Aún recuerdo la conmoción que me produjo la lectura de Mitad monjes, mitad soldados, la investigación periodística sobre los abusos del Sodalicio que hicieron Pedro Salinas y Paola Ugaz. ,Tres años después, Jano Clavier y Claudia Tangoa han estrenado en el Teatro La Plaza una obra sobre la agrupación religiosa, basada en el testimonio de una de sus víctimas, Álvaro Urbina. Los directores logran que la voz de Urbina se multiplique en los cuerpos de ocho jóvenes actores, y gracias a un poderoso efecto de catarsis, todos en el público nos convertimos a su vez en ese chico desamparado que cae en las redes de un sistema enfermo que se aprovecha de su necesidad afectiva para captarlo y luego dañarlo. En el foro que siguió a la función a la que yo fui, casi todos en el público se quedaron quietos en sus asientos, consternados por lo que acababan de ver. Pedían el micrófono para confesar algún acoso, alguna historia similar, el miedo a que sus hijos caigan en una telaraña como esa. Porque, como dijo Ugaz, “quisiera que la obra sirva para que cuidemos a los niños, para que no sean víctimas de abuso no solo en una congregación religiosa, sino en cualquier lado. ”El teatro no siempre denuncia, y no debería ser el lugar para denunciar. Pero cuando el teatro denuncia, es porque el público no quiere o no puede enterarse de la gravedad del problema por medios periodísticos. Y este es el caso de la pederastia: no estamos haciendo mucho para combatirla. La adolescencia es un momento de alta vulnerabilidad, un chico poco valorado en su entorno, con alguna carencia emocional, puede caer en las garras de cualquier persona o grupo que le dé algún tipo de afecto. Un chico que se siente solo puede terminar entregando su cuerpo y su mente a un vicio, a la delincuencia o a un fanatismo político o religioso, y no regresar más.