Por: Eduardo Arroyo Laguna, decano Nacional del Colegio de Sociólogos del Perú
Es imposible pensar en nuestro bicentenario prescindiendo de la pandemia del coronavirus que divide la historia universal y la peruana en un antes y un después.
Nuestro país es de vieja data. Caral floreció a la par que las grandes civilizaciones orientales y, ya en la era cristiana, la civilización inca nos unió con los lazos de lengua, sangre y religión. Generó un imperio agrario con poca tierra y agua para el cultivo. Su principio de que quien no trabajaba no comía combatió la delincuencia y la ociosidad promoviendo la necesidad del trabajo colectivo, alrededor de la madre tierra.
Su apogeo se truncó por sus propias contradicciones internas, lo que lo incapacitó para resistir la invasión europea. Los ibéricos saquearon nuestro oro y plata motorizados por el mercantilismo vigente entonces. La mayoría de nuestro pueblo murió en la mita minera; otros infectados con los virus y bacterias que trajeron los colonizadores, para los que no estábamos inmunizados. Mucha gente perdió la ilusión de vivir extinguiéndose. Se frustró así una experiencia ecológico-demográfica, armoniosamente vinculada a la naturaleza.
La independencia se basó en la noción de libertad antes que subordinarnos a otro país. Iniciamos la república sin una clase capitalista y, por tanto, sin un proyecto estratégico de desarrollo que encausara nuestros sueños de bienestar colectivo e individual. Desde el inicio, los sectores dominantes parasitaron de nuestros recursos naturales. Tras los años de la anarquía militar (1821-1840), cuaja un sector empresarial peruano asociado al capital extranjero en calidad de socio menor para explotar el guano. Logra su ganancia y la envía a la banca extranjera sin reinvertir en la patria. Es una burguesía sin alma nacional que se une al gran capital internacional para comercializar la riqueza peruana. Burguesía mercantilista, vive de lobby en lobby tratando al Perú como una mercancía hasta el día de hoy. Se aferra a la minería aunque esta destruya el entorno. Siguen aupados al ministerio de economía hace varias décadas defendiendo un país exportador de las mismas materias primas que hace cinco siglos. Llegan al bicentenario en deuda con la promesa de educación, alimentación, salud, vivienda, trabajo para todos.
Mientras Naciones Unidas llama a diversificar la producción y el Papa Francisco en su encíclica “Laudato Si” plantea el cuidado de nuestro planeta, los mercantilistas en el poder alimentan el subdesarrollo de una economía primario exportadora con escasa industrialización, sin línea aérea de bandera, sin marina mercante, sin puertos propios, saturada de servicios extranjeros.
El COVID-19 ha desnudado nuestras limitaciones en salud y servicios para todos, lejanos de la promesa de la vida republicana, alejados del sentir popular. Hoy esta pandemia, según la CEPAL, llevará a que nuestra región crezca -5.3% y nuestros pobres extremos, pobres en general e informales aumenten.
El Estado debe proteger el bien público y un nuevo contrato social favoreciendo a los más necesitados, aumentando los impuestos a los ricos como plantean NNUU, FMI, BM, BID superándose la ley de la ganancia y estimulando la sana convivencia. Hay que fortalecer la articulación entre el gobierno central, los gobiernos locales y las organizaciones sociales de base para hacer eficiente el reparto de alimentos, el agua gratuita para todos y los bonos universales superiores a la insuficiencia de 760 nuevos soles. Seguir la lucha contra la corrupción. En suma, una nueva economía social de bienestar y la diversificación de nuestra producción para dejar el modelo primario exportador que rige hace cinco siglos.
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