Un miércoles cualquiera en un centro comercial del centro de Lima. Es hora punta. La gente pasa rauda con las manos llenas de sus bolsas de compras, algunos se quedan mirando los escaparates de las tiendas. La figura del biólogo Juan del Castillo, egresado de la Universidad Agraria de La Molina, 26 años, contrasta con la multitud. Lleva una pala en las manos y una casaca con el logo de la Marca Perú en el pecho. Llega con las zapatillas llenas de tierra tras una larga faena en el Rímac. Junto a otros chicos se ha pasado el día picando y removiendo tierra en las Lomas de Amancaes, aquí cerca, a treinta minutos de la Plaza Mayor, en un cerro verde, que rebosa de flores, de animales, de vida y que mira de frente a esta ciudad sin que ella lo mire a él. Es voluntario de la Red de Lomeros de Lima y está ayudando a los vecinos del Asentamiento Humano Flor de Amancaes a construir caminos de piedra en la loma para que vayan más visitantes. Juan llega con una sola idea en la cabeza: “Si no conservamos los pocos espacios verdes que tenemos en la ciudad, los vamos a perder. Lima no es un desierto, tampoco es una ciudad gris, tiene sus lomas, están aquí cerca, son ecosistemas frágiles que pueden desaparecer”. Sí, Lima, la segunda ciudad más grande del mundo ubicada en un desierto, después de El Cairo, tiene verde. Setenta mil hectáreas de vegetación renacen cada invierno, de junio a setiembre, en los cerros pelados de 19 distritos de la periferia de la capital. Es un espectáculo silencioso que se da en una ciudad caótica, contaminada y sobrepoblada y que podría desaparecer. Mientras las lomas se llenan de color cada año, decenas de viviendas se multiplican en sus faldas y las hacen retroceder. Más gente sigue llegando a la capital buscando un lugar y van a vivir a los cerros. Si llegan en verano encontrarán las lomas desnudas, a roca viva, y por desconocimiento plantarán sus casas allí mismo. "Esto está pasando en las lomas de Amancaes -dice Juan- y en otras más. La de Villa María del Triunfo es la más deteriorada, pero la situación más preocupante es la de las Lomas de Mangomarca en San Juan de Lurigancho. No es gente común la que está invadiendo, son traficantes de terrenos". Invasiones de altura El profesor de historia y geografía del colegio Daniel Alcides Carrión, de Campoy, Arturo Vásquez, acaba de llegar al pico más alto de esta loma ubicada en el corazón del distrito más poblado de Lima. Aquí arriba, donde casi no se ve nada por la neblina, y donde sería imposible vivir por la humedad, se encuentra con huellas de llantas de camión sobre el terreno. Varios tramos de la loma han sido removidos y lotizados, incluso hay casas de madera, muy precarias aún, cerradas con candado. Hace pocos minutos, Arturo estaba parado sobre pampas verdes, entre tabacos silvestres, ortigas y papas de las lomas. Ahora las plantas han sido reemplazadas por un paisaje muerto: “Hay una pequeña ciudad detrás de esa quebrada, tienen pitbulls y canchita de fulbito, son los traficantes de terrenos”, dice el profesor. Estas lomas le dan la cara a la urbanización Villa Mangomarca y la espalda al Anexo 2 de la Urbanización Campoy, en San Juan de Lurigancho. En esta temporada sus cerros reverdecen a tal punto que no parece que estuviéramos en Lima. Eso, hasta que miramos hacia abajo y nos encontramos con las invasiones. Desde el lado de Campoy se han abierto trochas y formado barriadas que poco a poco están subiendo el cerro. Hace pocos días, los invasores llegaron a la cumbre, a donde nadie los ve, y cercaron tramos largos con alambre de púas. “Las lomas tienen 500 hectáreas. Un informante me dijo que 300 ya fueron compradas. 'Las lomas van a desaparecer, profe', me dijo”, comenta Arturo, vecino de Campoy que desde el 2008 empezó con la defensa de las lomas por buena fe, sin que nadie le pagara un sol, por el mero hecho de querer conservar intacto este espacio natural y mostrárselo a sus alumnos. Y aunque ya lo han amenazado, está dispuesto a comerse el pleito, uno que es grande y peligroso. Plan Pacífico Varias zonas de San Juan de Lurigancho se han convertido en los últimos años en verdaderos feudos de traficantes de terrenos. Los mafiosos se apropian de hectáreas que venden como si fueran suyas y dan títulos de propiedad fraudulentos a quienes se las compran. Nadie los para porque cobran venganza hostigando a quien lo haga. Se adueñan de todo, de lomas, de huacas. El año pasado más de dos mil policías intervenieron en el desalojo de un asentamiento humano que se había establecido sobre la Huaca de Fortaleza de Campoy, ubicada en las faldas de las Lomas de Mangomarca. “La huaca era una letrina, estaba llena de basura, era el hueco de delincuentes y prostitutas”, recuerda el profesor Arturo quien fue el primero que se preocupó por recuperarla. Por varias semanas la limpió con ayuda de sus alumnos. Luego, empezó a hacer recreaciones del Inti Raymi, cada junio, hasta que llamó la atención de la ex alcaldesa Susana Villarán y logró aparecer en la prensa. El Ministerio de Cultura se enteró de esta forma que unos invasores vivían sobre aquella zona arqueológica y se procedió con el desalojo. “Me dio pena ver cómo las familias de mis alumnos eran desalojadas pero a la vez rabia porque el traficante se había burlado de ellos haciéndoles creer que el terreno les pertenecía”, cuenta el profesor. Arturo no quiere que la misma historia se repita en las lomas: que se invadan, que las autoridades reaccionen tarde, que desalojen a los ocupantes cuando todo esté perdido. "Dentro de poco las casuchas que ves aquí se van a multiplicar -dice mirando las lomas. El próximo año habrán más. Este suelo es muy frágil, tiene pocos centímetros de espesor, si lo remueven, matarán las semillas y ya no habrá verde nunca más". Pero eso pasará si no se hace nada. Así es que Arturo ha ideado un plan. Sin necesidad de que intervenga algún ministerio o una ONG, un grupo de vecinos de Mangomarca y algunos escolares, universitarios y voluntarios han empezado una batalla pacífica para frenar las invasiones. La estrategia ha sido simple. No se derrumban casas, ni se pelea con nadie. Lo que está haciendo el grupo bautizado como ICHMA (en honor a la cultura de los primeros luriganchinos que poblaron este valle) es abrir un circuito turístico de visita a las Lomas de Mangomarca. Llaman la atención de los limeños vía redes sociales, les dicen que no hace falta viajar lejos para contactarse con la naturaleza, para alejarse del esmog, que los cerros de Lima también son bonitos y que se puede hacer turismo en San Juan de Lurigancho. “Debemos darle un uso a las lomas si no otros las usarán. Si las abandonamos, los traficantes de tierras van a ganar por puesta de mano”, dice el biólogo Arturo Vásquez quien, junto a Juan del Castillo, ha formado la 'Red de Lomeros de Lima' y asesoran a los líderes de otras dos lomas: la de Amancaes y la de Lúcumo. El objetivo es llamar la atención de las autoridades para que reconozcan legalmente a estos ecosistemas como áreas de conservación natural y como potenciales lugares turísticos para que nadie los deteriore. "Lima no es gris", es el lema de los lomeros que silenciosamente han empezado una batalla ecológica allá arriba, en los cerros. Picando y removiendo tierra, colaborando con los vecinos para que los limeños tengan más sitios a donde ir, además de los centros comerciales.