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Cultural

Tola synthetic

“Los cuadros de Tola buscan el instante de la transición efímera de un gesto facial al otro. Ese es un momento de terrible intimidad en un rostro, en el sentido de terrible vulnerabilidad”.

Lauer
Lauer

José Miguel Tola fue, junto con su amiga Tilsa Tsuchiya, uno de los artistas plásticos que más contribuyeron, a partir de mediados de los años 70, al restablecimiento de la actual hegemonía figurativista.

Fue el primer artista local que en lugar de referirse al mundo exterior para expresar sus sentimientos, lo intentó mediante un lenguaje y un espacio personales. Fue en todo sentido un pintor del yo profundo.

Si hubiera que sintetizar lo que comunica su pintura, ello sería un discurso sobre la salvación, en el sentido de aquello que debe ser salvado, la espiritualidad que debe sobrevivir en lo material.

Su trayectoria plástica empezó en los años 70 con una galería de personajes humanos y animales que miran en dirección del espectador y transmiten vibraciones amenazantes (así como por su parte los personajes de Tsuchiya juegan con un erotismo hermético).

Los “monstruos”, como eran comúnmente llamados, que pintó hasta la llegada de los años 80 impactaron en el medio y establecieron el prestigio de Tola como maestro del oficio. Desde entonces el pintor gustó a un amplio público porque era original y desafiante, dialogaba con el espectador, mostraba escenas lujosas, y era cálido en medio de su furia.

Refiriéndose a una muestra del 2003, Julio Ortega llegó a la conclusión de que Tola no era un artista de cuadros independientes “sino de conjuntos que se desarrollan exploratoriamente hasta agotar su despliegue… Por eso, lo más evidente es aquí lo más enigmático. Tola entrega todos los postulados, formas y materiales, como si desplegara una baraja completa”.

Los cuadros de Tola buscan el instante de la transición efímera de un gesto facial al otro. Ese es un momento de terrible intimidad en un rostro, en el sentido de terrible vulnerabilidad: aquel gesto nuestro del cual somos apenas conscientes y que no es para que lo vean los demás, pero que es fugazmente expuesto a la mirada de quien está delante de nosotros.

Si ese momento del rostro en movimiento no suele ser percibido como tal, es solo porque quien está delante no lo quiere ver, pues sería como mirar nuestro interior, asomarse a nuestras vísceras espirituales. Tola lo hacía en cada cuadro.

[Fragmentos levemente modificados de un ensayo sobre José Miguel Tola (1944-2019)]

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