Domingo

La esperanza, el cimiento de la voluntad

Creciendo como hija de inmigrantes socioeconómicos y políticos en una tierra extraña, siempre estaba en el aire la idea de que los años venideros podrían abrir la posibilidad de transitar libremente entre el país de origen de mis padres y el que los recibió; que podríamos vernos de manera normal con aquellos que quedaron del otro lado.  Al recordar la frase de tantos brindis de Noche Vieja en Miami -”la próxima, en La Habana”- me doy cuenta de la profunda necesidad humana de mirar más allá de las dificultades de hoy para ver en el horizonte un rayo de esperanza.

Reconozco el rol instrumental que jugamos cada uno de nosotros en ser portadores de esa esperanza -como cimiento de la voluntad por algo mejor- desde nuestros rincones particulares.  Más aún cuando las circunstancias son especialmente oscuras, como lo que venimos viviendo hace más de un año a causa de la emergencia sanitaria mundial, que no solo es terrible por sí sola, sino que ha venido a desenmascarar la fragilidad de nuestros sistemas e instituciones, desde la salud hasta la democracia. Lo hemos visto en diversos grados en América Latina:  Bolsonaro en Brasil, Duque en Colombia, López Obrador en México, y Maduro en Venezuela, por solo nombrar unos pocos. Y, claro, en el Perú donde #quedate en casa, más precisamente podría haber sido #no te enfermes porque no tenemos con qué salvarte.

Entramos en el segundo año de una situación mundial inédita. Muchos hemos perdido familiares, amigos, colegas y conocidos. En medio de esto, la democracia está nuevamente en decadencia.  Seguimos siendo una especie cruel. Homo sapiens ha llegado a Marte, pero en nuestro propio planeta no hemos sido capaces de resolver temas básicos de pobreza y desigualdad; respeto y dignidad, esenciales para reafirmar nuestra coexistencia humana. Y la cereza del plato es que eventos climáticos recientes en el mundo (notar helada en Madrid y en Texas al inicio de 2021, por un lado, y los fuegos cada vez más incontrolables tanto en Norteamérica como en Sudamérica, por el otro) sugieren que tal vez algo de esta cosa que llamamos calentamiento global sea verdad. Resulta que la joven, Greta, y tantos antes de ella, tienen razón.

Junto con mis colegas docentes entramos al aula (ahora virtual) con estas pesadas cargas sobre nuestras espaldas. Resulta que la situación política nacional -justo cuando pensábamos que no podía deteriorarse más- ha descendido a niveles infernales ni imaginados por Dante, con una temporada electoral en la cual el país está tan polarizado como fragmentado, una situación que es tan deprimente como lo es peligrosa.

Pero la encrucijada es esta: o nos ahogamos o nadamos. Desde mi rol como profesora es claro que la consigna es nadar. Mi mayor deseo es que mis estudiantes naden más fuerte y más lejos, que nos sobrepasen, y que cuando lleguen al otro lado puedan construir algo mejor de lo que les estamos heredando.

La buena y la mala noticia en todo esto es que nuestros hijos, estudiantes y jóvenes son, a la vez, la esperanza de ellos mismos, y de todos.  Nuestro trabajo ahora, como padres, educadores y sociedad es, de hecho, prepararlos.  Ayudarlos a pensar en la política, la sociedad en que viven, y en la que desean vivir.  Pero esto requiere equiparlos con herramientas conceptuales y metodológicas sólidas, que les permitan analizar el pasado y el presente y trazar una línea hacia el futuro.  Es de esto que está escrita la historia humana: lo que hicimos, las opciones que tuvimos, lo que podríamos haber hecho, lo que no hicimos, y lo que nos falta por hacer.

Entramos al aula recordando que la narrativa que hemos asimilado hasta ahora es una mentira, que la política no es un juego suma cero, que, si seguimos en esta línea, más vale que Perseverance, el rover que da vueltas sobre la superficie de Marte, encuentre agua pronto, pues nos vamos a tener que mudar de casa.  Terminando este primer semestre académico, y a puertas de las elecciones presidenciales de segunda vuelta, -un nudo gordiano más a atender- ¿Cómo alentamos a la esperanza?

Primero, frente a estas elecciones y cuales sean sus resultados, recordar que la democracia es nuestra mejor apuesta política. Como dijo Winston Churchill: “La democracia es la peor forma de gobierno, excepto todas las demás”.  Esta frase nunca fue más verdad para el Perú que ahora.  Gane quien gane las elecciones, hay que recordar que la democracia no es un simple ejercicio de votación ciudadana obligatoria cada cinco años, sino un baile delicado entre nuestros representantes y el pueblo.  Nuestras autoridades solo –y únicamente– tienen poder porque el pueblo se lo concede.  Pero el pueblo tiene que reconocer su propia agencia en este vals: demandar un gobierno que los represente, todos iguales frente a la ley y con respeto por el estado de derecho. Sin eso, la democracia será siempre efímera.

Segundo, como todo en la vida, no llegamos a este momento desde un vacío. En el mundo, como en el Perú, el cáncer de la desigualdad socioeconómica ha servido para fragmentar a un colectivo. Y ni hablar de las brechas de género que aún colocan a las mujeres peruanas por debajo de los hombres en sus salarios y en su calidad de trabajo y de salud. Aquí, aún está pendiente que nos miremos de manera honesta a nosotros mismos y a nuestros compatriotas y nos interroguemos por qué los derechos que queremos para todos aún no se les conceden a otras y otros por su procedencia, color de piel, sexo biológico, género, ruralidad, y/o recursos.  Hace poco, desde la experiencia histórica de Estados Unidos, en su libro, “The Sum of Us” (2021), Heather McGhee ha argüido convincentemente acerca de la futilidad de mantener discriminaciones, segregaciones, y sí, racismos. Nadie gana al final. Lo estamos viviendo aquí y ahora. Nuestra inseguridad colectiva proviene de esa falta de cohesión, esa falta de comunidad. Esa falta de nación.

Y, por último, con la mirada fijada en somewhere over the rainbow, como diría la finada Judy Garland, el Perú podría ser un líder mundial en su apuesta por este planeta. Como uno de los territorios más biodiversos del mundo, nuestro país tiene todo que dar, y mucho a perder si no toma cartas en el asunto de preservar su biodiversidad.  Hace poco, la Agencia Internacional de la Energía declaró que los países del mundo tienen que actuar más rápido para bajar los niveles de la contaminación que calienta el planeta. Estas no son palabras sin contenido. El Perú alberga parte de la Amazonía, uno de los pulmones del mundo. Pero en este territorio se tolera la minería y maderería legal e ilegal, mientras el calentamiento global lo está desertificando, y están muriendo culturas amazónicas enteras. Aunque así no se vea ahora con claridad, con ellas muere el mundo.

Pese a todo lo anterior, en el análisis final, yo tengo esperanza. Necesito tenerla.  Mis padres no volvieron a Cuba, pero yo sí.  Me recibió mi familia. Les brindé mi afecto, y de ellos recibí cariño y aceptación. En nuestro compartir, nos entendimos por medio de los relatos de nuestras experiencias vividas y sobre la base de otras formas de relacionarnos hacia el futuro.  La voluntad por construir algo diferente, mejor, vale mucho. Esto, junto con la esperanza, es lo que hay. Porque ese ese el baile humano, y el único que nos llevará a ver un nuevo día.

Para Griselda Álvarez, La Habana, 24 de mayo de 1957 – La Habana, 16 de mayo de 2021