Dina Boluarte- Congreso | Alberto Vergara acaba de publicar Repúblicas defraudadas. ¿Puede América Latina escapar de su atasco?, un ensayo donde propone pistas para entender el malestar en nuestros países. El politólogo aborda algunas ideas que atraviesan el libro y ofrece su visión sobre lo que ocurre en el Perú.
—Plantea que en América Latina se han construido Estados-naciones, no repúblicas, y que vivimos regidos por una “institucionalidad alternativa”. ¿Qué caracteriza a esa institucionalidad alternativa?
La frase hace sentido a que se construyeron Estados, se establecieron fronteras, burocracias, armadas. Esas dimensiones fundamentales de la formación estatal están en el continente. También se consiguió un sentido de pertenencia que tiene que ver con la idea de nación, que la lealtad política principal sea al país. Pero fuimos mucho menos exitosos en construir lo que promete una república, es decir, una comunidad de ciudadanos y ciudadanas que tengan dosis similares de libertad para construir un orden en el que ellos mismos se autogobiernen. Y eso es lo que no ha cuajado. En ese sentido, somos más nacionales que ciudadanos de un país. Y, por lo tanto, lo que hay son órdenes políticos donde la ley trata de manera muy desigual…
—¿A la gente?
A la gente. Y, por tanto, esa construcción de órdenes institucionalmente desiguales impide que los beneficios de vivir en conjunto se puedan distribuir de manera equitativa. Y no hablo solamente de cosas materiales. También de la forma en que están distribuidas las expectativas, los miedos, el terror a no poder salir de la pobreza…
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—A que te maten en la calle.
A que te maten en la calle, exacto. Todo eso está distribuido de una manera muy desigual, incluso muy segregada. Tienen libertad unos pocos y, en muchos casos, las mayorías están sentenciadas por el lugar donde nacieron, por sus condiciones de origen.
—¿Por una escasa movilidad social?
También. Lo que en el libro se llama, usando una categoría del World Economic Forum, techos y pisos pegajosos. Es decir, es difícil dejar de ser rico y dejar de ser pobre. Es un ordenamiento poco igualitario, no fundado en la universalidad, sino en la particularidad y en la utilización de lo que debería ser público para beneficio de unos y no de otros. Eso es lo antirrepublicano. No es necesariamente solo una división de ricos y pobres. Permea una serie de instituciones. Esa utilización de lo público para mí y los míos la hemos visto con oligarquías, con partidos, con redes clientelares, en los militares.
—Hay una interesante y aparente contradicción cuando afirma que una república necesita de un “capitalismo competente”, pero para eso se necesita, al mismo tiempo, de un Estado “en forma”. ¿No hay libre mercado sin Estado?
Yo quería que un aporte del libro fuera que lo republicano incluya dimensiones de la vida política, social y económica. Por eso hay toda una discusión de qué capitalismo hay en América Latina. Claro, y tampoco invento nada, recojo investigaciones recientes. Nadie compite espontáneamente si es que puedes coludirte con otro actor económico, secuestrar un pedazo del mercado, impedir que lleguen competidores y tener a la ciudadanía cautiva para saquearla. Y mejor si es en ámbitos que los economistas llaman demanda inelástica, productos como medicinas, alimentos…
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—Productos de primera necesidad.
Así es. Secuestras un pedazo del mercado, no permites que entren competidores y llega su majestad el sobreprecio. Eso impide la posibilidad de un capitalismo que genere beneficios de manera transversal, inclusiva. Un Estado fuerte debería impedir que eso ocurra. Esto es importante, porque generalmente hay esta dicotomía de o más Estado o más mercado, cuando, en realidad, no hay buen Estado ni buen mercado si es que no están ambos. O van bien ambos o van hasta el perno los dos. El Club de la Construcción, en el Perú, es un ejemplo perfecto: las grandes constructoras se organizaron exactamente para no competir y el Estado no se enteró o lo permitió, incapaz de defender el interés general. Tiene que haber un Estado fuerte para que haya ese mercado libre que produzca una riqueza que pueda beneficiar a todos y no desproporcionadamente a unos pocos.
