Efraín Rodríguez Valdivia, Paris
El poeta arequipeño Robert Baca Oviedo, nació el día de la fundación de Puno. Es hijo de una técnica de enfermería y nieto de un excombatiente de la guerra con Ecuador en 1941. Tuvo que esperar estos últimos ocho años, irse de Arequipa en 2014, radicar en Francia y sobrevivir al varapalo de las dificultades en el extranjero para componer, corregir y terminar su nuevo poemario “Cartografía de lo invisible” (Aletheya, 2021).
Como la mayoría de los libros de poesía, el texto nació entre algunos poemas sueltos e inconexos, sin ningún propósito de publicarse. O acaso sí, una vez la acumulación de las hojas hicieron el peso para formar un libro. Sin embargo, Robert Baca Oviedo reflexionó en la posibilidad de articular los y escribir otros dentro una estructura casi narrativa y testimonial para “cartografía lo invisible”. El trabajo comenzó en 2013. En 2014, el poeta se fue de Arequipa, viajó por varias partes de América y Europa componiendo el libro. El resultado ha sido aplaudido por la crítica. “Una ambiciosa y ágil construcción sobre los desengaños nacionales y los castos antídotos de nuestra esperanza colectiva”, apunta José Carlos Yrigoyen, crítico y editor literario, desde Lima, en su recuento de mejores publicaciones durante el 2021.
Pero, ¿cómo se puede cartografía lo invisible? ¿La cartografía solo corresponde a los mapas, a los espacios, a lo visible? El libro en sí mismo trata de develar los espacios olvidados por omisión y distracción: el país, las tragedias colectivas del Perú, las tradiciones de Arequipa, los recuerdos de la infancia en medio del conflicto armado y político de los años 90. Y permite que las personas que se acerquen al texto para verse reconocidas. “Yo no quiero tener un jardín cerrado”, dice un verso. En efecto, el poeta suprime el hermetismo personal de los poemas para que surja la transparencia y entendimiento del ‘nosotros’.
El poeta concibe el poemario en tres partes. La primera, un paseo oral con Marianne, la alegoría femenina que representa a la República francesa, modelo fundacional de la peruana. Allí el poeta dialoga sobre cómo la República uniforme y dominante ha resultado nociva para un lugar tan diverso como el Perú y América Latina. Sin embargo, los versos no se extinguen en la reflexión histórica. También se intercalan con las tradiciones de Arequipa (la religiosidad, la patria chica, el seno familiar) inscritas en la vida del país. La segunda parte habla de las tragedias colectivas. Un poema epistolar a Mónica Santamaría, estrella de Nubeluz y heroína infantil que se suicidó en 1994. Un poema como refugio de todos los niños que entendieron la rudeza de la muerte a través de la televisión mientras el Perú se desmoronaba al ritmo de coches-bomba del terrorismo.
Enseguida otro poema, la tragedia de nuestros muertos electrocutados en la madrugada de un 14 de agosto, en el Puente Grau, antes que la ciudad levantara para bailar en el Corso de Amistad. La tercera parte, un poema dirigido al indígena Juan Santos Atao Wallpa (o Atahualpa), líder de revoluciones en la colonia. Un texto en versos conjugados en tiempo futuro (homenaje a César Vallejo) como una promesa feroz sobre la reconstrucción del Perú y el universo. Esto también intercalado con la visión de un niño provinciano observando la destrucción de las Torres Gemelas desde una huerta de Cerro Colorado. Entre las partes, van cuatro textos en forma de diario (guiño a José María Arguedas) para contar el proceso de escritura.