MemoriaEn 1993 vio al grupo Colina enterrar a los estudiantes de La Cantuta en Cieneguilla e hizo un mapa para que la prensa desentrañara el caso. Hoy vive en pobreza extrema y está escribiendo sus memorias. Hace unos días le donaron una casa de drywall, pero todavía necesita ayuda.,Justo Arizapana abre un cuaderno de tapa naranja y empieza a leer las primeras líneas: "Este libro trata de la azarosa vida que he transitado en décadas...". Más adelante se refiere al caso por el que vivió escondido durante varios años: "Vio pasada la medianoche del 24 para el 25 de abril de 1993, cómo los Colinas, enterraban en la oscuridad los cuerpos quemados de los estudiantes y de un profesor de La Cantuta...". Desde el 2015 Justo ha empezado a escribir sus memorias y les ha puesto por título "Un héroe en la oscuridad". Ahí cuenta detalles del descubrimiento de las fosas, un hecho que conmovió a la opinión pública peruana y le abrió los ojos acerca de cómo actuaban los grupos paramilitares durante el gobierno de Alberto Fujimori. Otro pasaje de su relato dice: "Al amanecer, a la luz del alba, Arizapana desenterró con sus manos, como quien busca un tesoro, y descubrió cenizas. 'Estudiantes de La Cantuta', dijo. Nadie sabía hasta ese momento el paradero de los desaparecidos". En sus memorias, Justo también cuenta otros aspectos de su vida que parecen sacados de una novela. Relata, por ejemplo, que cuando tenía 17 años y era menor de edad fue a dar a la cárcel acusado falsamente por la policía. Dentro de lo dramática de su experiencia, rescata que en prisión se aficionó a la lectura. Ahora que tiene 59 años -los cumplió el 13 de diciembre- reflexiona sobre todo lo vivido. Sobre su cama hay varios cuadernos con todo lo que ha escrito en los últimos años. Escribe de corrido en alguno de ellos y cuando lo completa, lo pasa en limpio a otro. Arizapana vive en un asentamiento humano de Cañete, al lado de unos familiares que lo acogieron pero no tenían mucho que ofrecerle. Dormía primero en una especie de refugio que se hizo con unas llantas de carro, y después en una choza de esteras y plástico que apenas lo protegían del sol y la lluvia. Ahora, afortunadamente, su situación puede empezar a cambiar. Una casa para Justo El último domingo llegamos hasta el asentamiento humano donde Justo vive para ser testigos de una buena noticia: ese día un grupo de personas solidarias le hizo entrega de una pequeña casa de drywall levantada en el lugar donde antes estuvo su choza. Edmundo Cruz, periodista que investigó el caso La Cantuta y contribuyó a su esclarecimiento, recordó en el lugar que Justo fue un protagonista decisivo para que se desentrañara, se enjuiciara y se sentenciara a los responsables de un caso representativo de las violaciones a los derechos humanos de los años 90. La donación de una casita de emergencia es el reconocimiento de parte de la sociedad civil a su invalorable aporte. Arizapana, que es reciclador desde la época en que fue testigo del entierro en Cieneguilla, vive en pobreza extrema. Tantos años después, el Estado Peruano aún tiene una deuda pendiente con él. Nunca le dio las gracias, ni le hizo algún homenaje, nada. Justo sufrió hace un tiempo una parálisis que le afectó la parte derecha del cuerpo. Camina con dificultad y no puede mover el brazo derecho. Por eso, tampoco puede trabajar como reciclador, como hacía antes. Y tiene muchas necesidades. La casa de drywall que le han donado tiene dos ambientes, una cama, pero ningún otro mueble. Le faltan muchas cosas. Por ejemplo, un baño, además de ropa, menaje de cocina, una cama, una mesa con sillas, como mínimo. "Como un pedido especial -nos dice- también me gustaría una laptop. Te aseguro que aprendería a manejarla". Es su sueño. Quiere escribir ahí todo lo que pone en sus cuadernos. En agosto pasado, La República publicó una nota describiendo la difícil situación que