Por: Carlos Valdez Espinoza (*)
La inamovilidad social producto del coronavirus y las prohibiciones de reunirse en museos, teatros, bibliotecas o en espacios públicos que remiten a la historia de un país, hace pensar que por ello la cultura debe parar. Quienes además asocian el arte a lo accesorio y al lujo, lo verán como inoportuno en estas circunstancias de necesaria moderación y supervivencia. Estas posiciones nos empujan a asumir que nuestra actividad cultural se reduzca a la posibilidad de hacer un tour virtual por el Louvre o algo similar.
Como dice Esteban Krotz, asociar la cultura únicamente a estos lugares es, en definitiva, una mentira. Por suerte, existe también una mirada (antropológica) en la que el arte y la cultura forman parte inherente de todo tejido colectivo. Igualmente desde las propias reflexiones del arte contemporáneo, Joseph Beuys diría que “todo ser humano es un artista” en el sentido de que profesaba el arte como estructura social.
La cultura es un concepto bastante manoseado y muchas veces utilizado de manera oportunista, por lo que se necesita sincerar su definición. A inicios de los setenta, Clifford Geertz definió la cultura como un sistema de símbolos y concepciones heredadas que le dan sentido al mundo. Es decir que en cada comunidad, en cada sociedad y en cada tiempo existe una inacabable dinámica cultural y artística, los cuales afirman e interpelan nuestros valores y sentidos de vida.
Hoy existe mayor alcance a herramientas digitales que nos permiten un sinnúmero de interacciones entre personas, generando dinámicas culturales. En aquella interacción, la red produce contenidos libremente. Permanentemente estamos cargando y descargando cultura.
Podemos concluir entonces que el arte genera símbolos propios y sentido de la vida. Ello sigue siendo necesario y quizá, en estos tiempos de autocrítica y reflexión y supervivencia, es más primordial que nunca. Ejemplo de ello son los memes, fotografías, música, videos y, cómo no, también los museos, teatros y bibliotecas virtuales de cada día. Por ello, vale la pena aludir a la necesaria apuesta del Estado por la cultura. ¿Cuántos contenidos vemos, que nos hacen admirar historias, héroes, valores y símbolos lejanos? ¿Cuántos actores, músicos, artistas plásticos y guionistas lejanos se benefician cuando vemos o escuchamos una producción extranjera? ¿No deberíamos también tener la opción de ver producción local de buena calidad y en buena cantidad?
Pero ¿qué ocurre con gran parte del sector cultural que se maneja en espacios públicos no virtuales? A estos trabajadores el Estado debe protegerlos. Desde los que trabajan para galerías y teatros hasta los colectivos de cultura viva comunitaria, quienes ejercen el arte como herramienta de desarrollo para grupos vulnerables. Todos ellos merecen ser registrados debidamente y recibir apoyo de acuerdo a sus necesidades, pues es un sector que, debido al manoseo de su definición, carece de la formalidad de gremios laborales y de su identificación necesaria.
El arte construye símbolos, y toda sociedad los necesita. Para generar transformación social, conciencia democrática e incluso para generar desarrollo económico. Si los ciudadanos no los encuentran, o si solamente los encuentran en un pasado que también puede ser lejano, entonces buscarán esos símbolos afuera, tal como viene pasando. Y eso, frente a la riqueza artística y cultural de este país, es lamentable. El arte también puede ser cuestión de supervivencia.
(*) Director General, Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas Artes del Perú
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