Congreso. Parte de la coalición en el poder, dice Vergara. Foto: Antonio Melgarejo
—Describe cuáles son las más importantes ventajas del republicanismo. Pero hay un asunto clave. Señala que las candidaturas que podrían aglutinar este espíritu republicano han fracasado. ¿Cómo se hace para que ese republicanismo sea adherido por las mayorías?
Bueno, esa es la pregunta malvada de tu parte. Lo que diría es que lo republicano y el republicanismo me parece más una tradición política que partidaria. Es decir, es un toldo, un paraguas en el que puede caber gente de izquierda y derecha comprometida con una forma de gobernar una vida en común, con condiciones básicas. Claro, tienes toda la razón. No es simple y nunca lo ha sido construir esas plataformas. Si lo viéramos de una forma más partidaria, en efecto, a las posiciones más centristas, para llamarlas de una manera, no les ha ido bien en ninguna parte.
—Ganan otras opciones polarizadoras. Mire a Bukele.
Pero creo que un problema transversal a América Latina es que todos estos grupos políticos que podríamos identificar en esa tradición (republicana) terminan siendo asociaciones de gente como que muy bien instruida, muy bien comida, muy de la capital, muy elitistas en un sentido, que no enganchan con la sociedad. Se necesitan mensajeros más democráticos y no solo mensajes democráticos.
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—La situación en el Perú sigue muy compleja: una presidenta impopular que ya dijo que se quedará hasta el 2026, un Congreso en plan de captura institucional incesante. Inhabilitaron a la fiscal Zoraida Ávalos por no cumplir, según ellos, con investigar a Pedro Castillo, cuando no había ningún artículo constitucional o norma que se lo autorizara. Ahora, con la ayuda previa del Tribunal Constitucional, buscan inhabilitar a Martín Vizcarra y a los ministros de ese Gobierno. ¿Frente a qué estamos?
Diría que estamos ante una coalición difusa, más implícita y sobreentendida que formalizada en pactos, entre Ejecutivo, Congreso y otros poderes para impedir el funcionamiento del Estado de derecho en el Perú. Creo que eso es. La coalición Boluarte-Congreso busca tasajear lo público con diferentes propósitos, desde evitar la cárcel algunos, conseguir gollerías los otros. Lo común es que es una coalición de gente que busca desaparecer la capacidad regulatoria de la ley. Y es ante eso que estamos. Es interesante. Esto lo llevan a cabo unos personajes que se saben mediocres, impopulares, sin poder real más que el poder…
—¿Efímero?
Efímero de haberse sacado la lotería y estar o en la Presidencia o en el Congreso. Como son conscientes de eso, también saben que nunca van a poder ganar una elección porque todo el mundo sabe que son unos bandidos huyendo sobre el caballo.
—¿Una especie de huida hacia adelante?
En la que saben que nunca podrían ganar una elección y, por lo tanto, son capaces de cualquier cosa para que no haya elecciones. Por ejemplo, meterle bala a la gente. Estos tipos que se saben despreciados por la gente van a hacer todo lo posible para tener unos entes electorales acogotados.
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—Quieren ir por ellos, de hecho.
Y es normal, porque saben que no pueden ganar de otro modo. Yo veo una voluntad autoritaria mayor en la coalición Boluarte-Congreso que en el Gobierno de Alberto Fujimori. Esta coalición en el poder, que es Ejecutivo-Congreso, no tiene ningún interés en responder ante la ciudadanía, es absolutamente irresponsable. Yo nunca he sido fujimorista…
—Eso lo entiendo.
