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Domingo

Franklin Ibáñez: “Hay muchos conservadores que usan una falsa ética para moralizar a la sociedad”

El filósofo y maestro universitario habla de cómo los políticos han hecho mal uso de conceptos como moral y ética al imponer sanciones que tienen fundamentos confusos y vagos. Ibañez, que ha escrito el libro El (ab)uso de la ética, sostiene que estos términos han perdido valor ante la sociedad.

El libro de Franklin Ibáñez fue presentado en la Feria Internacional del Libro. Foto: Félix Contreras / La República
El libro de Franklin Ibáñez fue presentado en la Feria Internacional del Libro. Foto: Félix Contreras / La República

Las palabras ética y moral parecen bastante alejadas de lo que ocurre en Palacio de Gobierno o en la plaza Bolívar. Sin embargo, le dan nombre a grupos o mecanismos sancionadores que pueden ser activados desde el Legislativo. ¿Es correcto el uso que nuestros congresistas le dan a estos conceptos? El filósofo Franklin Ibáñez, maestro en la Universidad del Pacífico y San Marcos, ha escrito El (ab)uso de la ética (Fondo editorial SM/Unifé), un libro en el que describe cómo los políticos abusan de estos términos. Además, habla de los vicios de los medios de comunicación, que no pueden distinguir entre personajes públicos y celebridades pasajeras. En esta entrevista hace un resumen de estas ideas y expresa su opinión sobre las últimas reacciones ciudadanas contra parlamentarios y ministros.

En su libro se pregunta “qué diablos” es la incapacidad moral permanente. ¿Ya tiene una respuesta?

(Sonríe) La tenía clara antes de empezar el libro, porque no hay ningún eticista en el Perú, ni de izquierda ni de derecha, que esté a favor de la categoría. Para todo el mundo es una categoría inválida, que difícilmente se puede aplicar a personas comunes, y no creo que Kuczynski, Pedro Castillo o Vizcarra sean personas anormales.

Usted dice que cuando los congresistas usan palabras como ética y moral, y aprueban temas importantes, como la vacancia de Castillo o Vizcarra, no está claro qué es lo que entienden ellos por ambos términos, y ese es un problema, porque no hay claridad sobre lo que sustenta sus decisiones.

Sí, me molesta que por tanto repetir el término no le den contenido y significado. Lo repiten como si fuera una palabra transparente, pero no lo es ni para ellos. Y la prueba son las mociones. Mezclan cosas sin sentido…

¿Qué es lo más sorprendente para usted de las mociones de vacancia?

Que, si bien todas pueden tener algún contenido ético, lo tienen en un sentido demasiado laxo, ambiguo, tanto que para ellos cualquier cosa puede llamarse ético o antiético. A ver, porque Vizcarra estaba a favor de la educación con enfoque de género, un congresista ya lo quería vacar, por ser perverso.

Porque eso iba contra su propia percepción de la ética.

Sí. O porque Castillo hace una promesa que luego no cumple, también se le considera inmoral.

Otro peligro es que el término ética o moral les sirva como una cortada para votar como les dé la gana. Más que un sustento, es un escape.

Una estratagema, claro. Porque, claro, dicen: Si yo estoy avalando la ética y tú criticas mi defensa de la ética, entonces tú estás contra la ética. Entienden que, por usar la palabra ética, todas las personas de bien deberíamos ponernos de lado de los congresistas. Pero si se pusieran a explicar, tal vez ellos mismos se darían cuenta de que es muy pobre su discurso.

Ahora, usted dice que, en estos casos, en los que el Congreso vota sobre estos temas, está actuando como un intérprete moral de la sociedad. ¿Pero está claro a cuántos ciudadanos representa esa interpretación?

Claro, ahí viene el problema del sistema electoral. En principio, ¿qué porcentaje del padrón vota? Algo más de dos tercios. Pero no es ni siquiera a ellos que representan. Si quitamos los partidos que no pasaron la valla, si quitamos el voto de protesta, no llegan a la mitad de la población. Pero, aun así, hay bancadas, como el fujimorismo, que tenía la primera mayoría el 2016, que cree que sí, que sus votos le autorizaban a representar al 100% las creencias morales de la población.

Ellos, en el 2016, llegan a obtener el 19% de los votos, pero luego les dan el 56% de toda la representación congresal.

Hay eventos graciosos en la historia donde juzgamos, por ejemplo, a Dina Boluarte o Pedro Castillo por no ir a un evento religioso, porque era una falta de respeto a la moral cristiana, católica, etcétera. Yo soy católico, pero no puedo imponer la moral cristiana al resto de la sociedad porque el Perú no es un país constitucionalmente católico.

Además, está el problema de que, si haces eso, habilitas a otras creencias a hacer exactamente lo mismo. Todo termina siendo muy subjetivo.

Debería haber un núcleo que no sea subjetivo. Yo tengo miedo de que lleguemos a la conclusión de que la ética depende de cada persona. Y en el libro hablo de un minimalismo en el que tendríamos que estar de acuerdo todos, creyentes, no creyentes, católicos, ateos, musulmanes, evangélicos, etcétera. No podemos estar de acuerdo, por ejemplo, con las masacres. No podemos estar de acuerdo con la violación de niños, como en Condorcanqui. No podemos estar de acuerdo con la corrupción.

