“La distancia que algún sector de la izquierda ha tomado con Maduro es cínica. Tratan de vendernos la idea de que Maduro ha pervertido el modelo de Chávez cuando no es sino su extensión lógica”.,Verónika Mendoza ha decidido instalarse en las orillas de la radicalidad de izquierda. Abonan a esa estrategia no solo sus complacientes declaraciones respecto del régimen de Maduro en Venezuela sino su acercamiento a personajes como Gregorio Santos o Vladimir Cerrón. Su estrategia parece involucrar a buena parte de la izquierda peruana, reactiva políticamente hablando respecto de lo que ellos consideran la traición de Ollanta Humala y el fiasco político de la gestión edil de Susana Villarán. En ese trance queda claro que se le está poniendo fin a un proceso de evolución ideológica de la izquierda peruana, que desde fines de los 80 supuso el reconocimiento, primero, del valor político de la democracia representativa, basada no solo en las urnas sino también en la división de poderes, y luego el respeto paulatino a la economía de mercado como sistema de asignación de recursos infinitamente superior a la acción estatal. De la lucha de clases y la reivindicación de los procesos revolucionarios como agentes de cambio la izquierda pasó a fines de los 80 a asumir y defender la menos dramática pausa democrática como medio de llegar al poder. Su participación en las elecciones ya no era vista como una forma de acumular fuerzas hasta tenerlas suficientes para asaltar el poder sino como el único método aceptable. Del mismo modo, de sostener la idea de que solo el estatismo podía servir como herramienta económica, dado su descreimiento y hasta repulsión de la empresa privada (entendida como un método de explotación), la izquierda empezó a entender que el libre mercado reportaba no solo grandes beneficios populares sino que era justo. La izquierda peruana recorría el mismo camino que había transitado la izquierda española o, en nuestro continente, la izquierda chilena, las cuales, de la mano con un alejamiento de la derecha de cánones autoritarios, generaban un espacio de alternancia electoral que ha llevado tanto a España como a Chile –a pesar de los altibajos- a ser ejemplos de estabilidad política y económica. La resaca del chavismo ha hecho volar por los aires ese proceso evolutivo. El enamoramiento de la izquierda continental con el proceso de Hugo Chávez hizo que pocas resistieran y mantuvieran en alto el modelo democrático de mercado. Recayeron en un proyecto autoritario en lo político e intervencionista en lo económico. El Perú, lamentablemente, no ha sido una excepción, por lo que se ve. Lo único bueno es que al menos estamos ante un sinceramiento ideológico de la izquierda peruana, que ya no está optando por un centramiento tendiente a conquistar al electorado. Hoy nos ofrece gobernar el país como en Venezuela. La derecha tontamente centra sus ataques al chavismo local atribuyendo que esa cercanía se debe tan solo a un probable financiamiento proveniente de Caracas, que obligaría a la izquierda peruana a mantener lealtad. Probablemente tal desvío de dinero haya existido (como existió con Humala), pero lo más grave es que la mano blanda de la izquierda peruana con el proceso venezolano revela que si llegase al poder y estuviese respaldada por una mayoría popular, no le temblaría la mano para torcer los parámetros democráticos y a la vez revertir el modelo económico. La distancia que algún sector de la izquierda ha tomado con Maduro es cínica. Tratan de vendernos la idea de que Maduro ha pervertido el modelo de Chávez cuando no es sino su extensión lógica. Muchos en la izquierda fueron y siguen siendo complacientes con Chávez y hasta sus admiradores (jamás, en todo caso, lo calificarían de dictador, cuando su propuesta política era tan antidemocrática como la actual). De repente este corrimiento de la izquierda hacia su siniestra le es rentable electoralmente hablando. Puede ser. Si Vizcarra colapsa, la gran ganadora sería esta izquierda, que podría venderse como radical, como aquella a la que no le temblaría el pulso para borrar de un plumazo el statu quo, etc. No obstante, en términos de largo plazo, es una mala noticia para el Perú que las posibilidades de una izquierda más centrada se estén diluyendo. -La del estribo: la mala traducción en el subtitulado de muchas películas a domicilio es la única razón que podría llevarme a volver a las maravillosas salas oscuras del cine, pero contaminadas por el sonido de la canchita, los pantallazos de los celulares, los cretinos que chatean y los incontinentes que no pueden dejar de apoyarse en el respaldar que tienen por delante. Falta poco para que mis clases de inglés me permitan soslayar los subtítulos y polémica resuelta.