernos? El único el de Toledo, él me condecoró. Nada más. Hace dos años, me llamaron del Congreso para homenajearme. Me iban a dar un diploma y yo dije: Mire, señor, ya ni tengo sitio en mi casa para poner los diplomas, los tengo enrollados. Ahora, necesito para vivir. -¿Y la reacción de la gente ante su música ha cambiado con los años? Ahora les gusta. Se siente uno contento. Antes no. Cuando yo me presentaba en el coliseo, cuando cantaba un yaraví, decían ¡Fuera llorón, fuera! Me tiraban cáscara de naranja (risas). Yo cerraba los ojos y seguía para adelante, porque mi idea era enseñar al público a escuchar, a apreciar lo que los pueblos tienen. -¿Qué es el charango para usted? El charango, pues, tiene una entonación muy dulce. Aparte de encerrar sentimiento, hay dulzura también. La música está muy ligada al espíritu de la persona. De acuerdo a la sensibilidad del hombre, va también la música. -Entonces, usted es una persona muy dulce, don Jaime… Muy sensible. De acuerdo a eso se toca también. Uno expresa lo que siente a través del canto, a través del instrumento. La ficha Nací en Pausa (Ayacucho) hace 89 años. Crecí con una tía y con mi abuelita. De pequeño, me conseguí un charanguito de juguete y aprendí a tocarlo. Luego toqué en los coliseos y llevé mi música a Europa. He dedicado mi vida al charango y José María Arguedas me dedicó Todas las sangres. "A Jaime Guardia, de la Villa de Pausa, en quien la música del Perú está encarnada cual fuego y llanto sin límites", dice su dedicatoria. Hoy, en el auditorio de la Derrama Magisterial, daré mi concierto “Jaime Guardia, canto y charango para siempre”.