Cultural

Guadalupe Nettel: "Todavía es mucho más fácil que un hombre obtenga un doctorado a que una mujer lo haga"

Desde Ciudad de México, la escritora mexicana ganadora del Premio Herralde y finalista del Premio Booker Internacional conversó con nosotros sobre su obra literaria y el rol de la mujer en el mundo intelectual.

Su novela Después del invierno ganó el Premio Herralde en 2014. Foto: difusión
Su novela Después del invierno ganó el Premio Herralde en 2014. Foto: difusión

Guadalupe Nettel se disculpa al entrar tarde al Zoom. ‘Perdona, fue larguísimo esto’, me dice y explica que acaba de llegar de un largo viaje de festivales por la India, Holanda y Francia. No te preocupes, le digo y comienzo agradeciéndole por sus lecturas que muchas veces me han levantado de malos momentos. Le cuento de mi lectura de Después del invierno y cómo me transportó a ese París contemporáneo que tan bien describe. Es muy diferente a la ciudad que vivieron los autores del Boom. ¿Crees que fue decisivo pasar por París en tu formación como escritora? ¿Qué ciudad crees que es la capital literaria actual?, le pregunto.

Para mí sí, desde luego que fue decisivo. Pero no creo que sea necesario para todo escritor pasar por París de ninguna manera. Pienso que por fortuna se ha descentralizado o se ha dejado de tener a Europa como centro, como sucedía en la época de los escritores del boom, en la que todos querían vivir ahí. Se encontraban estadounidenses, ingleses, irlandeses, latinoamericanos de todos los países en París. Ya no es así, ya no es como antes. Para mí fue importante porque desde siempre he tenido un vínculo muy estrecho con la cultura francesa. Viví en Francia desde que era niña y siempre he ido y venido, pero en ciudades que no eran la capital. En total he vivido en Francia como seis y medio. Mi tiempo en París hizo me permitió conocer algunas zonas menos turísticas, menos emblemáticas, que son las zonas a las que llegan ahora los jóvenes latinoamericano, como el barrio once o el veinte.

¿Cómo así viviste tiempo en Francia cuando eras niña?

Porque mi madre fue a hacer estudios de posgrado y mi hermano y yo nos fuimos con ella. Lo cuento en El cuerpo en que nací. Ahí está toda la historia del aterrizaje en esa región, en la periferia de una ciudad pequeña cerca de Marsella, y todos los barrios de migrantes y la confluencia de culturas, sobre todo de África del Norte. Es un libro realmente autobiográfico; novelado, pero autobiográfico.

¿En general escribes mucho a partir de tu propia biografía?

Pues he escrito un par de libros a partir de mi propia biografía: ese y también Después del invierno, por la experiencia de ser estudiante y migrante allá. Hay otros libros como El huésped, que mucha gente piensa que tiene que ver con mi infancia, con mi familia, y no es para nada mi infancia ni mi familia. Pétalos tampoco ni El matrimonio de los peces rojos, y La hija única definitivamente no, pero sí es la vida de una amiga mía por una parte y la otra es completamente ficción. Digamos que tengo las dos vertientes: sí hago autoficción, que es un género que defiendo definitivamente y me gusta mucho, y la ficción como tal, aunque no creo en la ficción pura porque no creo en nada puro. Pienso que lo que uno llama ficción total no existe. Normalmente, todo está muy inspirado en nuestras vivencias, nada más que muy transformadas.

En tu literatura, quizás con algunas excepciones, no hay un discurso político muy directo. ¿Cómo te sientes respecto al regreso de la escritura comprometida como tendencia en la contemporaneidad latinoamericana?

