Sporting Cristal perdió 2-1 ante César Vallejo

El culto a los asesinos, por Ángel Páez

“Más de 200 camarógrafos registraron los funerales en las más diversas locaciones, incluyendo los discursos laudatorios que destacaban a Stalin como ‘genio’”.

Toda la exuberancia, la desmesura y la redundancia del culto a la personalidad de los líderes comunistas, se manifiesta en sus funerales.

El documentalista ucraniano Sergei Loznitsa pudo reconstruir la descomunal ceremonia fúnebre que recibió Iósif Stalin en Moscú y sus respectivas réplicas simultáneas en las más recónditas localidades de la Unión Soviética. A partir de decenas de horas de filmación a colores y en blanco y negro, que jamás se proyectaron por decisión de las propias autoridades soviéticas, Loznitsa consiguió la proeza de revivir en la película Funeral de Estado lo que fue ese delirio doliente y masivo que se originó por la muerte de Stalin, el 5 de marzo de 1953.

Ahora está más documentado que el “Hombre de Hierro” era un criminal de similares características que Adolfo Hitler. Ambos practicaron la desaparición física de sus enemigos reales o imaginarios, mediante el exterminio a gran escala. Pero Stalin recibió un trato más benevolente porque contribuyó a la victoria de los aliados sobre los nazis, incluso por parte del gobierno y los corresponsales estadounidenses, como Walter Duranty, del diario The New York Times, y Richard Lauterbach, de las revistas Time y Life (criticados por pasar por alto la hambruna que causó la muerte de 5 millones de soviéticos).

En el largometraje de Sergei Loznitsa aparecen compungidos, llorosos, cabizbajos, los jerarcas soviéticos como Laurenti Beria, Viacheslav Mólotov y Kliment Voroshílov, entre otros. Estaban así, no solo por el fallecimiento de este, sino porque sabían lo que venía con el proceso de “desestalinización”. Eran parte de la cúpula que junto con Stalin rubricaron los decretos secretos para ejecutar a más de 22 mil prisioneros polacos, en un intento por desaparecer Polonia de la faz de la tierra, en lo que se conoce como la masacre de Katyn (1940). Estos también fueron cómplices de la muerte en un campo de trabajos forzados del enorme poeta Ósip Mandelshtam, del fusilamiento del gran escritor Isaak Babel (1940) y de la ejecución del reconocido periodista Mijaíl Koltsov (1942), entre otros. Sin embargo, Stalin recibió los honores de millones de dolientes en plazas, fábricas y construcciones; cuarteles militares, campos de cultivo y oficinas públicas; de todos los rincones de la Unión Soviética, que construyó a sangre y fuego. Más de 200 camarógrafos registraron los funerales en las más diversas locaciones, incluyendo los discursos laudatorios con un fúnebre fondo musical, en el que destacaban a Stalin como “genio”, “padre” y “el más humano”.

Los jerarcas soviéticos quizás se avergonzaron de las filmaciones que ordenaron de las desmesuradas exequias. O, probablemente, Nikita Jrushchov consideró impropio proyectar la película porque él aparecía junto al cadáver idolatrado. Por lo tanto, contradecía su política de “desestalinización”. Por suerte, Sergei Loznitsa descubrió las cintas y pudo montar una obra maestra de otra forma del horror: el culto a los asesinos. (El documental está disponible en Mobi).

Ángel Páez

La Tribu

Fundador y jefe de la Unidad de Investigación. Estudió en la UNMSM, ha culminado una Maestría en su especialidad y enseña Periodismo de Investigación en la UPC. Es integrante del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, por sus siglas en inglés). Es corresponsal del diario argentino Clarín y de la revista mexicana Proceso.