En su peregrinaje desde Vilcas Huamán (Ayacucho) a Cocharcas (Apurímac), el caminante va recolectando historias en su libreta de apuntes. Esos momentos únicos inspiran esta nota. ,Rolly Valdivia / Revista Rumbos Cuando la sombra del cansancio y el desánimo empezaban a acompañarlo en aquella ruta ancestral -histórica, vibrante, todavía vigente- que une las provincias de Vilcas Huamán (Ayacucho) y Chincheros (Apurímac), siempre le ocurría algo inesperado que renovaba su entusiasmo, sus fuerzas, sus ganas de continuar a pesar de los resbalones o del miedo que le inspiran las bajadas traicioneramente kilométricas. PUEDES VER: Sorprendente: Tacna y su mercado a la chilena Desde el generoso compartir de un par de papas sancochadas hasta el sonido orientador de un pututu, marcaron su trajinar de tres días por comunidades, caseríos y anexos casi siempre ignorados, su búsqueda de complejos arqueológicos incas y chancas, sus conversaciones con chasquis y taitas, y sus encuentros con los devotos de una virgen misionera a la que acompañaría hasta su pueblo. Y son algunas de esas vivencias en el Qhapan Ñan, las que relataremos a continuación. Los invitamos a leer estas pinceladas del camino. Todos somos peruanos Huamanga, bajar del bus, tomar un taxi, terminal sur, buscar un auto a Vilcas Huamán. Esperar, faltan pasajeros. Subir. Casi tres horas de asfalto y afirmado. Llegar, saludar, ponerse a andar por un sendero inca. Veinte kilómetros hasta Pujas. ¿Se podrá? Una laguna: Qocharakán. Una comunidad: Huancapuquio. Un llamado: 'Joven, joven', escuchar, voltear, mirar a los dos operarios que descansan bajo la sombra que provee un murito de adobe. 'Acércate', me dicen. Dudo. Precaución urbana. Insisten. Me convencen. 'A dónde va', me preguntan. A Pujas. 'Vaya despacio, nomás' me aconsejan, mientras me entregan dos papas sancochadas. 'Cómalas despacio, están arenosas, no se vaya a atorar', advierten. Les doy las manos. Nos despedimos. 'Todos somos peruanos', es lo último que les oigo decir. Quise responderles que sí, que todos éramos peruanos, un país generoso gracias a compatriotas como ellos. No lo hice. Solo lo escribo. La laguna de Qocharakán recibe a los caminantes en Huancapuquio. Foto: Rolly Valdivia Comunidad embanderada Y en esa comunidad que es tan solo un puñado de casas, las autoridades reciben a un grupo de caminantes con arpa y violín, con habas y mote, con papas y ají. La música incita al baile, entonces, se arma una ronda y se zapatea hasta levantar el polvo. Ahora ya no importa el cansancio, los kilómetros recorridos desde Vilcas Huamán, ni el trecho de 20 o 30 minutos que faltan para llegar a Pujas, la parada final de la primera jornada de pasos infinitos que los conducirían a Cocharcas. El arpa y el violín se acallan. 'Sírvanse', proponen, ofrecen, invitan. No hay forma de negarse, como no hay manera de no emocionarse cuando el comunero que recibió a los chaskis y a este escriba con chicha de jora en la entrada de su tierra, responde que no, que 'hoy no es día de fiesta ni aniversario, tampoco de celebración patronal'. 'El almuerzo es por ustedes'. ¿Y las banderas en las casas?, 'también por ustedes'. En ese momento, el escriba que jamás será un andariego de trancos invencibles, se da cuenta que, pase lo que pase, encontrará fuerzas para llegar a su destino y que la única forma de agradecer esa bienvenida sería escribiéndola y contándola, como lo hace ahora, como lo hará muchas veces a partir de hoy, para compartir esa lección de vida que le enseñaron los comuneros de San Antonio de Pincha (Vilcas Huamán, Ayacucho). Baile en la bienvenida a la comunidad de San Antonio de Pincha. Foto: Rolly Valdivia De milagros y castigos Despierto para continuar la ruta. Ayer, en la noche, escuché los rezos y cantos de los devotos de la Virgen de Cocharcas. También las historias de los 'quimichos', los peregrinos que tres meses antes del día central (8 de setiembre), abandonan su distrito cargando una réplica de la imagen, para que esta sea venerada, recibida y festejada en varias regiones del