Depende de a qué llamas político. Por ejemplo, en La hija única hay muchos temas que para mucha gente podrían ser considerados políticos. Para empezar, el lema feminista de lo personal es político, ya podría cubrir totalmente estos libros, pero, además, creo que es un libro que habla mucho de la condición de la mujer en América Latina y en México, más específicamente, donde hay estos feminicidios de once mujeres al día según solo las cifras oficiales. Está esa rabia que hay tanto en este país como en el tuyo, al igual que en toda la región. Entonces, en ese sentido yo creo que es un libro muy político y también en el sentido en que trata de expandir un poco la empatía hacia la inclusión de los seres con capacidades diferentes, sobre todo las neurodiversidades, con el fin de cambiar las políticas respecto a eso. Es un libro que habla de la violencia de género definitivamente. Tenemos a este personaje, Doris, que vivía violencia doméstica por las feministas que están en la calle y por todo este ambiente de violencia patriarcal que se siente en toda la novela. En El Cuerpo que nací creo que toco, de manera un poquito más tangencial, el tema de la migración durante el exilio de los años setenta de países de América del Sur. No todos, por fortuna, pero sí donde había dictaduras como Chile, Uruguay, Argentina, que vinieron a vivir a México justo al barrio en el que yo crecí. También se habla un poco del 68 y de las demandas de los que eran jóvenes en esa época. Yo creo que todos esos temas, desde mi punto de vista, son políticos.

Con el fin de compensar la preferencia de autores hombres a lo largo de la historia, hoy editoriales e instituciones hacen premios exclusivamente para mujeres o crean sistemas de cuotas en las mesas de festivales o conversatorios. ¿Qué opinas?

Creo que las cuotas son una reparación histórica necesaria. Sí estoy a favor de ellas. Durante muchísimos años, décadas, siglos, los hombres han tenido muchas más oportunidades y más visibilidad, entonces está bien intentar hacer, propiciar un equilibrio, una equidad. Aunque se ha forzado al inicio, creo que en este momento en América Latina, sin ningún tipo de cuotas de por medio, hay escritoras que están teniendo muchísimo éxito y es un éxito absolutamente legítimo.

Sí, claro. Te lo preguntaba un poco por eso. Yo creo que, al menos en literatura en español, buena parte de lo mejor que se publica está escrito por mujeres. Leo quizás más narrativa de autora que de autores, pero estas escritoras no necesitan cuotas ni de nada. Simplemente destacan porque lo que escriben es muy bueno.

Puede ser. Pero no estoy 100% segura. Habría que estudiar bien todo, porque, mira, si te pones a ver los críticos de los escasísimos suplementos literarios que quedan, todavía la mayoría son hombres. Si ves quiénes firman en diarios como El País, vas a ver que todavía hay bastante desequilibrio entre hombres y mujeres. No solamente en literatura y en cultura, sino en todo. Creo que están intentando activamente nivelar eso. En la academia pasa también lo mismo, sobre todo cuanto más grado de estudio requieran. Todavía es mucho más fácil que un hombre obtenga un doctorado a que una mujer lo haga. ¿Por qué? Por razones de cultura patriarcal, como que a esa edad las mujeres están teniendo hijos o se casan, o se ponen a cuidar a algún familiar, la madre o padre enfermo. Todavía pasan esas cosas y hay que tomarlas en cuenta. Hace casi siete años dirijo la revista de la UNAM. Cada vez que hacemos una lluvia de ideas sobre colaboradores que invitar para hablar de un tipo de tema, o que googleamos el tema, los primeros que llegan son una lista inmediata de hombres. Entonces, intentamos nivelar los colaboradores para que sea más o menos parejo. Por el éxito que han tenido algunas escritoras, que sí ha sido un éxito muy visible e incontestable, se podría creer que ya no hacen falta cuotas y que ya no hace falta una lucha en ese terreno, pero yo creo que todavía hace falta.

La voz del narrador masculino en Después del invierno es excepcional. Lo mismo ocurre en algunos cuentos como ‘La puerta rosada’ o ‘La vida en otro lugar’ de Los divagantes. ¿Es difícil meterte en la mente de un hombre siendo mujer?

Pues no, difícil no. Me divierte mucho hacerlo. Lo que no sé es si realmente puedo imaginar qué es ser un hombre. Es un ejercicio que me divierte y que he hecho también en Pétalos y otras historias incómodas y también en El matrimonio de los peces rojos, en el segundo cuento. No me parece difícil. Lo que pasa es que más bien sería un hombre el que me tendría que decir si sí parece o no. Esa es nada más mi idea. Estoy haciendo apropiación cultural (ríe).