atravesaba. A raíz de eso la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos inició una campaña para ayudarlo. La donación del domingo es fruto de ello. Personas como Salomón Lerner, ex presidente de la CVR, Carolina Lizárraga, Stella Mohme, Gisela Ortiz, personas vinculadas al derecho, el periodismo, los derechos humanos, y muchas otras de distintos sectores, colaboraron para hacerlo posible. "Lo ideal sería que el Estado le concediera una pensión o encuentre alguna forma de apoyarlo. Justo Arizapana no tiene ningún ingreso y casi no puede valerse por si mismo", comenta Edmundo Cruz. Si alguien quiere ayudar a Justo, puede ponerse en contacto con la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos. Memoria permanente Justo se considera a sí mismo un héroe civil y efectivamente lo es. Cuando ocurrió el caso La Cantuta, los familiares de los estudiantes buscaron durante meses a sus parientes pero nadie les dio razón. Él era un reciclador que vivía en Cieneguilla y acudía a recoger cartones, plástico y metal a los basurales del distrito. Fue así que la noche del 24 de abril de 1993 se quedó a dormir en uno de los rellenos y pudo ver cómo varias camionetas llegaban hasta el lugar, de ellas bajaron hombres con pasamontañas y empezaron a cavar fosas, en las que depositaron varios bultos. Esperó a que se fueran y sólo al amanecer se acercó al lugar para ver de qué se trataban esos entierros. Quizá podía tratarse de objetos de valor, de metal, de armas, pensaba. Cuando pudo alcanzar lo que dejaron descubrió que se trataba de restos humanos. "Él tenía una radio a pilas que había encontrado en los basurales y que siempre llevaba colgada al cuello. A través de ella estaba enterado de las noticias y conocía del caso de los desaparecidos de La Cantuta. Por eso sabía que había una comisión investigadora en el Congreso -presidida por el congresista Roger Cáceres- y decidió dar a conocer lo que había descubierto", rememora Edmundo Cruz. Junto a su amigo Guillermo Catacora, un artesano con el que se habían conocido de jóvenes, acudieron al despacho del congresista a darle cuenta del caso. "Traigan pruebas", les dijo. Y ellos volvieron al lugar, trajeron unos huesos en un sobre y le entregaron un plano del lugar donde estaban las fosas. El plano lo dibujó Arizapana. Una copia de ese croquis fue entregado a los periodistas de la revista Sí, y Edmundo Cruz y José Arrieta se hicieron cargo de la investigación periodística que terminaría poco después con el hallazgo de las fosas y los restos de las víctimas. A partir de ahí el caso no pudo ser negado ni ocultado por el gobierno. Y acabaría años después con la sentencia a prisión de los integrantes del llamado grupo Colina. "Sin el concurso de familiares, abogados, policías, militares, arqueólogos, fiscales, no hubiera sido posible hacer esa investigación, pero sobre todo sin el concurso de este señor", explica Edmundo Cruz, mientras se dirige a él. Justo Arizapana, vivió entre Yauyos, Cieneguilla y Cañete, ocultándose por temor a las represalias de los compañeros de los militares que ayudó a sentenciar. Su identidad sólo se conoció el año 2004 cuando Ricardo Uceda los mencionó a él y a su amigo Catacora en el libro Muerte en el Pentagonito. "¿Esa vez tuvo temor de que se conociera su identidad?", le preguntamos en su nueva casa. "No, estaba más tranquilo. Ya había caído Fujimori, había pasado Paniagua y Toledo estaba en el gobierno". En 1993 realizó un acto valiente poniendo en riesgo su propia vida. Sobre eso también ha escrito: "Se hizo justicia, qué consuelo, las madres, las hermanas, ya no lloran", dice en un poema. Ese era su objetivo cuando decidió contar lo que vio. Un grupo de personas solidarias le hizo entrega de una casa de drywall levantada donde antes estuvo su choza. Lo ideal sería que el Estado le concediera una pensión o encuentre alguna forma de apoyarlo.