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Domingo

Libros que buscan lectores

Al inicio de la cuarentena, una educadora dejó libros en la puerta de su casa para que la gente escapara de la angustia con la lectura. Casi dos años después, ha logrado instalar puntos de lectura en distintas regiones.

Ese domingo de marzo de 2020, mientras se instalaba el estado de emergencia y el país se sobrecogía por la incertidumbre, la educadora Josefina Jiménez ordenó un puñado de libros y los depositó en una caja de frutas. Eran títulos propios y donados por amigos. Los dejó en la puerta de su casa, en San Miguel, y esperó a que alguien se asomara a hojearlos. “Toma uno, te lo presto”, escribió en un cartel. Después capturó un par de fotos y las compartió en sus redes sociales.

Por su trabajo como docente y gestora del plan lector en un colegio primario sabe que en el Perú se lee muy poco: ni siquiera un libro al año, según el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc). La inaccesibilidad a los mundos de papel es el principal desencadenante de este panorama: “Son caros –dice Josefina, que estudió Historia del Arte en San Marcos–, además hay mínimos espacios públicos dedicados a difundirlos”. Cada mañana se asomaba a la puerta y cambiaba los títulos. Habían permanecido intactos por más de una semana hasta que se aproximó un repartidor motorizado.

No era del barrio, no dijo su nombre. Solo se arrojó a las páginas de un libro sobre cine. “Lo vi tan interesado y concentrado que le dije: ‘llévalo, no hay problema’”, recuerda Josefina, que buscaba reivindicar la lectura como una puerta de escape y refugio ante la vorágine sanitaria venidera. Se reconoció en la mirada de ese desconocido: se remontó al día de su niñez en que se topó con un libro que la dejó absorta (Demian, la novela de Hermann Hesse) y nunca más se sintió sola, rara, incomprendida. “Yo he experimentado ese poder transformador, eso tiene mucho que ver con lo que hago ahora. El proyecto ha implicado bastante desapego. Soy la que compra títulos para soltarlos”, dice la lideresa de la red de Bibliotecas de la Confianza, un proyecto que ofrece libros en préstamo dispuestos en cajas de frutas –”porque son también un producto de primera necesidad”–.

Tras publicar las fotos que tomó en la puerta de su casa, Josefina Jiménez fue contactada por una adolescente –su alumna– para replicar la iniciativa en el asentamiento Horacio Zevallos de Ate, en el mercado de Chorrillos y en Buenos Aires de Villa. Luego se instalaron en las ollas comunes de Villa El Salvador, Pamplona Alta, Cerro Verde, Manchay y el cercado de Ica, donde son conducidas por las mismas madres y lideresas sociales. La descentralización se inició en agosto de este año, también con impulso de las redes: la primera Biblioteca de la Confianza se situó en Arequipa y después en Cusco, Puno, Apurímac, Yurimaguas y San Martín –es la más peculiar de las regiones porque se ubica frente a una comisaría y la administra una mujer policía–, y finalmente en Trujillo, Moche y el distrito Carmen Túcume de Lambayeque.

Horizonte

Era la niña metódica que ahorraba propinas para comprar libros. Los devoraba en el silencio de su habitación. Escribía cuentos para habitar otros paisajes. Por esas posibilidades dice que tuvo una infancia feliz. “Alguien comentó ya que la lectura es aventura e infinito, mientras que la realidad es dura y asfixiante”, matiza Josefina, cuya siguiente apuesta es buscar mentores para niños con recursos limitados.

En los clubes de lectura y escritura que organiza en las zonas más alejadas de la capital se ha topado con pequeños prodigios. Les edita sus textos. Les recomienda escritores. Parte de su salario lo destina a la compra de libros y envío a las bibliotecas de la confianza de costa, sierra y selva. “Sin embargo, es insuficiente –susurra–. A veces uno quisiera tener una varita mágica, pero siempre se puede soñar si hay un libro”.