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Chavismo puro

“No es la primera expresión violenta de Chávez, aunque esta vez ha roto sus propios cánones, introduciéndose en los territorios del odio y de la descalificación por motivos raciales, impropio en cualquier persona, pero más inadmisible en una legisladora”.

Durante una sesión de la Comisión de Constitución del Congreso de la República, la legisladora fujimorista Martha Chávez emitió reprobables opiniones cargadas de expresiones claramente racistas contra el expremier Vicente Zeballos. Al cuestionar su designación como representante permanente del Perú ante la Organización de los Estados Americanos (OEA), señaló que Zeballos, como moqueguano y como persona de rasgos andinos, es una persona que debería conocer y llevarse mejor con la población mayoritariamente andina o mestiza de Bolivia.

La agresión de Chávez –chavismo puro y duro– tiene el doble propósito de desvalorar a una persona para un cargo por tener “rasgos andinos” y ser de Moquegua, de modo que por esa razón estaría capacitada solo para ser embajador en un país con una población mayoritariamente andina o mestiza, lo que de paso implica una tercera agresión contra el hermano país boliviano que, en la lógica de Chávez, solo debería tener embajadores de extracción andina.

No es la primera expresión violenta de Chávez, aunque esta vez ha roto sus propios cánones, introduciéndose en los territorios del odio y de la descalificación por motivos raciales, impropio en cualquier persona, pero más inadmisible en una legisladora. Es obvio que el Congreso tiene la obligación de sancionarla severamente.

Las expresiones de Chávez revisten más significados. Refleja la predisposición al uso del lenguaje brutal y extremadamente violento en el debate político. Incluso desde su partido y otros sectores cercanos al fujiaprismo le han señalado que podría haber usado otras expresiones para patentizar su crítica a la designación de Zeballos a la OEA, pero prefirió ese lenguaje.

Lo hizo porque ella y otros políticos han normalizado la agresión en el debate político, una tarea que ha tenido resultados relativamente exitosos. De un tiempo a esta parte, los políticos violentos han escalado posiciones en sus partidos en tanto que las sanciones a esas conductas, en lo legal o a través de la censura social, se hacen esperar o son inexistentes. La mejor prueba de ello es la impunidad del legislador que insultó al presidente durante una reunión del Pleno del Congreso.

La política brutal es mucho más que violencia verbal. Es la negación de las ideas y su reemplazo por adjetivos que huyen de los contenidos. En casi todos los casos, un político brutal es al mismo tiempo un político sin ideas, y quizás por esa razón –por carecer de ideas– también adolece de principios a la hora de tratar las diferencias. En ese punto, también, la política está enferma.