“Sanciones unilaterales ni cambiaron las cosas en Cuba durante 60 años o durante el régimen del apartheid en Sudáfrica”.,No es necesario añadir nada a lo ya sabido sobre el desastre social, institucional, económico y político generado por el gobierno de Nicolás Maduro. Que no es producto de un terremoto, huracán u otro desastre natural sino de la inoperancia gubernamental, la corrupción y el autoritarismo. Que escasee hasta gasolina, en la tierra de las más grandes reservas petroleras, lo dice todo. Es como si en Catar faltase arena o hielo en Groenlandia. Dos hechos recientes alientan la esperanza de una transición: la reagrupación de la dividida oposición en torno a la designación de Juan Guaidó como presidente interino/encargado y un contexto internacional mucho más atento y activo que antes. Lo que venga dependerá, esencialmente, de lo que hagan los venezolanos y sus instituciones: la calle, la cohesión de la oposición, la imaginación y el coraje que puede surgir desde dentro de instituciones, como el ejército, que parecerían aún “cooptadas” por el régimen. Y, por supuesto, la resistencia ante las represalias contra Guaidó o los más de 40 muertos y 700 detenidos reportados por la ONU en la última semana. ¿Y la “comunidad internacional”? Nunca reemplazará a los actores internos, pero puede contribuir a los cauces democratizadores nacionales. El aislamiento internacional del régimen es hoy amplio: firmeza expresada por casi todos los países sudamericanos y EEUU y por los países de más peso de la Unión Europea (Alemania, España, Francia y Gran Bretaña) desconociendo la presidencia de Maduro cuando venza este domingo el plazo que dieron para que convoque a elecciones. Ningún gobierno latinoamericano ha sufrido un aislamiento diplomático de esa envergadura en las últimas décadas. Pero estas luces pueden tener sombras y acabar resultando contraproducentes. La medida anunciada el lunes por el Washington de bloquear las transferencias por las ventas de petróleo a EEUU (su principal mercado) “suena” impactante, y sin duda lo es. Pero… cuidado. Sanciones unilaterales de ese tipo no tumban gobiernos ni cambiaron las cosas en Cuba durante 60 años o durante el régimen del apartheid en Sudáfrica. Y puede acabar siendo un remedio que genere más enfermedad. “Secar” al país del ingreso petrolero –y de sostenerse en el tiempo– tendría repercusión directa en el ya hambreado pueblo venezolano y, por supuesto, en empujarlos a seguir emigrando hacia Colombia, Perú y otros países. Cuidado, pues, con estos anuncios “de impacto” que pueden traer más desastres humanitarios del que se quiere conjurar. Las circunstancias aconsejan avanzar más en el campo político-diplomático: profundizar y extender una respuesta multilateral. Su “alma”: la vertebración entre los latinoamericanos del “Grupo de Lima”, Europa y EEUU (en este aspecto multilateral). Me parece muy bueno que el tema se haya llevado al Consejo de Seguridad de la ONU. Latinoamérica ya se ha beneficiado de su acción ante conflictos internos. Intervino –y bien– en los 90 ante una crisis humanitaria –la centroamericana– menos grave que la que hoy presenta Venezuela. Era previsible que en la sesión producida no se llegaría a un acuerdo o resolución, por el eventual veto de Rusia y China. La amenaza del veto no cierra, sin embargo, la puerta a la ONU, lo que dependerá del ejercicio de una diplomacia efectiva. En la guerra fría –mucho más tensa que el mundo de hoy– se llegaba a acuerdos; con derecho a veto y todo. En esa perspectiva no son irrelevantes las consecuencias de un eventual colapso total de Venezuela. Países como Rusia y China, los principales grandes acreedores del país, se verían directamente afectados. En cualquier caso, si el Consejo dilata sus decisiones, hay competencias políticas propias del Secretario General de la ONU que deberían ser ejercidas. Por ejemplo, designando un representante especial para impulsar un proceso de negociación para una transición que evite un derrumbe traumático y violento.