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Clasismo

“La democracia ha traído un presidente quizá disparatado pero de izquierda. Así, se ha formado el nuevo clasismo que corresponde a la fase de reacción del neoliberalismo social que se siente amenazado”.

La mayoría de analistas ha empleado el concepto de clasismo para explicar la conducta de las señoras de San Isidro que armaron un lío porque una librería vendía el libro de Sagasti. Pero recuerdo que la categoría “clasismo” significaba algo muy distinto cuando era joven y el país era gobernado por el general Velasco. De hecho, las palabras cambian de sentido conforme pasa el tiempo.

En efecto, entonces se llamaba clasista al obrero consciente de sus derechos. El trabajador ideal debía adoptar una posición de “clase” en la lucha política y sindical. Esta perspectiva implicaba conocer al enemigo —al patrón— y entender que había diferencias irreconciliables.

En ese momento el clasismo era un movimiento político amplio y disperso, que reunía a un conjunto de corrientes izquierdistas de oposición al gobierno militar. Con relación a las reformas del general Velasco, la izquierda de la época estuvo dividida en dos posturas. Por un lado, la mayoría colaboró con el régimen, estaba integrada por el PCP y otros militantes que se reunieron en Sinamos. Pero la llamada Nueva Izquierda estuvo en contra. Su opinión era que se trataba de una dictadura corporativa y demagógica, mucha promesa y escasa redistribución efectiva.

Este segundo grupo estaba dividido en multitud de pequeñas fracciones y círculos de activistas. Había partidos más grandes que funcionaban como centros matrices, como Patria Roja o Vanguardia Revolucionaria. Pero la característica principal era la libertad de cada pequeño grupo para desarrollar su propia línea política. Una sopa de letras y denominaciones.

Sin embargo, esas experiencias particulares confluían en el movimiento clasista. En sindicatos y pueblos jóvenes se habían encontrado nuevas generaciones de obreros y estudiantes radicales que hacían su práctica de trabajo de masas. Un folleto de Edmundo Murrugarra llamaba a sembrar activistas en el tejido social y hacer una experiencia colectiva de construcción de partido revolucionario. Así, el clasismo era una opción política a la izquierda del gobierno militar e independiente de sus cantos de sirena.

Décadas después, la palabra “clasismo” ha vuelto a la cultura política. Ahora identifica la actitud despectiva de sectores de clases altas y medias contra todo lo popular. En el terreno social acompaña al choleo y es la otra cara del terruqueo en política. La discriminación caracteriza al clasismo de hoy porque busca separar a la plebe de un sector que se percibe como moderno, emprendedor y partidario de lo privado. Sus enemigos principales son los caviares llamados “cojudignos” que le harían el juego al comunismo que nos gobierna. Pero hoy nadie se autodenomina clasista, ahora un señalamiento es prácticamente una acusación. Antes era un timbre de orgullo.

Estos cambios corresponden a modificaciones integrales de la política. Ayer los actores principales eran sectores populares de vanguardia, hoy treinta años de neoliberalismo han cambiado los sentidos comunes. Pero en este preciso momento, los neoliberales temen por su dominio. La democracia ha traído un presidente quizá disparatado pero de izquierda. Así, se ha formado el nuevo clasismo que corresponde a la fase de reacción del neoliberalismo social que se siente amenazado. Puede perderlo todo y desprecia más que nunca.

Aunque el clasismo ha pasado de un polo a otro del espectro, mantiene un sentido común en ambos períodos. La noción es anterior a Marx y se halla en la economía clásica de Adam Smith, el punto son las clases sociales. En el capitalismo, la dinámica social está definida por la contradicción económica entre dueños y trabajadores. Ese núcleo viene acompañado por anillos de mediación como cultura y política. Pero el reparto de la torta es crucial y en última instancia el motor de la historia sigue siendo la lucha por cortar sus tajadas. Ayer y hoy.

Zapata

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Antonio Zapata

Historiador, especializado en historia política contemporánea. Aficionado al tenis e hincha del Muni.