Más allá de las canastas regaladas en el Congreso.,Gran revuelo se armó hasta hace unos días –porque, en el Perú, los escándalos solo duran unos pocos días, hasta que el siguiente tapa al previo– por la revelación de que el congreso entregó canastas navideñas a sus trabajadores. Sus trabadores también incluyen, obviamente, a los parlamentarios, lo cual fue el detonante de una indignación ciudadana azuzada por la ‘denuncia’ de varios medios. La oficialía mayor del congreso defendió, con corrección, la legalidad de las canastas navideñas entregadas a sus trabajadores, algo que ocurre en la mayoría de empresas e instituciones públicas y privadas del sector formal de la economía. Pero el escándalo mayor fue ver a congresistas con su canasta, algo que, antes que con este obsequio navideño, tiene que ver más con la baja reputación que gozan los parlamentarios –con frecuencia por razones bastante comprensibles–, pues si hay canastas para todos los trabajadores, no hay razón para concluir que haya trabajadores excluidos del beneficio. Otra arista del debate es más apropiada y se refiere al costo de unas canastas que fueron compradas por más de S/900 cada una, cuando la suma individual de los precios de cada producto sería inferior. Esos cuestionamientos ya se están aletargando e irán desapareciendo con la llegada del verano, hasta, con toda seguridad, resurgir en la próxima Navidad, la del año 2017. Y mientras eso ocurre, esta columna sale en defensa del regalo, en general, de la canasta navideña a todo trabajador, y resalta que su efecto en la relación con la empresa es fundamental y que está subestimado. Para el trabajador peruano, la canasta navideña constituye una especie de señal visible del agradecimiento de la empresa hacia su personal, un regalo que, en vez de ser un asunto individual, significa una ofrenda a la familia del trabajador. Mientras más grande la canasta, tanto mejor, pues el trabajador se siente más reconocido por la organización en la que labora, aunque ello implique tener que arrastrarla con dificultad por la calle hasta tomar un taxi. Hay canastas navideñas para todos los gustos, preferencias y bolsillo, y estas han evolucionado con el tiempo, hasta dejar de ser canasta y venir en el formato del maletín que se utilizará para siempre. Incluso, ahora vienen como tarjeta de crédito lista para reventarla en las tiendas. Pero, al margen del formato, las canastas suelen estar en la parte alta del sistema de querencias entre la empresa y el trabajador.