Don Ricardo Palma no era ajeno a los temblores. Les temía. En el tomo II de sus Tradiciones peruanas escribe su texto “Conversión de un libertino”, donde el tema central es el terremoto en Lima de 1746 y, como buen periodista, recoge la copla popular que termina con “Misericordia Señor”. Hugo Neira, citando a J.M. Oviedo, dice: “(En su tiempo) a Palma lo tomaron como un defensor del periodo colonial. Sin embargo, sus relatos hicieron desfilar en las hojas de las Tradiciones a “inquisidores, virreyes, oidores, togados arzobispos, a damas empingorotadas”.
PUEDES VER: El que tejía las palabras
En el estudio La invención de la crónica, la recordada Susana Rotker señala que la crónica es la unión entre periodismo y ficción (…) y, contra lo que proponen Tom Wolfe, el Nuevo Periodismo no es estadounidense porque nació antes de escritores como José Martí, Rubén Darío o Manuel Gutiérrez Nájera. Los líricos eran, a la vez, redactores y corresponsales, y sus textos, en apariencia perecederos, habían vencido el rígor mortis del destino de todo buen periodismo.
No obstante, yo advierto que el origen es más antiguo. Que Ricardo Palma inventa el Nuevo periodismo desde mediados del siglo XIX y advierte el advenimiento de la crónica. Género que elimina la llamada pirámide invertida. No la derroca. Le impregna luminosidad y brillo. Es periodismo. El de Palma, por tanto, es noticia. Y por limeño, es chismoso. Así cuenta lo que otros callan. El yerro es que Rotker no conoce la obra de Palma. Según César Miró, Palma publicó por primera vez en El Comercio, en 1848, cuando apenas tenía 15 años. Y desde ahí, hasta que estiró la pata, no paró de escribir, amén de ser marino, senador por Loreto, defensor de Miraflores en la guerra con Chile y director de la Biblioteca Nacional.
PUEDES VER: El año de todas las pestes
Que así debe ser un periodista. Una esponja que observa el detalle de cada intersticio de su Lima, aquella ciudad que encanecía en el imaginario de Felipe Pardo y Aliaga y Manuel Ascencio Segura. Por ello, a mis alumnos les insisto que hay que leer a Palma como eslabón de este Perú que es un territorio de cronistas y desde los albores de las escrituras. Bien decía Porras Barrenechea que en los textos del Inca Garcilaso está la expresión más auténtica de la historia inca y que en Guamán Poma de Ayala, en cambio, hasta por sus nombres totémicos —guaman y poma: halcón y león— aparece, póstuma y sorpresivamente, como una reencarnación de la comarca anterior a los incas.
Los artículos firmados por La República son redactados por nuestro equipo de periodistas. Estas publicaciones son revisadas por nuestros editores para asegurar que cada contenido cumpla con nuestra línea editorial y sea relevante para nuestras audiencias.