Alejandro NeyraMinistro de Cultura. Ex director de la Biblioteca Nacional. Diplomático de carrera. Participó en las negociaciones por el conflicto marítimo en La Haya, también en el proceso de devolución de piezas arqueológicas retenidas por la Universidad de Yale.,Diplomático, escritor de novelas de espionaje y destacado intelectual, Alejandro Neyra sorprendió a medio mundo cuando, tras la renuncia de Salvador del Solar al Ministerio de Cultura por su desacuerdo con el indulto a Alberto Fujimori, aceptó integrar el gabinete Aráoz. Desde las redes sociales se le criticó con dureza. Él explica aquí sus razones y, de paso, sus proyectos al frente de un ministerio que, por muchos motivos, ha pasado a convertirse en uno de los de mayor filo político. ¿Cuántos amigos has perdido al aceptar integrar este gabinete? No los he contado, pero no considero que haya perdido amigos. A todos los que me han criticado los sigo respetando como escritores, como intelectuales. Entiendo el fragor del momento, pero con muchos he tenido conversaciones privadas y, al tiempo de sorprenderse por la decisión que tomé, la gran mayoría me ha manifestado finalmente su respaldo, porque entienden que, pese a ser una decisión difícil, la asumí como he asumido tantas otras cosas que me han tocado. Pero ha habido opiniones muy confrontacionales. ¿Qué es lo más duro que se ha dicho de ti? Cada quien manifiesta su posición política, lo que entiendo perfectamente. Al conversar con varios amigos antes de asumir el cargo, me advirtieron que seguramente habría muchos que estarían en contra. Entonces, de alguna manera vine preparado. Lo único que nos falta como sociedad es que entendamos el rol del servidor público. Nosotros construimos posiciones de Estado. Y si hay un sector, además de Cancillería –de donde también provengo–, donde se tienen que construir políticas de Estado, es la cultura. Dices que asumes este cargo como funcionario público, pero ser ministro es un cargo político… Yo entiendo que ser ministro implica una responsabilidad política que no tenía antes. La única gran diferencia que veo, que es un reto, es asumir que Cultura es uno de los sectores dentro del Estado en los que es necesario coordinar transversalmente con todos. La función política, y la veo ahora, es mucho más compleja de lo que cualquier servidor público asume. También has dicho que el Perú va a llegar reconciliado al Bicentenario, ¿a partir de qué acciones se va a lograr ese milagro? Lo que necesitamos como sociedad es mayor diálogo. Pasada esta crisis, tenemos que entender que las posiciones políticas que uno pueda tener no implican que no podamos hablar respetuosamente y de temas que trascienden. Al Bicentenario tenemos que llegar diseñando políticas de Estado que ayuden a que todos los peruanos seamos parte de un proyecto común. No veo por qué, desde el sector Cultura, no podamos convertirnos en un espacio público de diálogo, debate, discusión, que nos permita, no terminar con las diferencias, sino empezar a ver acciones comunes que nos permitan llegar al Bicentenario como un país más reconciliado. Una de los conflictos que enfrentó tu predecesor tuvo que ver con el Lugar de la Memoria. Él se mostró demasiado respetuoso de las susceptibilidades del fujimorismo. ¿Cuál es tu posición? La propuesta ya se empezó a trabajar. Justo luego de este debate público que se originó, se creó una comisión para ver lineamientos que permitieran entender sobre la base de qué estamos construyendo la memoria. Ya lo he dicho: la memoria es importante y el Lugar de la Memoria es un espacio público de debate sobre lo que somos y sobre lo que implicó la violencia política. Lo que buscaba esta comisión es plantear de qué manera se deberían dar estos lineamientos y, así como hay mucha gente que considera que el informe de la Comisión de la Verdad fue sesgado, creo que la concepción del Lugar de la Memoria tiene que ver también con darle voz a todos los que quieren manifestarse sobre eso, y sin ningún comisariato ni cortapisa. Pero no es un secreto que el fujimorismo trata de reescribir la historia a partir de la inclusión del Mesías que nos salvó del terrorismo (Alberto Fujimori). ¿Cómo darle espacio sin violentar la verdad? Ahí hay dos cosas. Uno, que todos tienen derecho a manifestar lo que consideran su opinión, pero es evidente que hay hechos históricos que no se pueden negar ni ocultar y que forman parte de la memoria colectiva que tenemos y debemos construir. Más allá del espacio y del diálogo, lo que tenemos que construir es una narrativa que sea la que se acerque más a lo que realmente sucedió. ¿Puede servir el LUM a la reconciliación? Yo creo que sí. Hasta el momento ha sido un elemento de confrontación, casi tanto como el indulto… El LUM se tiene que convertir en uno de los varios espacios de diálogo y debate político público. Ya lo es, de hecho, pero creo que necesita mayor visibilidad, ver de qué manera se constituye en el espacio llamado a construir ese diálogo, como tienen que serlo todos los espacios culturales. De nuevo: si no nos anclamos en la cultura para entender que se basa también en el diálogo y en el entendimiento respetuoso de todos, no vamos a ir a ningún lado. En una entrevista, dijiste que el indulto era una decisión política del presidente, y el presidente ha dicho que es humanitario. ¿No hay allí una contradicción? No. El indulto es una prerrogativa del presidente. Es una prerrogativa constitucional. El indulto va a ser siempre político. Eso lo han dicho varios magistrados, jueces, abogados. El presidente tomó la decisión sobre la base de lo que él tenía conocimiento y creo que lo que hay que asumir es que él es el presidente del país. Ha tomado la decisión que le correspondía en ese momento, lo