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Metatexto de una narrativa republicana

El último discurso ha sido justo para un contexto de transición. Es lógico que la salud tenga una mayor presencia.

El último discurso ha sido justo para un contexto de transición. Quizás nos deja una entrañable sensación de nostalgia frente a la efervescencia de otros momentos álgidos de nuestra política. Fiel al ajedrez de las palabras y los gestos, hablemos mejor de menciones y omisiones.

Es lógico que la salud tenga una mayor presencia. No solo por cerrar la universalización como política iniciada en esta década, sino también por la invocación a la necesidad de unificar nuestro fragmentado sistema de salud, propuesta que parece devenir de un claro análisis técnico, pero con enorme peso político –Mazzetti lo adelantó el día anterior en CNN–. Y además por lo que se ha visto en la práctica: Minsa y EsSalud actuando juntos.

Su segunda prioridad fue lo social, con temas que nunca tocaría la narrativa neoliberal. Además del nuevo subsidio económico, salud y educación, Vizcarra tocó género y machismo, personas vulnerables (niños y adolescentes, adultos mayores y personas con discapacidad), digitalización y tecnología, medio ambiente y ecología, relaciones comunitarias y hasta cultura.

El aspecto económico en un tercer lugar –incluso antes que su popular reforma política–, debe mirarse con lupa, pues se centró en aspectos críticos al sector empresarial: por un lado, los convenios gobierno a gobierno que evitarían la parasitaria corrupción sistémica de los instrumentos tradicionales de gestión para proyectos de inversión en gran infraestructura; y, por el otro, las prácticas anticompetitivas, tema del que nadie ha hablado quizás porque casi todas las prácticas empresariales caen en este saco.

Curiosamente, la omisión más reclamada ha sido la de los gobiernos regionales y locales, lo que refuerza la fascinación de la comunicación política en la que no incluir el debate de la descentralización es la invitación misma para ello. Y es aquí donde entramos a este fascinante mundo en el que el discurso no solo es lo que se menciona u omite, sino también los otros discursos.

Resulta positivo haber enterrado la visión hortelana de los ciudadanos de segunda categoría o la de los derechos humanos como una cojudez y que resurja en la iglesia, a través del monseñor Castillo, el del ideal republicano, participativo, de construcción de ciudadanía frente a “consumidores indiferentes al bien común”, en el que se honra tanto al héroe awajún como al ángel del oxígeno o en el que se cita a Vallejo, Mc Evoy y la patria grande, en una homilía bastante sui generis, sellando una autocrítica a su institución digna de aplaudir.

Quedan también los rezagos de la narrativa del privilegio y la impunidad que busca acusar algún tipo de complot que justifique una supuesta injerencia en el sistema de justicia. Esos también son los efectos entrelíneas que genera el discurso de Vizcarra. Entonces, ¿quién dijo que fue aburrido o más de lo mismo?

La República

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