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Carmen Ilizarbe: “El modelo de democracia que se instaló el 2001 ya colapsó”

Analista. Carmen Ilizarbe, politóloga y antropóloga de la PUCP, sostiene que el contexto político actual está mucho más deteriorado de lo que estuvo en noviembre del 2020. Acaba de publicar el libro La Democracia y la Calle. Protestas y contrahegemonía en el Perú, editado por el Instituto de Estudios Peruanos (IEP), donde analiza las marchas y movilizaciones en Lima y las regiones, en las últimas décadas.

Ilizarbe sostiene que el modelo de democracia que se instaló desde la caída de Alberto Fujimori ha colapsado. Foto: Antonio Melgarejo/La República
Ilizarbe sostiene que el modelo de democracia que se instaló desde la caída de Alberto Fujimori ha colapsado. Foto: Antonio Melgarejo/La República

La politóloga y antropóloga Carmen Ilizarbe Pizarro, profesora de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), ha realizado un valioso estudio sobre las protestas titulado La Democracia y la Calle. Protestas y contrahegemonía en el Perú (IEP, 2022). Sostiene que el modelo de democracia que se instaló desde la caída de Alberto Fujimori ha colapsado, que la desestructuración alcanza a los partidos políticos y que la población busca formas de autorepresentación política.

En el libro analiza las marchas, la calle, en la política peruana.

El libro trata sobre las protestas callejeras, un fenómeno de participación política informal garantizada en la Constitución, que ha crecido con mucha fuerza desde antes de la caída del gobierno de Alberto Fujimori. Las marchas las analizo como momentos de articulación política, de suma de grupos y personas diversas con un objetivo común.

Como la Marcha de los Cuatro Suyos (M4S).

En el caso de la M4S hubo una ola de movilización contra Fujimori, que venía gestándose por lo menos desde el año 96. La primera protesta estuvo liderada por estudiantes y otras organizaciones populares que cuestionaron primero la Ley de Amnistía para el grupo Colina y los esfuerzos para permitir que Fujimori candidateara por tercera vez. Toledo lidera esas energías populares, que él no construyó, ni habilitó. Toledo surfea esa ola de movilización pero luego él mismo, cuando es presidente, va a ser también golpeado por las protestas, por ejemplo, el ‘Arequipazo’ y Tambogrande. Y hay experiencias similares. Alan García y el Baguazo, Humala y Conga, Kuczynski y Tía María o Las Bambas. Hay conflictos que a veces tienen tanta fuerza que son capaces de vetar, de bloquear, decisiones presidenciales importantes.

En el libro compara la protesta para recuperar la democracia en los 70 con la M4S. En la primera, la izquierda sí participó de manera más activa. ¿Qué otras diferencias observa?

El proceso de transición política de fines de los 70 implica un cambio mucho más importante a nivel de estructuras políticas, porque por ejemplo de allí nace un proceso constituyente. La Constitución del 79 abre un momento de democratización política en el país muy importante. Por cierto esas movilizaciones populares ocurrieron en varios otros países también, no solo de Latinoamérica, es la llamada tercera ola de democratización. En el caso peruano, la movilización popular se asienta en los liderazgos de izquierda, cierto, pero también hay formas de organización popular, urbana y rural importantes, los sindicatos, por ejemplo, los frentes campesinos... En el 2000, empieza alrededor de las protestas contra Fujimori, el tiempo de los colectivos, de las campañas y de las multitudes, es decir, protestas más grandes de los que alcanzaban antes, pero más dispersas. Lo que se gana en extensión se pierde en profundidad.

Después del 2000 hay grandes protestas en regiones, Lima como que se adormece.

Creo que las regiones han ido cobrando más protagonismo, aunque hay cosas que deben definirse en Lima o si no, no tienen visibilidad. En las regiones, la organización de las protestas alcanza picos de exasperación de la gente porque muchas veces los ciudadanos de las regiones no son considerados interlocutores válidos para los políticos. Allí está el caso del asesinato del alcalde Cirilo Robles en Ilave, en el 2004... A partir de ese hecho es que la Defensoría empieza a producir sus informes mensuales de conflictos sociales y se empieza a desarrollar una política de negociación para evitar este tipo de hechos violentos. La relación entre Lima y las regiones es compleja en el Perú... En el libro, el análisis llega hasta las protestas de noviembre del 2020, donde tenemos “el estallido peruano”, una circunstancia muy parecida y a la vez distinta a la M4S, mucho más efectiva.

¿Por qué más efectiva?

En cinco días se derrocó a un gobierno (el de Manuel Merino), cosa que la M4S no logró hacer, no derrocó al gobierno de Fujimori, pero sostengo que sí deslegitimó a nivel nacional e internacional un gobierno que ya iba en picada.

¿Es lo que usted llama el “poder de veto” que es lo que se logró contra Merino?