Sí parece y en definitivamente muy gracioso. Muestras personajes como el cubano de Después del invierno o el de ‘La puerta rosada’, que son muy graciosos. Tienen voces muy acertadas pero que también muestran cierto lado ridículo que tenemos los hombres en el día a día y en la intimidad. Es algo que yo disfruté mucho como lector hombre.

Pues gracias, me da mucho gusto que me digas eso. Creo que la idea sí era un poco ridiculizar a personajes que conozco, hacer una sátira de gente como este macho cubano que ni se da cuenta de que él solito se está ridiculizando.

En Los divagantes colocas como escenario en dos cuentos la pandemia de COVID-19. ¿Cómo crees que afectó a los escritores este periodo de encierro?

He oído dos versiones: a los que les fue de maravilla y pudieron escribir muchísimo, amigos que estaban en medio de un proyecto y que no tenían familia de quién ocuparse y que ya pudieron terminar sus libros; y otros, como yo, que sí teníamos hijos de quien ocuparnos que estaban metidos en la casa y que nos era dificilísimo. Yo acababa de terminar justo un proyecto, La hija única. Entonces, me costaba muchísimo arrancar otra cosa en medio de esta incertidumbre y más en medio de toda esta aluvión de domesticidad. Conozco también a bastante gente que estuvo muy ansiosa y no podía escribir.

Antonio Muñoz Molina en su diario pandémico Volver a donde, se quejaba un poco de la vuelta a la normalidad ya que supuso cierta pérdida de calma, de silencio y actividades de mayor conexión con el espacio y con uno mismo. ¿Perdimos algo con ese regreso a la normalidad?

Sí. Aquí en la Ciudad de México, perdimos el silencio. Era delicioso salir a caminar y que no hubiera coches. Lo que me parece un poco sorprendente es que hayamos regresado tan a como era antes y que ese periodo, por lo menos en este momento, marzo del 2024, se viva como un paréntesis.

Sí, claro. No como un antes y un después.

Exacto. Todo el mundo estaba segurísimo de que esto iba a ser un antes y un después y que ya nunca íbamos a poder regresar a la vida de antes. Ahora vas en un autobús y van cinco tosiendo y muriéndose de gripe y nadie se pone un cubrebocas o trata de protegerse. Lo único que pasa es que en la cabeza estamos rezando para que no sea COVID o algo horrendo lo que nos van a transmitir, pero rezando lo digo metafóricamente. Es muy sorprendente que en realidad parece que no aprendimos mucho de ese tiempo.

Bueno, sacamos lo de tener el trabajo virtual y este tipo de encuentros que no se podrían dar antes…

Sí, para este tipo de cosas… También hubo como una especie de realidad virtual en la que podías organizar muy fácilmente encuentros internacionales con dos pesos, y hacer entrevistas a quien quisieras en vivo en la tele, y cosas así… Pero también creo que aprendimos a valorar un poquito más lo presencial, a darnos cuenta de que, aunque muchas veces lo damos por adquirido, en realidad en cualquier momento podemos perderlo. O sea, como que un sentido un poco más claro y lúcido de lo efímeras que son las cosas, de la impermanencia, de la incertidumbre que implica ser un ser humano y vivir en este mundo, ser un mortal.

Muchos de tus cuentos tienen finales abiertos. ¿Hay algún motivo? ¿Cómo sueles construir tus historias?

Pues me gusta pensar que además de un final muy redondo, existen finales narrativos cuando la historia ya dio de sí. Me gusta también darle un espacio al lector para que termine la historia de su manera, saque sus conclusiones.

Un poco como la vida misma, ¿no?

