El ego de V. S. Naipaul, un escritor tremendamente incorrecto
"Leer y escribir" es la radiografía de un imprescindible autor de nuestro tiempo, figura polémica que decía lo que pensaba.
Pese a su brevedad, he disfrutado mucho con la relectura de Leer y escribir de V. S. Naipaul (1932 – 2018), escritor británico, de origen trinitense-hindú y Premio Nobel de Literatura 2001.
Para quien escribe, el británico era el autor en actividad más importante del mundo. De su poética, algunos imprescindibles: Una casa para el señor Biswas, El curandero místico, Un camino en el mundo, Los simuladores, La pérdida de El Dorado e India.
Se podría creer que a Naipaul le interesaba la literatura. Nada más lejos de la realidad. Volví precisamente a Leer y escribir para constatar cuán vigente seguían los postulados que el escritor desarrolla en sus páginas. De adolescente, no le interesaba leer, menos escribir. Pero le atraía el mundo literario y quería salir de la pobreza. Se sabía con talento y usó a la literatura como un elemento utilitario. Lo decía y, por eso, tuvo no pocos encontrones literarios en los círculos intelectuales londinenses. También se le recuerda por su lengua viperina: en el 2011, por ejemplo, declaró que ninguna escritora estaba a su altura y no le afectó en modo alguno las críticas que recibió, principalmente de las feministas.
Para tener una idea de la personalidad y ego elefantiásico de Naipaul, este clásico de la enemistad: La sombra de Naipaul de Paul Theroux. Durante buen tiempo este libro fue legendario, hasta que, después de quince años sin hablarse, hicieron las paces en el Hay Festival, edición Gales, de 2011. Theroux es un gigante que debería ser más leído por estos lares, por cierto. De su producción, sugerimos el libro de viajes El gran bazar del ferrocarril y la novela La costa de los mosquitos, disponibles en librerías limeñas.
Leer y escribir está dividido en dos secciones: “Leer y escribir” y “El escritor y la India”. Naipaul relata el nacimiento de su poética, signada por una permanente búsqueda del tema, del pulso que lo guiaría y justificaría a lo largo de su trayectoria: la oralidad hindú canalizada en el registro occidental. En base a ella forjó un incorruptible monumento literario. Y lo sugiere en más de una oportunidad: que la literatura hindú nace con su obra.
Sus novelas están inscritas en la tradición del siglo de la novela, el XIX. Las páginas dedicadas a este periodo son, por lo menos, una absoluta delicia que debería ser conocida por las actuales generaciones de novelistas, perdidas en juegos formales que, aparte de llevar a los lectores a un obligado sueño, no transmiten. Es cierto lo que sustenta: no se puede pretender escribir novelas, sea cual sea la intención de cada autor, si no conoces las obras maestras que afianzaron el género. El resto es moda, escribir en la absoluta nada.
En cuanto a la construcción de su estilo, Naipaul la tuvo clara: sencillez por todos sus lados. No esperemos de Naipaul pirotecnia verbal, menos un trabajo plástico con el lenguaje. Naipaul era de los escritores que dotaban a las palabras de una densa sustancia mediante la administración/el orden de las mismas. Ahí radicaba su genialidad y también su magisterio, a la contra de lo que se suele sugerir en los campos de la ficción narrativa: el estilo sobre el tema.
Un autor sumamente incorrecto. Naipaul, más allá de sus exabruptos, hizo suyo el privilegio hoy extinto, y no solo en las parcelas de la cultura: decía lo que pensaba. Se extraña que ya no haya más figuras polémicas como la suya, no por sus ligerezas, sino porque propiciaban discusión y polémicas. Hoy, buena parte de los artistas y escritores, desde el escenario oficial a los espacios alternativos, y en todo el mundo, están abocados a cuidar sus intereses. Los resultados de la fricción están a la vista: no comunican, tampoco conectan.