No estoy tratando de hacer un elogio ni de lavarle la cara a Fujimori. Pero Fujimori tenía que ganar elecciones, intentaba ganar alcaldías, tenía que ver cómo conseguir algo que se acercase a una mayoría en el Congreso. Es decir, el Gobierno autoritario de Fujimori tenía una consideración mayor por la ciudadanía que este. Este, en cambio, ya renegó de cualquier posibilidad de responder ante la gente. En ese sentido, la coalición Boluarte-Congreso es más autoritaria que el Gobierno de Fujimori. Estamos ante una agenda en la que no hay proyecto, sino estar ahí mientras se pueda. Alberdi, en Argentina, decía que gobernar es poblar. Cerda, del radicalismo chileno, decía que gobernar es educar. En el Perú, gobernar es postergar la llegada a la cárcel. Hay una coalición dispuesta a todo para beneficios personales.
—¿Ve algo parecido en la región? ¿En qué nos podríamos estar convirtiendo?
Si los sectores democráticos peruanos no despiertan, a lo que vamos es una situación como la de Guatemala. No hay un dictador. El presidente Giammattei se va a ir. Las elecciones son hoy (domingo 25), pero ya no son elecciones democráticas. Hay una coalición en el poder de distintos partidos, actores, intereses, mafias, lo que los guatemaltecos llaman “el pacto de corruptos”, en el que da igual quien gane. Lo que se hace es que se filtra a los candidatos y si hay unos que pongan en peligro ese pacto…
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—Lo sacan.
Lo sacan, y en esta elección han sacado a tres, incluido el que iba primero. Entonces, el riesgo es ese. En Guatemala, poco a poco, las instituciones fueron cayendo en manos de esta coalición difusa, pero con el interés para que la ley no importune. No hay un Daniel Ortega, no hay un Bukele, pero hay un orden. Insisto, si no se organizan, cooperan y se resana la posibilidad de un bloque que ponga límite a esta política desplegada por la coalición en el poder en el Perú, nuestras siguientes elecciones podrían parecerse a las que van a ocurrir en Guatemala. Hay que tomar consciencia de eso.
—Hay en su libro una crítica a los postulados del liberalismo. ¿Por qué sostiene que el discurso liberal se agotó para lo que se necesita hoy en día en América Latina?
Y yo sintiéndome bastante liberal, la verdad.
—Por eso se lo pregunto, de hecho.
Creo que el liberalismo realmente existente en América Latina, sobre todo en el siglo XXI, se fue haciendo conservador y diría que excluyente. El liberalismo inicial, el del Consenso de Washington, no inicial en un sentido histórico…
—¿En un sentido contemporáneo?
Contemporáneo. En el Perú, por ejemplo, el liberalismo inicial de los ochenta, el de Hernando de Soto, tenía un ímpetu reformador que creía que sus políticas redundarían en el beneficio de la gente. Había un elemento de ambición de democratización del bienestar económico, si se pudiera. Pero eso fue pasando con el tiempo. El liberalismo en el siglo XXI se convirtió en lo opuesto, en un defensor del estatus quo, más abocado a la defensa de los intereses empresariales, que a un programa para el beneficio general. Volvamos sobre De Soto. En El otro sendero había un interés por los de abajo, con ganas de inclusión, pero ese discurso sobre la propiedad privada…
— ¿Finalmente se termina agotando?
No solo eso. Termina siendo travestido. Los textos de Alan García sobre el perro del hortelano son una apuesta importante sobre la propiedad privada, pero ya no abajo, sino que es una idea de la propiedad privada como la gran empresa. En ese sentido, el liberalismo se va haciendo más conservador y más excluyente. Y es muy difícil salvar los valores del liberalismo desde esa misma retórica. Lo republicano tiene un interés en lo público, en lo común, más que ese liberalismo economicista prevalente que se ha visto en las últimas décadas. La prueba son los presidentes recientes tipo Pedro Pablo Kuczynski, Sebastián Piñera, Guillermo Lasso, Mauricio Macri, que eran el sueño del presidente CEO, y que terminaron haciendo agua. Necesitas de una renovación, la cual pasa por sacudirse de la etiqueta también. Por eso creo que lo republicano se adapta mejor a las necesidades de este continente angustiado o malhumorado.