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Gustavo Rodríguez: “Soy un machista en constante redención, y pensar así me ayuda a estar en guardia”

"La adolescencia es la edad del ser humano que más me fascina”, resaltó Gustavo Rodríguez. Foto: Antonio
Melgarejo
"La adolescencia es la edad del ser humano que más me fascina”, resaltó Gustavo Rodríguez. Foto: Antonio Melgarejo

Gustavo Rodríguez está renunciando a los roles que por mandato social –o en sociedades patriarcales como la peruana—le corresponde: el de macho controlador, el de cabeza de familia cuya palabra es la ley, el de hombre con derecho a todo. El escritor de 53 años se está retando, sus tres hijas, Alesia, Maira y Malú, le han hecho cuestionarse su machismo. Acompañarlas a elegir anticonceptivos, verlas hacerse tatuajes, usar shorts pequeños o juerguearse como él lo hizo ha puesto en jaque su mentalidad machista, esa que fue macerada en una familia en la que las mujeres sólo pertenecían a la cocina, y en una escuela donde le decían que la mujer salió de la costilla de un hombre. De todo esto habla en su podcast Machista con hijas, que, debido a su éxito en Iberoamérica, se ha convertido en un libro homónimo.

¿Del uno al diez qué tan machista eres?

Dependiendo con quien me compare. Podría decirte que soy un cinco en comparación a lo machista que fue mi familia. Creo que he rebajado mucho la carga que llevo, pero soy consciente que hay otro porcentaje de carga que no se va a ir así nomás. Sobre esa tensión se enfrentan mis reflexiones, mi libro y el podcast que le dio origen.

¿Un hombre solo se cuestiona su machismo cuando tiene hijas?

A mí me tocó enfrentarme a la reflexión sobre el machismo a causa de mis hijas, pero puede haber gente que empieza a cuestionarse porque es más sensible que yo y no deja de conmoverse por la violencia, por lo que le pasa a su madre o a su hermana. No, no es necesario ser padre de hijas para cuestionarse el machismo. Sería negarle la capacidad a las personas que no tienen hijos o hijas de reflexionar sobre como debe evolucionar nuestra sociedad.

En tu libro vuelves a tu pubertad, subrayas que creciste rodeado de mujeres, a las que veías haciendo las tareas domésticas, tu mundo era el de “los hombrecitos no lloran”, y tenías bien claro que la calle era de los hombres. ¿Qué tan importante es a nuestra crianza para desaprender el machismo?

En el colegio te decían que Eva era una costilla, un accesorio sacado de Adán. Si le preguntabas a cualquier niño cómo era Dios, lo dibujaba como un hombre con barba. Esta manera de justificar la superioridad del hombre frente a la mujer nos ha atacado por todos los frentes, y hoy se nos sigue pasando hasta en los lapsus menos conscientes. Por eso digo que nunca dejaré de ser un machista totalmente. Soy un machista en constante redención, y pensar así me ayuda a estar en guardia, porque el día en que me considere feminista o piense que ya volteé esa página, correré el riesgo de dormirme en mis laureles.

Hablemos de tu ex matrimonio y de los roles muy bien definidos que cumplían Vanessa, la madre de tus tres hijas, y tú. “Yo volvía cansado de la oficina –cuentas—y ella me esperaba con la cena caliente para comerla tumbado frente al televisor”. ¿En algún momento Vanessa te interpeló tu machismo?

El machismo no es una trinchera, ni es el antónimo de feminismo, es un sistema que rige a la sociedad, y ahí estamos todos mezclados. Con respecto a mi familia, no recuerdo que Vanessa me haya hecho hincapié de alguna actitud machista al comienzo. Y es que ella venía de una familia más machista que la mía. Pero sí, en algún momento de la relación, ella se quejó y fue cuando nació nuestra tercera hija, Malú, que llegó de sorpresa, no estaba planificada, usábamos método anticonceptivo. Vanessa se desplomó porque después de haber criado dos hijas pensaba que venía su oportunidad para reanudar estudios y trabajar. De eso jamás me preocupé yo, que era el hombre, el proveedor de la casa, yo no pospuse mi carrera o mis objetivos cuando nacieron mis hijas, mi esposa sí, pero en ese momento fue un reparto natural. Tuvieron que pasar dos embarazos para darnos cuenta qué tan imbuidos estábamos en un sistema que te envuelve totalmente. El pez no se da cuenta que está rodeado de agua, nosotros no nos damos cuenta que estamos rodeados de machismo.

