La comediante Sarah Silverman ha creado un espacio no para seguir haciendo lo que hasta el agotamiento hacemos los demás, es decir, señalar al otro como un cretino, un ignorante, un corrupto. Sino para acercar a quienes no piensan igual y demostrar que hay instancias en que se hace evidente que estamos más en la misma orilla de lo que imaginamos. Lo cómodo en estos tiempos es, claro, lo contrario: prolongar la batalla, insistir sobre aquello que del otro nos jode, nos irrita, nos enerva, lo que del otro odiamos. Pero ella se decide por lo incómodo. Valiente, por decir lo menos. En la primera emisión de I Love You America, Silverman fue a sentarse con una familia que calificaría como arquetípica de la base de votantes de Donald Trump —siendo ella una de las voces anti Trump más relevantes–. Y se encontró no con una manga de trolls racistas y armados con semiautomáticas sino con personas amables, generosas, con quienes discrepa en algunos asuntos (como la adopción por parejas homosexuales), claro, pero con quienes consigue de inmediato tender puentes que superan a la razón, anclados de hecho en la emoción, en el afecto. De eso se trataba la democracia, parece. Y en nosotros, qué lejos se ve la posibilidad de encontrar maneras más inteligentes y saludables de encontrarnos. Qué lejos ese urgente proceso de reconciliación nacional que nos obligaría a todos a salir de nuestras diminutas zonas de confort para mirarnos a los ojos y vernos en el otro. Lo que no es cuantificable en números no deja de existir así dejemos de nombrarlo… ❧