que creyó mejor para que el Estado siga adelante, lo mejor para la reconciliación, y sobre la base de eso hay que trabajar. Por algunos pasajes de tu último libro, donde hablas del fujimorismo y de Fujimori (tras su triunfo el 90), se ha dicho que vas a ser la próxima víctima del mototaxi. ¿Cómo ves eso? Lo tomo como anecdótico. Por un lado, me han dicho que los caviares están felices de que haya sido nombrado. Por otro lado, muchos consideran que soy un antifujimorista radical, porque he escrito y me he basado en el informe de la Comisión de la Verdad para escribir. Para mí la literatura es una forma de escribir, con la ficción, mi propia memoria. Hay que tomarlo como yo mismo lo tomo en mi obra literaria: casi por el lado del entretenimiento. Trabajé, en el gobierno de Alan García, con José Antonio García Belaúnde, su canciller, a quien le he regalado mi libro y le he pedido, por favor, se lo lleve a Alan García. Estoy casi seguro que lo ha leído. En tu última novela (El espía innoble) cuentas una anécdota sobre un Fujimori apocado, tacaño, que va a Nueva York recién electo. ¿Cuánto de ficción hay en eso? He tenido la suerte de extrapolar mi experiencia (yo era un niño en esa época) al momento que se vivió en la Cancillería. Conversando con mucha gente mayor, me han contado mil anécdotas. Los hechos históricos son reales y casi todas las anécdotas son ficticias. El hecho que tuvimos una embajada en Zimbabue –con lo que comienza la novela– por lo menos es cierto. Además, siempre pongo una reserva al final de mis novelas, para que a la gente le quede claro que es ficción pero que, al mismo tiempo, si quieren saber lo que pasó realmente, lean a las personas que han escrito sobre esto. ¿Sigue siendo Alan García uno de tus personajes favoritos? Siempre será mi personaje favorito de la ficción. [Risas] Es inevitable, porque más allá del contexto histórico de mis novelas, aparece siempre como un personaje. Ya que mencionas a Zimbabue, esa anécdota de la periodista libanesa que desaparece y, de pronto, reaparece en el avión presidencial de Alan García, ¿es real? Es uno de los tantos mitos que existen en la diplomacia. Yo lo he conversado con mucha gente. Muchos me dicen que sí, otros que no. Otros, que estuvieron en el avión. Es parte de las anécdotas que la ficción permite construir para hacer algo que, al tiempo de ser creíble, sea entretenido. Ya en el tema de tu gestión, una pregunta casi naif: ¿qué es cultura? En mi caso, es una forma de darle identidad a un país, de pensar en cómo eso nos identifica, cómo nos une y cómo nos permite salir adelante. Y pienso que un país como el Perú, que tiene una riqueza, una diversidad y una posibilidad de proyectarse internacionalmente gracias a la cultura, tiene la necesidad de trabajar con más fuerza allí que en otros sectores. Quizás lo que nos falte como país es entender que la cultura es lo que nos va a permitir desarrollarnos y es una parte fundamental de lo que somos y que necesitamos para crecer como sociedad y económicamente también. Si hubiera que elegir la prioridad uno de tu gestión, ¿cuál sería? Difícil, porque el Ministerio de Cultura es amplio. Tenemos retos en construcción de ciudadanía, en encontrar espacios públicos para que la cultura se discuta, pero también para que cree riqueza y desarrollo. Más que un proyecto único, porque son muchos, yo creo que hay que tener un horizonte único: el Bicentenario. Es un momento que nos da para pensar en lo que la cultura ofrece hacer por nuestro país, y creo que todos los proyectos pueden alinearse con esa mira. Eso nos va a ayudar, como sociedad, a entender que tenemos objetivos comunes por los cuales hay que luchar juntos. De otro lado, está este tema del traslado del Muna a Pachacamac, que fue objeto de controversia. ¿En qué estado está? No es exactamente un traslado. El Muna es un proyecto que surge para tener un museo con miras al Bicentenario. La parte de la obra física está avanzada en más del 50%. De hecho, se espera que para fines de año se concluya, y lo que se ha empezado a trabajar es la parte de la museología y la museografía. No significa que se vaya a trasladar un museo o piezas para allá. Tenemos una riqueza cultural con piezas suficientes como para tener el Muna completamente habilitado con lo que tenemos de reserva, por decirlo así. Alan García dice que el Muna va a poner en riesgo el santuario de Pachacamac. ¿Eso está totalmente descartado? Totalmente. Hay estudios de Unesco y muchas organizaciones internacionales que participaron en el diseño del proyecto, y está clarísimo que, por el contrario, es una forma de hacer que se convierta en un atractivo turístico para la zona y que va a hacer que mejoren las condiciones de vida de las comunidades que estén alrededor de Pachacamac y en toda la zona sur de la capital. Si en la gestión de Salvador del Solar su proyecto emblemático era la Ley del Cine, ¿cuál va a ser la impronta de tu gestión? ¿Cuál, tu debilidad personal? No es debilidad, pero seguramente muchos van a decir lo mismo que con Salvador del Solar: hay el proyecto de la Ley del Libro, que tiene que entrar a discutirse en el Congreso este año, y no porque yo sea escritor, sino porque la Ley del Libro busca promover no solo la industria editorial, sino promover hábitos de lectura, que es una necesidad, porque a más lectura, mejor cultura y seguramente más desarrollo de un país. ¿Cómo se va a garantizar la independencia de IRTP, evitar que pase a ser la caja de resonancia de la mayoría del Congreso o del Ejecutivo? En la parte práctica, y es una de las cosas que he conversado con el presidente y la premier, necesitamos recomponer el directorio y encontrar un presidente. Espero que en los próximos días podamos anunciarlo.