Domingo

Terror, placer peruano

El Perú es una de las plazas más importantes de consumo de cine de terror en la región. Lo dicen las distribuidoras de películas y la evidencia de unos 20 filmes de este género estrenados en poco más de dos meses. ¿Por qué disfrutamos tanto del horror en la tierra de pishtacos y jarjachas?

Pesadilla en Elm Street es una de las franquicias preferidas de los aficionados. Foto: John Reyes/La República
Pesadilla en Elm Street es una de las franquicias preferidas de los aficionados. Foto: John Reyes/La República

Escribe Sandro Mairata

La sala estaba llena en el reestreno de El exorcista a inicios de setiembre, en un cine de San Isidro. El clásico de 1973 cuenta cómo el demonio Pazuzu posee a la niña Regan (Linda Blair) y la hace flotar suspendida en el aire, lanzar vómitos verduscos y voltear la cabeza 180 grados mostrando un rostro deforme y lacerado, al tiempo que dos sacerdotes combaten el mal. Es una maravilla de filme de terror, un tótem aún no derrumbado. Fue un placer verla restaurada y extendida en la pantalla grande.

Por años, los peruanos de los ochentas y noventas vimos El exorcista una y otra vez en televisión doblada al castellano. Era un evento familiar culposo. En principio, los padres se la tenían prohibida sus hijos. Al final, la prohibición generaba que todos la viéramos alternándola con otra favorita, La profecía (1976), la historia del mismísimo anticristo encarnado en un niño británico llamado Damien Thorn. La popularidad de este personaje fue tanta que el cómico Carlos Álvarez apodó al entonces presidente Alan García como “Alan Damián”, una chapa que cargó por años.

Exhibiciones como El exorcista son apuestas a ganador de las distribuidoras de películas en el Perú, que conocen una realidad de la cual quizá no somos tan conscientes: nuestro país es una de las plazas más importantes de consumo de cine de terror y de desastres en Latinoamérica. “La gente consume muchísimo (de estos géneros)”, afirma Adriana Morel, representante de Warner para el Perú, que en las última semanas reestrenó El exorcista y El resplandor, el perturbador clásico de Stanley Kubrick. “Comparando con países vecinos como Chile, en el Perú funcionan particularmente bien”.

Desde franquicias añejas como Halloween –que pronto estrena nuevo filme–, Viernes 13, o Pesadilla en Elm Street, hasta otras como El juego del miedo o el universo de El conjuro, los fans peruanos no se pierden la oportunidad de gastar tiempo y dinero en autoinfligirse miedo. Esto puede constatarse mejor con un dato al aire: solo entre agosto y octubre de este año se han estrenado unas veintena películas de terror en las salas de cine peruanas. Pareciera un asunto menor pero, ¿a qué se debe?

Un gusto macabro

“Por un lado, hay bastantes películas acumuladas por la pandemia”, explica el crítico de cine Ricardo Bedoya. “Yo pienso que además es un tema de olas. En los setentas, los peruanos huían de la realidad con cine de kung fu o la comedia erótica italiana. Luego vino el cine indio. También hay nuevos proveedores de estas películas como Rusia y Corea del Sur. Pero siempre había una especie de apego al terror, y el terror ha tenido una presencia en lo que antes eran los cines de barrio”.

Hay algo más. Revisando títulos, resulta que una cuarta parte del terror de las películas en cartelera encierra un fuerte elemento cristiano: Escalera al Infierno, El hijo del diablo, El exorcismo de Dios, El reflejo del diablo, Ojo del demonio, El exorcista. Bedoya advierte: “No se dejen llevar por los títulos. A veces los cambian y no tienen nada que ver con el contenido de la película”. La extraordinaria cinta Hereditary (2018) es un buen ejemplo. En castellano se la tituló El legado del diablo.

Asimismo, como cada género, el terror tiene subgéneros: giallo, gore o splatter, slasher, etc. Desde El bebé de Rosemary y Chucky a Bárbaro, desde El amanecer de los muertos vivientes y Drácula a Ichi The Killer, Estación zombie, Hostal o Una película serbia, la pulsión del terror excita a los peruanos como a pocos países en el mundo. El terror de base religiosa es un tema aparte. La monja, el primer título que viene a la mente, es una de las películas de terror más taquilleras del Perú, superando a cintas como It, Annabelle o El conjuro: se estrenó en 2018 en 328 salas y llevó a 1′327,021 espectadores. En comparación, Cementerio general (2013), la cinta peruana de terror más exitosa –producida en Iquitos–, atrajo 747,115 espectadores y provocó un mini-boom de terror con otros éxitos como Secreto Matusita y La cara del diablo, ambas de 2014. Cementerio general 2 llegó en 2015.

Sobre el tema del miedo con base religiosa, Álex Huerta, doctor en antropología por New York University y profesor en la PUCP, especializado en cultura popular peruana dice: “No es de extrañar que el catolicismo tradicional y conservador que vino con la Colonia haya hecho del miedo una constante que las películas de terror elevan al ciento por ciento”.

Afiches de La profecía, la coreana Estación zombie y la peruana El demonio de los Andes. Foto: archivo La República

Afiches de La profecía, la coreana Estación zombie y la peruana El demonio de los Andes. Foto: archivo La República

Huerta considera que “el cristianismo que llegó con la Conquista venía imbuido en un discurso político de dominación a partir de la culpa y, sobre todo, del miedo que garantizaba el cumplimiento de las normas y que se constituyó en un eficaz medio de control social. El segundo punto es que todo sistema de creencia en lo sobrenatural después de la llegada de los españoles fue visto como diabólico o, peor, como ‘parodia diabólica’ de un demonio que buscaba engañar a la población indígena con religiones equivocadas”.

La teoría de Huerta ayuda a entender dos aspectos. Uno, la inconsciente rebeldía de un sector del público peruano –influenciado por el cristianismo– que solo se atreve a desafiar al demonio en una sala de cine. Dos, la prevalencia del sincretismo del diablo cristiano junto a jarjachas y pishtacos –también llamados nakaq– en el cine de terror producido fuera de Lima. Hay una larga tradición de producciones pero destacan Jarjacha, el demonio del incesto (2000) de Melinton Eusebio, un filme ampliamente revisado y estudiado, y Pishtaco, que llegó en 2003 de la mano de José Antonio Martínez

“Pareciera una paradoja o una contradicción que la gente invierta su tiempo y su dinero en algo que le va a generar afecto negativo, pero hay por lo menos dos explicaciones para resolver esa paradoja”, dice Jorge Yamamoto, psicólogo, investigador y docente de la PUCP. “Lo primero es que en la vida disfrutamos enfrentar un problema y, de manera exponencial, su solución. Gracias a nuestras neuronas espejo es como si estuviéramos protagonizando (la película que tenemos delante) y podemos tener esa –disculpando la expresión– ‘masturbación evolucionista’, porque tuvimos dificultades y las resolvimos. Lo segundo es que estamos tan adormecidos que ya ni películas sobre la guerra nuclear nos asustan. Probablemente el diablo sea la última frontera del terror”.