¿Y todo aquello tendría que estar puesto por escrito?

Sí. El autor que a mí me más simpatiza, que es John Rawls, dice que las sociedades democráticas deberían hacer un esfuerzo por encontrar un consenso en unos mínimos morales y esos llevarlos a la Constitución.

El profesor Roberto Aramayo, que hace el prólogo de su libro, dice que hay una creciente banalización de la ética. Él sostiene que “se le invoca en vano para utilizarla como una simple arma retórica con la cual denigrar al adversario político”. ¿Usted coincide con ello?

Por supuesto. La idea del proyecto era precisamente mofarnos de los que toman el nombre de la ética en vano: los falsos moralizadores. La frase es un juego de palabras porque en la Biblia se habla de los falsos profetas, aquí hablamos de falsos moralizadores. En la Biblia se dice no tomes el nombre de Dios en vano. En una sociedad secular, que oficialmente no puede ponerse en esa condición, lo que se hace es tomar el sustituto, el nombre de la ética, en vano, para favorecer un discurso o un argumento político.

¿Por qué quiso escribir este libro? ¿Hay algún disparador?

Porque me da cólera, me da rabia, como eticista. Los eticistas somos las personas en filosofía que nos dedicamos particularmente a la ética y me da cólera que usen tan banalmente la moral. Digamos, a Jesús le daba bronca que los fariseos tomaran el nombre de Dios en vano. Insisto, hay muchos conservadores, usando una falsa ética para moralizar falsamente a la sociedad. Y lo que me molesta es que, como los medios han repetido tantas veces esta palabra, cada vez que hay una vacancia, la propia población se está mal educando en el mal uso de la ética. Es algo grave. Y saben que es grave. El Congreso del 2020, cuando saca a Vizcarra en plena crisis del covid, lo hizo de manera tan despreocupada que no se imaginó la respuesta ciudadana que iba a desatarse. Y la gente que protestaba tampoco es que entendiera qué es eso de la ética. La gente protestó contra un abuso. Por eso el título del libro es El abuso de la ética.

¿Es necesaria una Comisión de Ética en el Congreso?

Yo le llamaría comisión disciplinaria, quitaría la palabra ética.

Porque una vez más está perdiendo fundamento el término ética.

Como los parlamentarios tienen ciertas prerrogativas, y no pueden ser juzgados judicialmente, la Comisión de Ética terminaba siendo algo así como un minijuicio, una minisanción. Pero los casos que llegan a ética no dan para jalar las orejas, son delitos. Estamos hablando de mochasueldos, de un congresista que ha violado a una trabajadora. Veamos, la parte más objetiva de la ética suele coincidir con el derecho, y sobre todo con el derecho penal. Y por eso es que no son faltas menores, son faltas éticas muy graves, y por eso mismo deberían ir a juicio.

Directamente a la Fiscalía o al Poder Judicial.

O a una instancia del Congreso, pero que no se llame Comisión de Ética, sino que sea como la de acusaciones constitucionales.

Ya que hablamos del Congreso, ¿qué piensa de la última reacción ciudadana frente a congresistas y ministros, de estas protestas expresadas públicamente?

Bueno, te comentaba hace un rato, a mí me impresionó y me agradó mucho la reacción del 2020, contra Merino, que en verdad era contra el Congreso. Para mí, eso es lo más cercano a los Cuatro Suyos que he visto. Y actualmente la gente está tan desgastada y no se quiere movilizar con un líder oportunista, que sea de izquierda o de centro. Porque sería concederle a cualquiera una representación que no tiene y que no se merece. Yo no veo a alguien que se la merezca. Antauro Humala, no. Verónika Mendoza ha quedado muy sucia por su última gestión. Entonces, si me preguntas si yo le gritaría a un congresista en la calle. No sé si le gritaría, pero si tuviera la oportunidad, que alguna vez lo he hecho, sí me sentaría frente a él y le diría que me parece un delincuente y un corrupto.

¿Lo ha hecho?

Sí, lo he hecho.

Bueno, entonces entiende la reacción de los ciudadanos.

Bueno, una cosa es comprender, otra cosa es justificar. No puedo justificar que alguien lance un vaso de vidrio. Y no puedo justificar tampoco que lancen mierda o lo que sea a la casa de periodistas, como hace La Resistencia.

Usted afirma que llamar personajes públicos a los famosos es una aberración. ¿Por qué dice eso y por qué nos jala las orejas?

Es que es una trivialización de la categoría pública. La categoría pública se reservaba para la gente que era realmente pública. ¿Por qué? Porque tenían un poder en nombre del pueblo, porque discutían asuntos que afectaban a todos. Hoy, en ciertos foros, se reserva todavía el uso de público para funcionarios públicos, instituciones públicas, decisiones que afectan a todos. Pero también es verdad que los temas más importantes del verano pasado, para algunos medios, eran el escándalo del cantante Christian Domínguez y su chica, o Paolo Guerrero, y eso no es lo público.