Don Emiliano se ha traído el saber a cuestas y fácil puede explicarme el uso y creencia de todas las plantas que vamos encontrando en el camino. No ha reparado en detalles y arroja orgulloso los beneficios de la chiqchipa blanca y de la negra. La blanca es ideal para sazonar el caldo de queso y la negra, en mate sanador y poderoso, aplaca los males estomacales al instante. La patamuña estrujada entre las manos y olfateada por segundos puede servir para matar la sed y el cansancio en plena ascensión hacia la cima del cerro, desde donde será posible tener una vista espectacular del mítico y milenario lago Titicaca.
Hace unas horas, este habitante de las playas de Chifrón, en la península de Capachica (Puno), me ha llevado por su chacra y en tono misterioso ha preguntado ante las habas que han crecido vigorosas: ¿Dónde está la quinua? He pensado, como si tratara de una pregunta capciosa, y no he podido responder.
Nos hemos quedado mirando los sembríos y, tras adentrarnos en ellos, han aparecido las panojas de quinua listas para cosechar. Don Emiliano entonces ha empezado el relato: “Para protegerlas de la helada, del granizo y los vientos fuertes las he escondido tras las habas. Como estas son más fuertes, en la batalla natural por sobrevivir, las ayudarán de todas maneras”.
Tanto cariño parece un cuento, pero aquí, en estos lados del Perú, aún la gente observa las estrellas y la luna para empezar o terminar sus actividades agrícolas. En estos lados del Perú, se dan cuenta del nado de los patos silvestres y de los tiempos que vienen.
Por eso no olvidan ofrendar a la tierra, recordarle sus poderes sagrados, llamar a la deidad de las semillas y pedirle fertilidad, como cuando arrojan granos de quinua sobre las ovejas o conservan con esmero su diversidad, de colores y sabores, para que haya más comida, para que los potajes no disminuyan ni se agoten.
Comunicadora Social. Creadora del programa de televisión Costumbres. Personalidad Meritoria de la Cultura desde el 2015.