Lo único seguro sobre el asesinato del director del periódico La Prensa, Francisco Graña Garland, es que el sicario y sus promotores pretendían silenciar con la muerte la incansable, feroz y pertinaz campaña que la víctima emprendía contra Víctor Raúl Haya de la Torre y el Partido Aprista Peruano. En ese momento la organización de la estrella cogobernaba con el presidente José Luis Bustamante y Rivero y era mayoría en el Congreso. No hay certeza sobre la identidad del autor de los cinco disparos que acabaron con la vida de Graña, a las 7 y 15 de la noche del martes 7 de enero de 1947, en Pueblo Libre, pero en los meses previos, congresistas, dirigentes y el diario oficial aprista, La Tribuna, habían concertadamente desatado una serie de calumnias, falsedades e insultos en agravio del empresario. En el libro ¿Quién mató a Graña? Crimen político y golpe de Estado (2018) el periodista Efraín Rúa reconstruye obsesivamente el caso, pieza por pieza, y relata en dos tiempos paralelos el desarrollo de los acontecimientos. Por un lado, el contexto político, social y conspirativo en el que se produjo el crimen; y por el otro, narra el desarrollo de las investigaciones para identificar al homicida y a los que organizaron el asesinato. Como resultado, Rúa logró construir un verdadero thriller político que atrapa al lector página por página, y lo mantiene enganchado, emocionado y ansioso por una sucesión de historias de mentiras, manipulaciones y fraudes perpetrados por los apristas con el propósito evidente de desviar el curso de las investigaciones. Efraín Rúa documenta que antes del asesinato, La Prensa fustigaba a Haya y a la representación aprista en el Congreso que pretendía favorecer a la compañía estadounidense de hidrocarburos International Petroleum Company (IPC ), en evidente traición a los principios ideológicos del aprismo contra el imperialismo yanqui y la entrega de los recursos naturales a los capitales extranjeros. Eso era algo que golpeaba en el corazón del orgullo de Haya y de su partido. Como respuesta, los senadores y diputados apristas aprobaron el 23 de noviembre de 1945 una ley que otorgaba facultades a la Corte Suprema para clausurar a las publicaciones que consideraba opuestas a “las libertades individuales del hombre”. Era, sin duda, una norma con nombre propio, lo que se confirmó cuando militantes apristas asaltaron el local de La Prensa, el 13 de abril de 1946, al grito de “¡Abajo los reaccionarios!”. Como demuestra Rúa, La Tribuna prosiguió con la campaña de desprestigio de Graña incluso luego del homicidio, al deslizar que la motivación del asesino fue pasional, sin aportar ninguna evidencia. Aunque luego de salir de la cárcel los apristas condenados por el caso insistieron en su inocencia, el autor demuestra que los conspiradores caminaban como apristas, hablaban como apristas y se defendían como apristas, por lo que no había duda de la autoría. El magnífico libro demuestra que son siempre mejores las verdaderas historias de crímenes políticos que las de ficción, porque abundan en sus páginas sangre de mentiras.