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Presidente Sagasti

“Todos dirigidos por Keiko Fujimori, César Acuña, José Luna Gálvez, Antauro Humala y Guillermo Aliaga, entre otros actores sin ninguna significancia intelectual ni ética...”.

Eso de vivir formalmente en la anarquía y en el vacío de poder ha sido nuevo para muchos jóvenes. Es como quien va al baño, un día cualquiera, tranquilo y sin premura, y al salir se encuentra con un presidente nuevo en la Casa de Pizarro. O sin presidente ni nada, que esa es otra.

Situaciones como esas, la verdad, dan la sensación de que nuestro certificado de garantía es tan frágil que nos podemos ir a la mierda en el instante menos imaginado.

Hasta que, otra vez, de súbito, gracias a las marchas y a las nuevas generaciones, y a mártires como Bryan e Inti, volvemos a nuestra acostumbrada anormalidad, que es la de la crisis permanente.

Por el momento estamos fuera de las manos de esos ciento cinco legisladores asaltantes del poder y sus ocho bancadas angurrientas, todas con agendas antidemocráticas, que, no sé cómo, en algún instante tendrán que rendir cuentas por su delito de sedición. Así como espero que los aventureros Manuel Merino, Ántero Flores-Aráoz y Gastón Rodríguez sean investigados y sancionados por la justicia. Bueno. La esperanza es lo último que se pierde.

Cierto es que, siendo realistas, pocas cosas van a cambiar en los próximos meses, pero por lo pronto ya volvemos a tener cierta estabilidad, a pesar de que sigan detentando sus curules esa panda de ciento cinco impresentables, que son una cantidad increíble de golpistas y bribones para un recinto de ciento treinta.

Todos ellos dirigidos por Keiko Fujimori, César Acuña, José Luna Gálvez, Antauro Humala y Guillermo Aliaga, entre otros actores sin ninguna significancia intelectual ni ética.

Como sea. Gracias a la protesta ciudadana, tenemos, por fin, un decente presidente de transición, como Francisco Sagasti, y un Estado de Derecho de vuelta.

Ahora bien, la pelea no ha terminado. En el Perú nunca termina, todo hay que decirlo. Porque acá, ya saben, la democracia se va al carajo de un soplo, al menor descuido nuestro. Lo acabamos de constatar por enésima vez.

Pero hay que preservarla. La democracia no es un sistema perfecto. Ni siquiera garantiza buenos gobiernos. “A lo más, la posibilidad de remover pacíficamente a los que ya no responden a las expectativas y reemplazarlos por algo que, esperamos, resulte mejor”, como dice Mario Vargas Llosa en un texto escrito en febrero de 1996.

Porque equivocarnos es parte del juego democrático. Aun así, aunque imperfecto, es un sistema superior a cualquier otro de talante autoritario o totalitario.

Por eso debemos seguir vigilantes. Además de la plaga del coronavirus, tenemos que enfrentar todavía la peste golpista y autoritaria que anida en el actual Congreso y que se avecina en los próximos comicios con candidatos que solo auguran el renacer de la barbarie.

Pedro Salinas

El ojo de mordor

Periodista y escritor. Ha conducido y dirigido diversos programas de radio y tv. Es autor de una decena de libros, entre los que destaca Mitad monjes, mitad soldados (Planeta, 2015), en coautoría con Paola Ugaz. Columna semanal en La República, y una videocolumna diaria en el portal La Mula.