Sí, pero en estos últimos 20 años lo hemos visto emerger en circunstancias particulares, porque no es un poder que se pueda usar de manera discrecional. Nadie lo comanda, no hay un líder o lideresa que pueda mover la calle a su gusto, no es la forma del liderazgo caudillista que caracteriza a la política nacional de los años previos. En realidad, no es que haya realmente un apego por los líderes, las movilizaciones tienen otro tipo de móvil.

Otro elemento en las protestas contra Merino es el tema generacional.

Sí.

Mientras en la M4S contra Fujimori habían más partidos tradicionales, dirigentes, sindicatos…

Y frentes, organizaciones rurales, mucha gente viajaba desde las regiones, también hubo estudiantes que lideraron los momentos previos, por ejemplo la recolección de firmas para impedir la reelección de Fujimori, para pedir un referéndum… Mientras que en el 2020 los jóvenes lideraron esas protestas, aunque también participaron organizaciones populares importantes sin las cuales hubiese sido difícil sostener esas movilizaciones.

En las marchas del 2020 participaron incluso los más jóvenes, los escolares.

Pienso que sí. Pienso que la entrada al campo político está cambiando, no solo en el Perú, por ejemplo también en Chile. Recordemos que el estallido chileno empieza cuando los escolares, los pingüinos, saltan el Metro de Chile, claro que estos son los nuevos pingüinos porque ya en el 2006 los pingüinos originales, entre ellos el presidente Boric y los congresistas actuales, empezaron las protestas siendo colegiales. En el Perú ese proceso, ahora que se usa mucho lo digital, es importante. En el 2020, las brigadas fueron grupos de jóvenes realmente heroicos, como Inti Sotelo y Bryan Pintado, que se organizaron para rescatar a quienes fueran detenidos, secuestrados, maltratados, igual brigadas de atención de primeros auxilios, formas de organización muy interesantes de los jóvenes, se expusieron, se jugaron la vida en la defensa de su país.

Algo muy interesante que trata en el libro son los rituales. Como por ejemplo el lavado de bandera...

Es muy interesante esa dimensión simbólica de la política. El libro también es una propuesta de recuperar la dimensión simbólica que siempre hay en nuestra comprensión de la política. No solo hay instituciones, procedimientos… Hay una dimensión racional. Y también hay una forma de participación afectiva. Esos afectos se funden, hay cosas interesantes que se consiguen en el espacio público y en el encuentro de la gente. Por eso, muchas protestas son celebratorias, hay música, hay bailes, hay lemas graciosos, divertidos, romance, reencuentros, reconciliación.

Libro la democracia y la calle

¿Qué partidos tenemos ahora? no hay programa, no hay militancia, no hay ideas”. Foto: IEP

Hay memes.

Hay memes… Todo un humor político. Y hay una sensación de poder hacer una diferencia, de participar de verdad en la política. La política puede ser también mucho más de lo que estamos acostumbrados. Creo que la gente allí encuentra un sentido de comunidad que se ha perdido en el campo institucional.

¿Este tipo de acciones en la calle busca reemplazar la ausencia de los partidos?

Diría que no alcanza para reemplazarlos en los términos que la democracia, como sistema político, requiere. Diría que responde al colapso del sistema de partidos peruanos, algo que está documentado. El trabajo emblemático de Martín Tanaka, Democracia sin partidos, es ilustrativo al respecto, pero esa democracia sin partidos la tenemos desde los 90. Fujimori no terminó con el sistema de partidos políticos, él es producto del colapso del sistema de partidos, es el outsider que le ganó al otro outsider, Mario Vargas Llosa.

Hoy es tan difícil identificarse con los partidos.

En este momento los partidos ya no son instancias de identificación, lo que tenemos ahora son emprendimientos electoreros absolutamente circunstanciales. Ha hecho que la gente tenga que buscar sus propias formas de autorepresentación política. El Perú está plagado de formas de autorepresentación política. Los que no tienen recursos de influencia directa como el lobby van a la calle y desde ahí tratan de lograr lo que necesitan o defender lo que tienen.

Hay una pregunta rondando, que se hace mucho actualmente, la crisis política es muy grave, el Ejecutivo y el Congreso son lamentables, entonces ¿por qué no hay protestas?

¿Dónde está la generación del Bicentenario?

Sí, se preguntan eso.

Eso me parece un reclamo injustificado creer que los jóvenes tienen que resolver todo el desastre que las generaciones anteriores hemos generado. Mi generación, la tuya, especialmente la clase política que tenemos ahí ¿Por qué no se manifiestan?... Bueno, creo que es porque no hemos llegado al límite. Ese poder de veto funciona también en momentos en los que ya nos vamos a caer al abismo. Como decía, hablando del caso de Ilave, la protesta es la última opción. Es el plan Z. Uno usa los mecanismos institucionales primero y, al final, cuando ya no queda nada, entra la manifestación porque es muy costosa, requiere mucha inversión de tiempo, esfuerzo, dinero, que no tenemos.

Así quisiéramos...

