En un día que comenzaba como cualquier otro, la ciudad de Yungay en la sierra peruana se transformó en el escenario de una de las peores tragedias naturales registradas en la historia del país. Era el 31 de mayo de 1970 cuando un terremoto de 7,8 sacudió el Callejón de Huaylas, lo cual provocó un aluvión catastrófico del nevado Huascarán que en minutos sepultó la ciudad y sus alrededores, y dejó un saldo devastador de 20.000 personas fallecidas bajo el barro y los escombros.
Las estrechas calles y las construcciones de adobe no resistieron la fuerza del sismo; esto conllevó un desenlace mortal por millas. Décadas después de este evento, los ecos de aquel día aún resuenan en los testimonios de los sobrevivientes, quienes comparten sus historias para preservar la memoria de lo sucedido. Uno de ellos, Winston Guillén, ha relatado su experiencia en el canal de YouTube del uruguayo Mati Villegas, en el que revela los horrores y milagros de aquel fatídico día.
El 31 de mayo de 1970, un tranquilo domingo se convirtió en un día de horror para Winston Guillén y muchos otros en Yungay. Mientras almorzaba en casa de su tía, un sismo de magnitud 7,9 sacudió la ciudad y esto ocasionó el colapso inmediato de las estructuras de adobe. "Un movimiento sísmico terrible (…) que hizo que las casas empezaran a derruirse, a caer inmediatamente", recordó el peruano.
En medio del caos, su instinto de supervivencia lo llevó a correr hacia una esquina cercana, desde donde pudo presenciar la destrucción total de su entorno: "Si yo sobreviví, era porque la casa de la tía estaba muy cerca de una esquina (…) y pude apreciar que las casas y toda la familia quedaron enterradas", afirmó. La tragedia de ese día marcó a Guillén y a la ciudad de Yungay para siempre; en consecuencia, dejó recuerdos que aún resuenan en su memoria y en la de los pocos que, como él, lograron sobrevivir a la catástrofe.
El señor Winston Guillén durante el video documental del uruguayo Mati Villegas. Foto: captura de pantalla/Mati Villegas/YouTube
Tras el sismo devastador, Winston Guillén encontró refugio en un instinto de supervivencia que lo impulsó hacia el norte de Yungay. Mientras corría, observaba cómo el deslizamiento de tierra y hielo del Huascarán arrastraba todo a su paso. "El derrumbe del hielo que se había mezclado con la tierra (…) cargaba, pues, más o menos una altitud de 14 o 15 metros", explicó el sobreviviente.
En un momento crítico, cuando ya no podía correr más y el alud lo alcanzaba, su reacción fue instintiva: "Lo único que (hice), como cualquier niño, era taparme la cabeza y decir ya: 'Ahorita me entierra, me tapa el lodo'". Esta decisión simple, pero decisiva, lo salvó de ser sepultado completamente, aunque el lodo lo golpeó con fuerza. Estas acciones reflejan los momentos de terror y la lucha por la supervivencia que enfrentó aquel día.
Toda la plaza de Yungay quedó destrozada. Foto: El Peruano
En las horas y días que siguieron al desastre, la situación en Yungay se tornó aún más desoladora. Winston Guillén, aún conmocionado por la tragedia, se enfrentó a un panorama de destrucción total. "La ciudad quedaba plana, y las rocas enormes que todavía rodaban", describió el peruano nacido en Yungay, capturando la escena de desolación que lo rodeaba.
Con la ciudad sepultada bajo metros de lodo y escombros, los sobrevivientes como él se encontraban en un estado de shock, rodeados por el silencio de una ciudad que ya no existía. Durante las noches, el aire se llenaba con los gritos de aquellos atrapados y todavía con vida bajo los restos: "Incluso se pudo escuchar en las noches los gritos despavoridos".
Más de 300 niños de Yungay fueron salvados al ser resguardados en el circo, durante el aluvión. Foto: El Peruano
El impacto de la tragedia fue devastador: más de 20.000 personas perdieron la vida en la región de Áncash, de las cuales 20,000 vivían en Yungay. Además, cerca de 80.000 resultaron heridas y más de 600.000 se quedaron sin hogar. Este trágico suceso dejó una huella profunda en la memoria colectiva del país, lo que impulsó una revisión de las políticas de prevención ante desastres. Como resultado, en 1972, dos años después del desastre, se fundó el Instituto Nacional de Defensa Civil (INDECI), con el objetivo de coordinar la respuesta ante emergencias naturales y fortalecer la preparación del país frente a futuros terremotos.
Rusia fue uno de los primeros países que ayudó al Perú ante el desastre que causó el terremoto en Áncash. Sin embargo, un trágico suceso opacó este acto de solidaridad: el 18 de julio de 1970, un avión Antonov An-22 CCCP-09303, que llevaba provisiones y medicinas para ayudar a los afectados, se precipitó al océano Atlántico, desapareciendo en sus profundidades.
El accidente no dejó sobrevivientes; murieron los 16 tripulantes junto con 6 médicos. La aeronave había despegado desde la base de Keflavík, en Islandia. Solo se hallaron algunos restos del avión y de la carga que transportaba.
El nombre Yungay proviene del quechua y significa "valle templado". Esta región se destacaba por su clima acogedor y su paisaje rodeado de montañas y valles fértiles, en marcado contraste con la imponente e impredecible presencia del Huascarán, que sería el origen del devastador aluvión de 1970. Antes de esta tragedia, Yungay representaba paz y prosperidad, con una comunidad que conservaba tradiciones ancestrales en armonía con el entorno natural.