25 años atrás, el sistema capitalista y el estado democrático emergieron vencedores de la guerra fría. Ese triunfo redondeó sus éxitos del siglo XX, que incluían la victoria sobre el fascismo tras el fin de la II guerra mundial. Al caer el comunismo, se anunció el fin de los totalitarismos y el dominio final de la economía de mercado. En ese momento, el pronóstico de los defensores del sistema fue exultante. El filósofo norteamericano Francis Fukuyama sostuvo que la historia había terminado, ya no habría enfrentamientos sociales y en adelante la evolución humana transcurriría sin sobresaltos. Pero ha resultado todo lo contrario. Los 25 años de neoliberalismo han significado conflictos a una escala inaudita y hoy más de un analista piensa que ya ha comenzado la III Guerra Mundial. ¿Qué ha ocurrido?, ¿cómo al quedarse sin rivales, el capitalismo se ha sumergido en tan hondas dificultades? Sucede que sus vicios estaban escondidos por la competencia. Si tomamos en cuenta que durante el siglo XIX, el estado democrático había combatido contra las monarquías absolutistas y en el XX había enfrentado al comunismo, resulta que llevaba 200 años enfrentando distintos enemigos. Por ello, el capitalismo tardío concedió libertades y facilitó la integración social a través del estado del bienestar. Pero, al reinar en absoluto, se desataron procesos que, en solo un cuarto de siglo, están poniendo de rodillas a su misma creación: el estado democrático. Estos procesos son tres: la hiper-globalización, el crecimiento de la ilegalidad y la profundización de las desigualdades. La etapa actual de la globalización peruana está significando la firma de TLC con casi todas las economías mundiales y es más, con el TPP, el país está terminando de homogenizar sus normas a estándares anglosajones e imponiendo candados que hacen muy difícil salirse del marco neoliberal. Así, se reducen la democracia y la soberanía. Ejemplo, Grecia, donde los ciudadanos votaron dos veces seguidas en un sentido y el gobierno se vio obligado a hacer lo contrario, para no salirse del marco de la UE. Por su parte, el crecimiento del crimen organizado es imparable a escala planetaria. Algunos países y regiones han sido especialmente tocados y entre ellos se encuentra el Perú, donde el avance de la economía ilegal es constante y sostenido. Según el economista Manuel Estela, el narcotráfico gasta anualmente unos 70 millones de US$ en corrupción, protegiendo la producción y facilitando la operación de las lavanderías. Es un enorme poder corruptor que progresivamente ha escalado posiciones en un Estado tan poroso como el nuestro. Como el negocio tiene unas décadas, el resultado es dramático. El Estado peruano está a punto de convertirse en una maquinaria legal para encubrir delitos. En mucho depende de las próximas elecciones, pero es indudable que el “narcoestado” es una posibilidad actual. Por su lado, la profundización de la desigualdad amenaza los fundamentos estructurales del estado democrático. Según un último informe de OXFAM, el 1% más rico es dueño del 50% de la riqueza mundial. Nunca como hoy hemos sido tan desiguales en este planeta. Al profundizarse la concentración de la riqueza, cabe preguntar por su repercusión en la política. ¿Requiere la democracia de cierto piso básico de igualdad o acepta las más hondas diferencias? Todo indica que hay un límite y que estamos a punto de alcanzarlo, tanto a escala global como en el Perú. Tanta desigualdad obliga a mano dura y la democracia es puesta en cuestión. Además, debemos sumarle el efecto corrosivo del terrorismo. Los atentados de París y el terrorismo yihadista expresan un conflicto mundial asimétrico, como lo ha definido Mirko Lauer. Como recordamos por la experiencia peruana, el terrorismo conduce a la militarización y al dominio de la derecha populista y autoritaria. Así, el capitalismo ha devorado sus ideales políticos, comprometiendo el futuro de su anteriormente inseparable socio: el estado democrático.