Exacto. Y me gusta leer relatos así o ver películas así, en las que nos proponen un... Y esta es la conclusión, la moraleja. Pasó tal y es la única interpretación posible, sino que el lector pueda inventar su propio final. O también esa sensación de continuidad. Bueno, sí, la vida siempre se está transformando en otra cosa, entonces cerrarlo es un poco como matar la historia, ¿no? Me gusta mucho esta idea de una historia es como algo orgánico que va creciendo, alimentándose de lo que pasa en el entorno, de los ruidos del entorno, de los olores, de las cosas que van sucediendo aquí. Por ejemplo, para dar un ejemplo, las palomas de la hija única que verdaderamente aparecieron en mi casa y entraron en la novela. O estas manifestaciones que ocurrían en la calle mientras yo escribía y entraron en la novela. Claro. O no sé, alguna noticia, o la propia pandemia.

Otra cosa que llama mucho mi atención es que tienes personajes que muy inteligentes y cultos. Muchas veces son niños. Me hacen pensar mucho en estos personajes niños de las películas de la Nouvelle Vague. ¿De dónde salen estos personajes? ¿Cómo fue tu infancia?

Pues no sé a cuáles te refieres en particular. Según yo no tengo personajes niños particularmente cultos.

Hay este personaje, por ejemplo en Los divagantes que todo el tiempo hace comparaciones con cine y habla de Fellini.

Ah, ya, sí. Ella es más adolescente ya, no es tan niña. Pero sí tienes razón. Ella sí es culta.

Sí, pero no solamente... Hay también estos niños que reflexionan o que son muy particulares. Me da curiosidad de dónde vienen, si es que tú tuviste una infancia de niña particular.

Sí, yo de verdad era una niña vieja. Me la pasaba leyendo. Me gustaba muchísimo leer y no solamente literatura para adultos, sino también revistas para adultos. Tampoco te diré qué Playboy ni nada así, pero sí, por ejemplo, Life. Leía Life sobre el futuro, sobre la medicina. En mi casa había esas cosas, por suerte, bastante a la mano. Y muchos de los niños con los que yo me relacioné en la infancia, como estos que describo en el cuento del último libro, eran así también. Eso no quiere decir que no jugáramos en la tierra, pero nos habían pasado cosas fuertes. Creo que a partir de ahí uno empieza a reflexionar. Tengo dos hijos y siempre escucho que dicen cosas a veces que pueden parecer ingenuas pero también súper agudas, muy acertadas. Con palabras tal vez no muy complicadas, pero los niños observan la vida. Los niños tienen comentarios a veces muy certeros sobre los adultos y sobre sus complejidades o sobre sus personalidades. Yo creo que así son. Realmente es mi idea de los niños. El niño bobo es un cliché. He conocido muchos niños lectores, aunque ahora menos porque están más enganchados en el celular, en el que tienen la posibilidad de ver películas ahí o TikTok o lo que sea. A nosotros nos ha pasado también. París antes era una ciudad que se enorgullecía porque el 50% de la gente en el metro iba leyendo. Ahora el 50% o más va viendo en celular.

Además de escribir columnas y dedicarte a la literatura, dirijes la revista de la UNAM. ¿Crees que la academia es un buen espacio para desenvolver la escritura creativa? ¿De qué crees que viven los escritores hoy por hoy?

Bueno la revista no es académica, sino cultural o de divulgación de ciencia, por ejemplo. Sinceramente, creo que justo la academia, es decir, dar clases, ser investigador, no es un buen espacio para desarrollar la creatividad. Al contrario. En mi experiencia dentro de la verdadera academia, es decir, cuando estaba escribiendo una tesis doctoral o artículos académicos, pues muchas veces tiende a matar las ideas originales. Todo es nada más repetir y trabajar con cosas que ya se han dicho y publicado. Entonces, me parece que no es muy fértil. Al contrario, te hace desarrollar un hemisferio del cerebro que no es el de la creatividad y el de la imaginación. Pero creo que sí es un espacio amigable para que muchos escritores, que son versátiles, puedan seguirse ocupando de literatura, de leer, de contagiar el amor por la literatura y analizar textos literarios, mientras reciben un salario regular. Eso creo que sí es muy valioso.