Perú. Así, la Reina Chica y la Reina Grande, como son llamadas esas imágenes idénticas a la Patrona que se queda en el templo colonial de Cocharcas, ('porque ella solo sale para la procesión'), son llevadas entre las estridencias melódicas de la chirisuya (un peculiar instrumento de viento) a las ciudades, pueblos y comunidades de Puno, Ayacucho y Lima, también de Huarochirí y a veces hasta de Copacabana, Bolivia, para avivar la fe y seguir concediendo imposibles. Los 'quimichos' son los encargados de que esa tradición se cumpla. Lo hacen por devoción, jamás por dinero. Ellos, mejor que nadie, saben que las reinas hacen milagros, pero que también castigan, como le pasó a ese 'quimicho' que no quiso peregrinar y tuvo el descaro de decir que "la virgen no habla, no vive, por gusto nomás se hace todo". Rebelde, se quedó en Cocharcas. No debió hacerlo. La virgen lo escuchó, la virgen lo castigó. Tiempo después, él perdería a uno de sus hijos. Pero no es el único caso, también se evoca a aquel hombre que prefirió quedarse a trabajar antes que cumplir con su fe. 'El pobre se enfermó y terminó endeudado'. 'Yo jamás me voy a negar', asegura Roque, el 'quimicho' que cuenta esta y otras historias, antes de tocar la chirisuya y ponerse a orar en la noche calmada de San Francisco de Pujas (Vilcas Huamán, Ayacucho). Noche de velación en San Francisco de Pujas. Foto: Rolly Valdivia Salvado por el pututu El río Pampas está abajo, parece que estuviera cerca, aquícito nomás, pero tendré que dar mil vueltas para llegar a sus orillas, entonces, lo miro con respeto y recuerdo que tendré que cruzarlo al como pueda por falta de un puente. Mejor no pensar en eso. Mejor seguir bajando despacio, con pasos cortitos y con el aliento entrecortado. Y es que tengo miedo, siempre lo tengo en los descensos. Avanzo, trastabillo, resbalo, tres veces resbalo. Mis manos me salvan. Estoy cansado, pero mis reflejos todavía funcionan. Continúo. El camino me lleva por una quebrada que me impide ver el cauce. Algo está mal, pienso. ¿Habré equivocado mis pasos?, me pregunto. Decido detener mi marcha y sentarme para pensar. Me he equivocado, sentencio y empiezo a desandar lo andado. De pronto del fondo de la quebrada surge el sonido del pututu. Es la señal del Chaski, Felipe Varela, quien me convenció e invitó a caminar de Vilcas Huamán a Apurímac. Su llamado ancestral me orienta por el sendero correcto. Doy la media vuelta. Debo seguir bajando, con cuidado y precaución, porque quizás en estas alturas a la cuarta recién es la vencida. El llamado se repite, es más intenso y profundo. Estoy cerca. No estoy perdido. Sonrío. Me animo. El río ya no está tan lejos, ya no está allá abajo, ahora está a mi lado... Lo sigo mirando con respeto. El sonido del pututo orienta a los caminantes en el río Pampas. Foto: Rolly Valdivia El milagro de estar juntos No revelaré su nombre verdadero. Diremos que se llama Juana y que es de Huamanga o quizás de Abancay. Eso no importa. Diremos también, y esto sí es muy importante, que viajó toda la noche para llegar tempranito a las orillas del río Pampas. Es la primera vez que lo hace, aunque no es la primera vez que ella será una de las devotas que acompaña a la Virgen de Cocharcas en su útlimo tramo de peregrinación. Y es que Juana, que también podría llamarse María o Francisca, lo ha hecho varias desde veces Uripa, pero jamás ha recorrido la ruta de perpetuo ascenso que une Cedro Pampa y Cocharcas. Por eso no ha venido con sus hijas. 'Primero quería ver cómo era', cuenta antes de iniciar la caminata. Salimos entre cantos, rezos y bombardas. Los creyentes se turnan para cargar a la virgen. No es fácil. Su urna pesa más de 20 kilos. Por qué lo hace, le preguntamos. 'Estoy sana y tengo tres hijas bien encaminadas a las que crié sola'. Nos miramos, nos sonreímos, nos quedamos en silencio. Quizás debí decirle que, en estos tiempos, mantener una familia unida es, en verdad, un auténtico milagro. Seguimos. Cocharcas aún está lejos. Una devota carga a la virgen en el camino a Cocharcas. Foto: Rolly Valdivia