En las circunstancias tan complejas en las que estamos hace varios años nadie tiene tiempo, realmente, para estar en una semana en marchas y dejar de trabajar.

Es un panorama político y social deteriorado.

Es un contexto mucho más deteriorado políticamente hablando que el del 2020. Pienso que ese modelo de democracia que adoptamos después de la caída de Fujimori, en el año 2001, ya colapsó. No tenemos formas de mejorarlo, cambiarlo, reformarlo internamente y a la vez el país tampoco se decide por una salida de reestructuración total. Hay una serie de características bien particulares de nuestra sociedad que hay que tomar en cuenta también. Pienso que este grave nivel de desestructuración social y política que tenemos también se explica por los años 80 y 90, el conflicto armado interno también descabezó los liderazgos jóvenes a nivel político y social en el país.

¿Perdimos a muchos líderes jóvenes?

Así es, la cantidad de autoridades jóvenes, alcaldes, alcaldesas, regidores, la cantidad de líderes asesinados de los distintos partidos, de derecha, de izquierda, fue muy fuerte. Por ejemplo, ¿qué sería de la política peruana si María Elena Moyano no hubiese sido asesinada? Me gusta pensar en eso a veces para tratar de entender lo que tenemos ahora...

Una lideresa fuerte, con mucha presencia, afroperuana.

Ha dejado huella... De todas maneras, ha inspirado las demandas de las mujeres. Pero el costo social y político que el Perú pagó durante el conflicto armado interno influye en lo que tenemos ahora y no hemos pensado lo suficiente en ello.

¿La violencia también debilitó a los partidos?

A todos. ¿Qué partidos reales tenemos ahora? No tenemos partidos políticos, tenemos agrupaciones que compiten por cargos en procesos electorales, agrupaciones circunstanciales que son como fachadas, no hay nada atrás, no hay programa, no hay militancia, no hay ideas, no hay propuestas, no hay nada. Creo que por eso también la calle ha crecido tanto.

La derecha peruana trató de arrebatarle la calle a los sectores de izquierda.

Se dan cuenta que también es un espacio en el que efectivamente sí se disputan las decisiones políticas y también quieren ocupar este espacio. Pero es difícil el reto de la movilización. Hay organizaciones, como Con Mis Hijos No Te Metas, que usan otros recursos más allá de convencer a las personas, obligan a los colegios a ir, utilizan una lógica más vertical y hay quienes pagan también. Es decir, se está convirtiendo en un campo de disputa política más heterogénea.

¿Hay el peligro de romantizar la calle?

La calle no es esencialmente democrática. No es que las protestas per se son forma de manifestación democrática o que cualquier cosa que vemos en la calle es en sí mismo democrático. No es así. El área que yo analizo justamente va en esa dirección. Creo que hay varios ejemplos de movilización antiderechos que no buscan la ampliación de la democracia, sino el recorte de los derechos de algunas personas.

Finalmente, la calle expresa igualmente un problema estructural.

Bueno, en el Perú el neoliberalismo es el marco en el que se desarrolla nuestro sistema político desde los 90. Y no es un fenómeno nacional, esto ocurre en el mundo. Estamos viendo revueltas fuertes contra la forma en la que lo político antepone el cálculo económico del crecimiento macro económico y recorta la inversión en el terreno de lo social, derechos económicos, derechos a la ciudadanía, derechos laborales, que están en permanente retroceso en el país. Y también por eso la gente protesta. Contra esa lógica que pone por un lado la ganancia de uno contra las muchas pérdidas de otros, la disminución de los servicios públicos, de la inversión pública, que son otro factor desarticulador de lo colectivo, eso también ha traído sus costos a la dimensión política.

¿La participación de las personas en la calle podría servir para innovar la democracia, para refundar la democracia?

Es la pregunta del millón... A mí me entusiasma el ánimo de renovar la política o de recuperarla en manos de la ciudadanía. Pero soy muy consciente de sus limitaciones. El poder de veto, como decía, es insuficiente. Y ahora que estamos viendo una nueva forma de degradación de los sistemas políticos, hay que decirlo con todas sus letras: es insuficiente para recomponer el país. Necesitamos todos meternos más, involucrarnos más, políticamente, comprarnos el pleito de construir nuevas formas de organización.

Pese a las diferencias.

Nuestro país tiene muchas formas de segmentación. Hay diferencias de clase, culturales, socioeconómicas, disputas alrededor del género. A eso lo he llamado la frontera interna de la contrahegemonía. Esa amplitud permite tener fuerza en la calle, pero esa suma de los diversos; del perro, pericote y gato que a veces se ve en las calles, hace muy difícil, no imposible, sumar esfuerzos y consensuar o agregar propuestas para sostener algo en el tiempo. No sé si logremos remontar estas formas tan antagónicas que tenemos entre nosotros, en el Perú... Pienso que necesitamos trascender esas divisiones precisamente para renovar y ojalá refundar la política democrática en el país.