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Domingo

MALI a puertas abiertas

Entretelones de cómo se conservaron las piezas históricas del Museo de Arte de Lima durante la cuarentena y cómo se preparó este importante espacio cultural para recibir a los visitantes enmascarados.

A comienzo de marzo pasado, todo estaba listo para que el joven arquitecto Carlos Tamayo empezara a laborar como museógrafo en el MALI, el Museo de Arte de Lima. Sería el responsable de seguir en detalle el montaje de las exposiciones, las más importantes de la capital, y sería también su primera experiencia en un puesto tan demandante. Todo parecía marchar sobre ruedas.

La sala de Khipus, nuestra historia en nudos, una ambiciosa exposición que reuniría más de sesenta piezas de cuerdas anudadas, sería abierta en pocos días al público. Las fotografías de la peruana Flavia Gandolfo empezaban a llegar y la muestra De un punto a otra comenzaba a tomar forma. El patio del Palacio de la Exposición rebosaba de niños que salían de sus clases de verano. Pero llegó el 16 de marzo, cayó la pandemia y se paralizó todo. El museo se cerró, las muestras se suspendieron, las piezas de arte quedaron entre sombras.

Tamayo –quien no conocía en profundidad el edificio del MALI, de hecho solo lo había recorrido como visitante– tuvo que enterarse de su funciona- miento a través de planos que le mostraba su antecesora de for- ma remota. Fueron días de mucho estrés. Las obras no podían quedar abandonadas. El museo alberga un total de 19 mil piezas –entre las expuestas y las de sus depósitos– que necesitan un mantenimiento especial. Solo su sala de exposición permanente reúne la más importante colección de arte peruano. Hay piezas muy delicadas de textiles y cerámica precolombinos, pinturas y platería de La Colonia, cuadros icónicos del arte moderno, entre otros tesoros.

El edificio también requería un cuidado escrupuloso pues es patrimonio cultural de la nación. Se debían revisar con regularidad las instalaciones de luz, las tuberías de agua y evitar las filtraciones de humedad. “Tuve que aprender a entender al museo desde el encierro, era como un ser viviente con necesidades”, dice el museógrafo, quien se apoyó en el reducido personal que visitaba sus instalaciones para mantener todo en orden.

La cuarentena también le cayó como un baldazo de agua a los curadores de Khipus..., liderados por la arqueóloga Cecilia Pardo, a los que les tomó tres años planificar el montaje. La sala ya estaba armada en un ochenta por ciento y faltaban poquísimos días para su inauguración. “Tuvimos que descolgar las piezas”, dice Julio Rucabado, curador asociado del MALI. El trabajo pacienzudo que implicó gestionar el préstamo de las pie- zas, almacenarlas con cuidado, montarlas para exhibirlas, pareció venirse abajo el día en que el presidente Martín Vizcarra anunció la paralización del país por la emergencia sanitaria.

Pero no había tiempo para lamentaciones, en el ínterin, la principal preocupación era conservar en óptimas condiciones los quipus. La exposición reunía piezas muy delicadas de una antigüedad de hasta más mil años, como las que datan del periodo Wari. “Son parte del acervo patrimonial del país [piezas valiosas que le pertenecen a todos los peruanos], hay una carga de responsabilidad muy fuerte en su cuidado”, comenta Rucabado.

En plena inmovilización social, alguien debía ir a controlar la temperatura de la sala, el índice de humedad, la intensidad de la luz. “Los quipus son textiles de fibra de algodón y camélidos, cuerdas torcidas y anudadas, que no pueden ser expuestas a una luz muy potente porque se podrían deteriorar a largo plazo”, añade el arqueólogo. Un personal mínimo fue el encargado de vigilar estos detalles cada semana.

Arte con olor a alcohol

No fue hasta el 1 de julio, cuando terminó la tantas veces alargada cuarentena, que Carlos Tamayo pudo ingresar a las entrañas del MALI. Encontró un museo a oscuras y solitario que aún no tenía fecha para su reapertura. Sin embargo, la directiva y el reducido personal que retomó sus actividades empezó a trabajar en un protocolo de seguridad para encarar el mo- mento en que volverían a recibir visitantes.

“Nos enteramos de que la Asociación Médica de Texas [en entrevista con la BBC] consideraba las visitas a los museos como una actividad de bajo riesgo de contagio y es que son espacios donde se puede controlar el aforo”, comenta el museógrafo.

Esta semana, casi ocho meses después de haber cerrado sus grandes portones de madera, el MALI salió del letargo y volvió a recibir al público. Recorrerlo implicará cumplir con los ya conocidos protocolos de bioseguridad que se aplican en otros espacios públicos: se debe usar mascarilla, se controlará la temperatura al ingresar, se abastecerá a los visitantes de alcohol en gel, se deberá mante- ner la distancia de dos metros, los boletos se comprarán de forma virtual.

“El museo solo abrirá tres días a la semana, martes, jueves y sábado, y en dos turnos sepa- rados por un receso durante el cual se hará una limpieza exhaustiva de las salas (...) queremos darle todas las seguridades al público para que se enfoque solo en las muestras”, dice José Antonio Ríos, gerente general del MALI.

El aforo se ha reducido drás- ticamente en un 70%. Solo se han habilitado dos salas que albergan las exposiciones que se quedaron a mitad de camino cuando empezó el encierro: Khipus... y De un punto a otra de Flavia Gandolfo. Para darnos una idea, en el ambiente de la primera, antes podían entrar hasta 146 visitantes, ahora, por la nueva normalidad, solo ingresarán 40.

Poco a poco, se renueva el movimiento en el MALI, los visitantes llegan enmascarados, y, en buena hora, pueden encontrar un respiro en este espacio de arte e historia. El equipo de Khipus...puede al fin exhibir las investigaciones que venían haciendo sobre las enigmáticas cuerdas desde hacía años.

La exposición tira de un interesante hallazgo: no solo los incas usaron estos disposi- tivos andinos que registraban información contable y que, según los conocedores, también cuentan historias y poemas. Los quipus sobrevivieron a la época Colonial, de ello dan testimonio varias piezas expuestas de los siglos XVI-XVII, entre las que destaca una imponente que perteneció a Carlo Radicati, uno de los primeros investigadores y coleccionistas del país. Lo impresionante, además, es que actualmente hay comunidades de la sierra de Lima que los conservan y usan como símbolo de identidad, como es el caso de San Andrés de Tupicocha o Rapaz. “No solo son patrimonio histórico sino también contemporáneo”, apunta el arqueólogo Julio Rucabado.

Ver las fotografías de Flavia Gandolfo también será una buena forma de conectarse con nuestra historia más reciente. La artista visual desarrolló varios proyectos entre los que destaca una serie fotográfica inédita que documenta la cotidianidad de un segmento de la comunidad de transformistas en Lima a inicios de los noventa.

El MALI ha reabierto sus puertas muy parcialmente. La mayoría de sus 34 salas permanecerán cerradas hasta nuevo aviso. Allí seguirán luciéndose entre sombras las vírgenes de los cuadros de la Escuela Cus- queña, la impotente pintura Los funerales de Atahualpa de Luis Montero, los retratos de mirada pétrea de José Sabogal, hasta que la era del tapaboca y el alcohol termine.

Periodista en el suplemento Domingo de La República. Licenciada en comunicación social por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y magíster por la Universidad de Valladolid, España. Ganadora del Premio Periodismo que llega sin violencia 2019 y el Premio Nacional de Periodismo Cardenal Juan Landázuri Ricketts 2017. Escribe crónicas, perfiles y reportajes sobre violencia de género, feminismo, salud mental y tribus urbanas.