Una socióloga feminista me dijo alguna vez que la sociedad machista nos disciplina constantemente a las mujeres porque tienen miedo de perder el control sobre nosotras. Tú también reflexionas sobre esto: “Si las mujeres bebieran, quién nos cuidaría, quién cuidaría la casa, podrían descubrir el sexo por recreación, podrían embarazarse de otro”.

Son milenios de mandatos patriarcales que nos dicen esto, y a veces son sutiles. Yo me pregunto: Si hay más mujeres que hombres estudiando en las universidades, ¿porqué a la larga, habrá más hombres en puestos de poder? Y es que desde pequeñas les damos a las chicas juguetes que corresponden al cuidado de la casa, les estamos diciendo, entrelíneas, que llegado el momento ese será su rol. La mujer se encargará de cuidar, el hombre de proveer. Ahora, es cierto que cuando nace un bebé depende de la mujer más que del hombre, no quiero negarlo, finalmente somos seres biólogos. Lo único que pido es tener cierta elasticidad, porque encasillar al hombre y la mujer en roles inamovibles es privarlos de experiencias fascinantes. Un padre que es capaz de acunar a su hijo y entenderlo es tan valioso como una mujer que no solo cría a su hijo, que también alcanza su potencial profesional.

Lo interesante, Gustavo, es que te has cuestionado tu rol de padre-macho-controlador, has renunciado a ello varias veces: has acompañado a tus hijas a elegir anticonceptivos, le diste luz verde a una para beber alcohol en un viaje, a otra para que se tatúe. ¿Hay otra forma de criar adolescentes más allá del tabú y las prohibiciones?

Totalmente, para mí la adolescencia es la edad del ser humano que más me fascina, es una edad muy vulnerable, llena de cambios, hormonas, expectativas y presiones. En mis novelas la figura del adolescente está marcada, me solidarizo con ellos, y quizás por eso propongo que para la crianza más que un estado policial es mejor uno de confianza. El refuerzo positivo es importante, es cuando le dices a tu hija: ‘tú ya tienes las reglas claras, confío en que la vas a cumplir’.

¡Pero qué tal grado de madurez como padre!

Obviamente tienes que hacerlo muerto de miedo, pero si no das el primer paso para la confianza, no se generará. Una sociedad reprimida con dictadura quizás sea obediente, pero hay una bomba de tiempo incubándose detrás. Si fuéramos una sociedad que llega a acuerdos dialogando, algo que es más difícil, tendríamos una sociedad más armónica. Sí, abdiqué al poder tiránico, pero gané el poder de conciliar en armonía.

Hay otra renuncia que haces: “Me tomó darme cuenta de que ningún hombre puede ejercer el derecho sobre el cuerpo de una mujer, nadie, ni siquiera su propio padre”. ¿Qué hiciste cuando Alesia apareció un día usando shorts pequeñísimos?

Fíjate que la primera vez que me pregunté quién soy yo para decirle a mi hija cómo llevar su cuerpo fue cuando la menor se hizo un tatuaje. Mi primera reacción fue escandalizarme. ¡¿Porqué diablos te tatúas si aún no tienes 18 años?!, pensé, pero me mordí la lengua. Y es que, si a esta niña la estaba educando para que sea dueña de su cuerpo, ¿no sería contradictorio que la reprimiera? Criar hijas en libertad es una negociación constante con uno mismo. Y sí, sobre los shorcitos de Alesia, pues los siguió usando, y ahora se va a casar con un hombre que no es un controlador “de telas”. Tengo la fantasía de que eligió una pareja que no es opresiva porque yo no lo fui con ella.

El relato más abiertamente feminista de tu libro es en el que hablas del aborto, del episodio que vivieron muy jóvenes Vanessa y tú. Dices: “Son insensibles quienes quieran ver a las mujeres que abortan como seres desalmados, el aborto no es una herida superficial, mucho menos un motivo de festejo, el aborto es una mierda y quien opta por él merece el mínimo respeto que se otorga a quien pase por un duelo”.

Han sido años de proceso y quién sabe si siga subterráneamente en mí, y hasta en eso hay un desbalance, porque para mi exesposa en ese momento fue mucho más abrumadora la culpa que para mí, y es algo que ella sigue procesando. Ella me confesó que cuando escuchó este relato del podcast, y luego leyó el libro, se emocionó, lloró mucho, se dio cuenta que era algo que llevaría por siempre consigo. Y por supuesto, yo no quiero hacer una apología del aborto y, como lo digo en el libro, es una mierda. No soy pro-aborto, pero sí pro-elección.

Me imagino que llegaste a esta conclusión también por tu entorno, tienes hijas feministas, el aborto se está discutiendo más abierta y sinceramente…

Si me hubieran dicho que escriba un ensayo sobre el aborto al poco tiempo que ocurrió, hace treinta años, no lo hubiera hecho, pero, claro, uno va cambiando, la sociedad se va abriendo, tus hijas van opinando. Para mis hijas pronunciar la palabra aborto es más fácil que para mí y su madre.

¿Crees que la generación de tus hijas esté frivolizando el aborto?

No. Están encarando un problema que está ocurriendo en nuestras narices y al que vemos con hipocresía. Pongo mi granito de arena para visibilizarlo desde mi experiencia. Hoy el aborto es un impuesto mortal a las mujeres más pobres, porque tanto jovencitas con o sin dinero tienen sexo por igual, las primeras pueden acceder a un aborto en condiciones humanas, pero las otras están apaleadas por la ley y tienen que arriesgar su vida en entornos donde tienen que meterse ganchos de ropa. La pregunta no es si lo legalizamos o no, sino qué estamos haciendo para no llegar al embarazo no deseado y después al aborto.

¿Cómo manejas el que a través del libro estés exponiendo a tus hijas? Tuviste una mala experiencia cuando publicaste un inocente video en el que se las ve creciendo y, entre los comentarios positivos, se filtraron unos que eran chocantemente sexuales.

En el primer borrador no las nombraba, y se lo mencioné a las tres, y me dijeron que pusiera sus nombres, y eso me hizo sentir más confiado. Ellas ya están grandes, y han comprendido que su padre se gana parte de su vida procesando hechos reales y volviéndolos en ficción.

En el último relato les escribes un mensaje a tu yo adolescente, a ese “manipulador matalascallando” que fuiste, porque no te caracterizaste por ser bravucón, demostraste tu masculinidad de otra forma.

Yo fui un machista menos espectacular, mi machismo fue más soterrado. Hoy tengo una vida de la que estoy satisfecho con una familia armoniosa. Si me preguntas si quisiera repetir mi vida para llegar a esto, no cambiaría ningún aspecto, he aprendido mucho.

Dices en una entrevista con la BBC que la corrección política puede estar a un paso de la autocensura. ¿Renunciar al machismo es autocensurarse?

Yo estoy al medio debatiéndome siempre, porque soy enemigo de los excesos, creo que eso me hace aburrido, trato de ser moderado, y también soy alguien que vive transformando realidad para convertirlo en arte, y, desde ese punto de vista, la censura me da mucho miedo. Y sí, uno puede renunciar a ser machista sin censurarse.

Periodista en el suplemento Domingo de La República. Licenciada en comunicación social por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y magíster por la Universidad de Valladolid, España. Ganadora del Premio Periodismo que llega sin violencia 2019 y el Premio Nacional de Periodismo Cardenal Juan Landázuri Ricketts 2017. Escribe crónicas, perfiles y reportajes sobre violencia de género, feminismo, salud mental y tribus urbanas.